Sinfonía Inacabada - Робертс Нора страница 8.

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Las promesas adolescentes se rompen fácilmente con el tiempo. Era una tontería desear vérselo de nuevo en el dedo.

– ¿Sabes una cosa? Conseguí verte tocar en el Carnegie Hall hace un par de años. Fue maravilloso. Tú estuviste fantástica -dijo Brady. Los sorprendió a ambos llevándose los dedos de Vanessa a los labios. Entonces, los apartó rápidamente-. Había esperado verte mientras los dos estábamos en Nueva York, pero supongo que estabas ocupada.

La sensación que le vibraba en las yemas de los dedos aún le recorría todo el cuerpo.

– Si me hubieras llamado, habría podido organizado todo.

– Te llamé -dijo él, mirándola fijamente a los ojos-. Fue entonces cuando me di cuenta de lo importante que eras. No llegué a pasar la primera línea de defensa.

– Lo siento. De verdad.

– No importa.

– No, pero me habría gustado verte. Algunas veces, las personas que me rodean me protegen demasiado.

– Creo que tienes razón.

Brady le colocó una mano debajo de la barbilla. Era mucho más hermosa de lo que recordaba, y también mucho más frágil. Si la hubiera visto en Nueva York, en un lugar menos sentimental para ambos, ¿se habría sentido tan atraído por ella? No estaba seguro de querer saberlo.

Le había pedido que fueran amigos. Le costaba mucho no desear ser algo más.

– Pareces muy cansada, Van. Podrías tener mejor color de cara.

– Ha sido un año muy ajetreado.

– ¿Duermes bien?

– No empieces a jugar a los médicos conmigo, Brady -comentó ella, apartándole la mano.

– En estos momentos, no se me ocurre nada que me gustaría más, pero te hablo en serio. Pareces agotada.

– No estoy agotada, sólo un poco cansada. Por eso me voy a tomar un descanso.

– ¿Por qué no vienes a la consulta para que te haga un reconocimiento?

– ¿Es así como ligas ahora? Antes solías decir «Vamos a aparcar al Molly's Hole».

– Ya llegaré a eso. Mi padre puede examinarte.

– No necesito un médico -afirmó. En aquel momento, Kong regresó y ella comenzó a acariciarlo-. Nunca estoy enferma. En casi diez años de conciertos, no he tenido que cancelar nunca ni uno por razones de salud. No voy a decir que no me ha resultado difícil regresar aquí, pero lo estoy superando.

«Tan testaruda como siempre», pensó él. Tal vez sería mejor vigilarla, como médico, durante los siguientes días.

– A pesar de todo, a mi padre le gustaría verte, si no profesionalmente, al menos sí personalmente.

– Iré a verlo. Joanie me ha dicho que tú tienes un montón de pacientes femeninas. Me imagino que lo mismo le ocurrirá a tu padre, si sigue siendo tan guapo como lo recuerdo.

– Ha tenido… unas cuantas ofertas interesantes, pero todo se ha terminado desde que tu madre y él están juntos.

Atónita, Vanessa se volvió para mirarlo.

– ¿Juntos? ¿Mi madre y tu padre?

– Es la pareja más de moda en el pueblo. Hasta ahora -dijo Brady. Entonces, le colocó un mechón de cabello detrás del hombro.

– ¿Mi madre?

– Es una mujer muy atractiva y está en la flor de la vida, Van. ¿Por qué no debería divertirse?

Vanessa se colocó una mano sobre el estómago y se levantó.

– Me voy adentro.

– ¿Cuál es el problema?

– No hay problema alguno. Entro porque tengo frío.

Brady la agarró por los hombres. Aquél fue otro gesto que provocó una oleada de recuerdos.

– ¿Por qué no la dejas vivir en paz? -le preguntó-. Dios ya la ha castigado lo suficiente.

– Tú no sabes nada.

– Más de lo que tú crees. Debes olvidarte del pasado, Vanessa. Tanto resentimiento te va a corroer por dentro.

– A ti te resulta muy fácil decirlo. Siempre te ha resultado muy fácil, con tu hermosa familia feliz. Tú siempre supiste que te querían, sin importar lo que hicieras o lo que no hicieras. Nadie te apartó de su lado.

– Ella no te apartó de su lado, Van.

– Me dejó marchar. ¿Qué diferencia hay?

– ¿Por qué no se lo preguntas?

Vanessa sacudió la cabeza y se apartó de él.

– Dejé de ser su niña hace doce años. Deje de ser muchas cosas.

Con eso, se dio la vuelta y entró en la casa.

Capítulo III

Vanessa durmió sólo a ratos. Había sentido dolor, pero estaba acostumbrada. Lo había enmascarado con antiácidos líquidos y tomándose las píldoras que le habían recetado para sus ocasionales dolores de cabeza, pero, principalmente, utilizando su fuerza de voluntad para ignorarlo.

En dos ocasiones había estado a punto de dirigirse hacia el dormitorio de su madre. Una tercera vez había llegado hasta la mismísima puerta y había levantado la mano para llamar, para regresar inmediatamente a su propio dormitorio y a sus pensamientos.

No tenía derecho alguno a sentirse agraviada porque su madre tuviera una relación con otro hombre, pero era así precisamente como se sentía. En todos los años que Vanessa había pasado con su padre, él nunca se había fijado en otra mujer o, si lo había hecho, había sido tan discreto que ella ni siquiera se había percatado.

A la mañana siguiente, mientras se vestía, se dijo que no importaba. Siempre habían llevado vidas separadas, a pesar de que compartían la casa. Sin embargo, sí le importaba. La molestaba que su madre se hubiera sentido satisfecha todos aquellos años viviendo en aquella casa sin ponerse en contacto con su única hija. Le importaba que hubiera podido comenzar una nueva vida en la que no tenía sitio para su propia hija.

Vanessa se dijo que había llegado el momento de preguntar por qué.

Notó el aroma del café y del pan recién hecho al llegar al pie de la escalera. En la cocina, vio a su madre al lado del fregadero, enjuagando una taza. Iba vestida con un bonito traje azul y perlas en las orejas y alrededor de la garganta. Tenía la radio encendida y estaba canturreando con la música que se escuchaba.

– Oh, ya estás levantada -le dijo Loretta con una sonrisa, cuando se dio la vuelta y vio a Vanessa-. No estaba segura de si te vería esta mañana antes de marcharme.

– ¿De que te marcharas?

– Tengo que ir a trabajar. Tienes unos panecillos preparados y el café aún sigue caliente.

– ¿Adonde vas a trabajar?

– A la tienda de antigüedades -respondió Loretta mientras le servía una taza de café-. La compré hace seis años. Tal vez te acuerdes de la tienda a la que me refiero. La de los Hopkins. Fui a trabajar para ellos cuando… bueno, hace algún tiempo. Cuando decidieron jubilarse, yo se la compré.

– ¿Estás diciendo que eres la dueña de una tienda de antigüedades?

– Es muy pequeña -dijo, tras colocar el café encima de la mesa-. Yo la llamo «El desván de Loretta»-. Supongo que es un nombre algo tonto, pero yo creo que le va bien. La he tenido cerrada durante un par de días, pero… Si quieres, puedo cerrar también hoy.

Vanessa observó a su madre atentamente, tratando de imaginársela conio dueña de un negocio de antigüedades. ¿Habría mencionado alguna vez que se sentía interesada por ellas?

– No -afirmó. Parecía que sus preguntas iban a tener que esperar-.Vete.

– Si quieres, puedes acercarte más tarde a echar un vistazo. Es muy pequeña, pero tengo muchas piezas interesantes.

– Ya veré.

– ¿Estás segura de que estarás bien aquí sola?

– He estado muy bien sola durante mucho tiempo.

Loretta bajó la mirada.

– Sí, claro que sí. Normalmente llego a casa a las seis y media.

– Muy bien. Entonces, te veré esta tarde -replicó. Se dirigió al fregadero. Quería agua, limpia y fría.

– Van…

– ¿Sí?

– Sé que tengo que compensarte por muchos años -le dijo. Cuando Vanessa se dio la vuelta, vio que su madre estaba en el umbral de la puerta-. Espero que me des una oportunidad.

– Quiero hacerlo. No sé dónde debemos empezar ninguna de las dos.

– Yo tampoco -comentó Loretta, algo menos tensa-. Tal vez ése sea el modo de comenzar. Te quiero mucho. Me sentiré contenta si puedo hacerte creer que esas palabras son ciertas -añadió. Entonces, se dio la vuelta rápidamente y se marchó.

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