Miguel de Unamuno
Selección e introducción de Jesús Gálvez Yagüe
Ilustraciones de Marina Arespacochaga
INTRODUCCIÓN
Miguel de Unamuno (Bilbao, 1864 – Salamanca, 1936) ha ostentado durante mucho tiempo el primado de su generación y, en no pequeña medida, el de las letras españolas del siglo que ahora finaliza. Desde 1886 escribió cuentos. En conjunto, escribirá más de ochenta y tres, según última edición de sus obras completas, en los que luce su ingenio y gusto por lo paradójico y sorprendente. En ellos están quintaesenciados todos los temas que preocupaban al escritor vasco y penetran todos los géneros de que se sirve y a veces crea. Algunos son extractos de nivolas, a veces embriones, pues veía en el cuento la itineración hacia atrás de la vida, una incisión más profunda de lo vivido y la forma protoliteraria que recoge las resonancias más arcanas de la psique humana. Muestran también un individualismo en exceso, puesto en práctica muchas veces, especialmente a través de esa tan cacareada anécdota de la visita a Alfonso XIII, en la que da las gracias al Rey por la condecoración otorgada "y que -dijo- me merezco". José Carlos-Mainer (Prólogo general a las Obras Completas de Pío Baroja, Círculo de Lectores, Barcelona, 1997) enjuicia el distinto tratamiento que hicieron del yo los grandes autores modernistas españoles y no yerra cuando escribe "que Unamuno vivió la cuestión como un angustioso problema de fe, prisionero entre la tentación agonista y la tentación quietista ante la vida y su destino".
Tan indiscutible me parece la realidad de que el relato breve disfruta hoy en nuestro país de un momento de innegable esplendor literario como la de que sigue relegado a un sombrío segundo plano a nivel crítico y editorial. Los cuentos aquí seleccionados, aparte del indudable valor literario, contienen recuerdos, elementos costumbristas, caricaturas, filias y fobias, referidos a la personalidad del autor, a la peripecia íntima de los individuos, proyección del escritor que, por encima de todo, busca el "no morir", es decir, la inmortalidad -la del alma, si es posible, pero, en cualquier caso, la de la fama- del nombre en las generaciones venideras. En la tensión entre el hombre solitario que era y la compacta humanidad para la que escribía estableció don Miguel todas las tensiones.
Unamuno, protagonista de su vasta obra
La obra íntegra de Unamuno refleja en última instancia su omnipresente personalidad, cuidadosamente configurada como un personaje más y éste referido a una suerte de Unamuno profundo, insobornable "yo" que abarcaba los hasta cuatro "yoes" que, siguiendo a Oliver Wendel Holmes en una conocida broma literaria, distinguía el escritor: el que uno es, el que uno piensa que es, el que uno quiere ser, el que los demás piensan que es uno. Harriet S. Stevens ha descrito muy bien cómo los cuentos le tienen por protagonista: "Encarna unas veces en el personaje, revistiendo apariencia distinta de la suya, ocultándose apenas tras él; en otras narraciones se incluye en el relato como dialogante o monologante, y con sus preguntas y comentarios provoca confesiones, reminiscencias. Escucha al personaje y advierte cómo, por su comportamiento y sus palabras, éste va creándose. Los cuentos son conversacionales, tejidos con rumores, chismes de casino, cuchilleos de balcones y ventanas, murmuraciones que se evaporan en el aire y componen el inmenso "vaho humano", brumosa masa de palabras e inquietudes. Sus peculiares ingredientes, contradicciones y paradojas, ayudan a reflejar en pequeña escala una visión autónoma, un macrocosmos contenido en un microcosmos, cuyos instantes ciñen cosas eternas" ("Los cuentos de Unamuno", La Torre, núms. 35-36, Puerto Rico, julio-diciembre, 1961. Reproducido en Miguel de Unamuno, ed. de Antonio Sánchez Barbudo, Madrid, Taurus, 1974).
Siguiendo el lema de Ibsen, de Schiller, el escritor vasco prefirió vivir "solo -según lo retrató Ramón Gómez de la Serna {Retratos contemporáneos, Buenos Aires, Sudamericana, 1941)- y lleno de fe en sí mismo y en el porvenir: solo y fuera de esa llamada república de las letras, que no pasa de ser una feria de gitanos y chalanes", tratando de expresar su yo íntimo en todo lo que escribió aun en el más circunstancial artículo y comentario periodístico. Hay quien parece vacilar sobre el valor de lo que Unamuno hizo (en rigor, de lo que escribió), por no saber quién era, pero esto nadie mejor que su misma obra para decirlo; sus libros son, si no él mismo, su testimonio más veraz.
Originalidad de su narrativa
A su posición filosófica fundamental hay que atribuir su fuerte originalidad de escritor, sus innovaciones técnicas y, en definitiva, sus aciertos mayores. Francisco Ayala ("El arte de novelar de Unamuno", Realidad y ensueño, Madrid, Gredos, 1963) ha señalado la identidad que se opera entre novela y vida: "Su manera de comprender hombre y mundo, es decir, de comprenderse a sí mismo y de entender la vida, produce una obra literaria cuyas características formales deben reflejarla y comunicársela al lector con eficacia máxima". La personalidad absorbente tenía que arrebatarle toda sustantividad al conjunto de personas y cosas que pretende reproducir, conviertiéndolas en mera sombra de sí mismo, sin autonomía alguna. El escritor procede a desencarnar a sus personajes, desnudándoles del ambiente, sacándolos de toda circunstancia concreta. Para Antonio Sánchez Barbudo ("La experiencia decisiva: la crisis de 1897", Miguel de Unamuno, Madrid, Taurus, 1974, previamente en Hispanic Review, 1950) esta crisis religiosa resulta ser, aparte de un motivo directo de inspiración en las obras anteriores a 1900, una como fuente secreta de todo su pensamiento posterior, en cuya formulación intervinieron mucho sus lecturas, especialmente Kierkegaard.
En reiteradas ocasiones nos dejó su singular concepción de novela. En Cómo se hace una novela (1927) -cuyo título más apropiado quizá fuese "La novela de Unamuno"- se leen expresiones como ésta: "Escribir contando cómo se hace una novela es hacerla. ¿Es más que una novela la vida de cada uno de nosotros? ¿Hay novela que sea más novelesca que una auto-biografía?", insistiendo en el carácter autobiográfico que alcanza su obra. "Sí, toda novela, toda obra de ficción, todo poema, cuando es vivo es autobiográfico. Todo ser de ficción, todo personaje poético que crea un autor hace parte del autor mismo. Y si este pone en su poema un hombre de carne y hueso a quien ha conocido, es después de haberlo hecho suyo, parte de sí mismo". Y es que don Miguel defiende su yoísmo, su no ser de nadie ni pertenecer a nada; personalismo que le llevará a alguna arbitrariedad, como la célebre frase "¡Que inventen otros!". Y en Tres novelas ejemplares y un prólogo llega más lejos todavía a la hora de definir sus personajes de ficción: "Una cosa es que todos mis personajes novelescos, que todos los agonistas que he creado los haya sacado de mi alma, de mi realidad íntima -que es todo un pueblo-, y otra cosa es que sean yo mismo. Porque ¿quién soy yo mismo? ¿Quién es el que se firma Miguel Unamuno? Pues… uno de mis personajes, una de mis criaturas, uno de mis agonistas"
En semejantes términos se expresará en algunos cuentos. Así, en "Don Catalino, hombre sabio", el escritor aparece con su propio nombre discutiendo y exponiendo personales opiniones, emociones y reacciones: "Esto que yo le digo a usted, amigo don Miguel,…", en el que trata de mostrar al lector, entre bromas y veras, el horror implacable a las verdades científicas que dejan de lado el humanismo, el hombre. Igual ocurre en "Y va de cuento…", donde con tono juguetón, ligerísimo, se establece resueltamente la que pudiera llamarse teoría del cuento. Unas veces se introduce como personaje en la narración desde el principio -"A Miguel, el héroe de mi cuento, habíanle pedido uno"-; otras, con personaje interpuesto como en "La beca", hablando el autor en la persona del médico, y en "Una visita al viejo poeta" adonde el viejo poeta se enfrenta con el mismo problema que más tarde alcanzará a don Miguel, la escisión entre el ser íntimo y la imagen que ha creado la fama. Y es que para el escritor, bufón genial, pedagogo por vocación, juglar infatigable y proteico, pocos medios tan adecuados como el cuento para su tarea de decirse sin descanso, de mostrar cada día una parcela (cuando menos una parcela) de su personalidad total.