Colocó el portátil en la encimera de la cocina, lo puso cargar y se aseguró de que la puerta principal estaba cerrada con llave. Luego, cogió el mando a distancia de las luces de la casa. Le había costado lo suyo la instalación, pero valía la pena poder encender la luz de las habitaciones antes de entrar en ellas o apagarlas una vez había salido. Se metió en la cama a toda prisa y apagó todo excepto la hilera de luces navideñas que adornaba el tocador e iluminaba el dormitorio con un suave resplandor.
Tengo treinta años y sigo necesitando dejar una luz encendida por las noches, murmuró mientras se metía debajo de las sábanas. Es ridículo
De algún modo, la tensión que le esperaba al día siguiente la empujó a dormirse. Apurar la hora del sueño hasta que apareciera la fatiga la ayudaba a asegurarse de que dormiría de un tirón toda la noche. No obstante, a los monstruos no les gusta pasar desapercibidos...
El fresco aire otoñal hacía que el aire acondicionado sobrara. Sin embargo, por alguna extraña razón, en la habitación hacía más frío de lo normal. Se removió en la cama buscando a tientas, con los ojos aún cerrados, las mantas, que no pudo encontrar. Este hecho le hizo recobrar la conciencia. Maddy había debido de sacarlas literalmente a patadas de la cama. La segunda cosa que le llamó la atención fue la falta de luz.
El miedo la invadió y a punto estuvo de ponerse a llorar. Su dormitorio estaba envuelto en oscuridad y las mantas se encontraban tiradas en el suelo. Tenía dos opciones: pasar frío toda la noche o enfrentarse cara a cara con el miedo.
Los monstruos no existen. No son reales. No hay nada debajo de la cama.
Con cuidado deslizó una mano debajo de la almohada, buscando el mando a distancia de la luz. Pero, ¿dónde estaba?
Maddy el sonido se expandió a través del silencio como si de un trueno se tratara.
Su corazón empezó a latir aceleradamente y los ojos se le abrieron de golpe. ¡Nunca hubiera imaginado que alguien la llamara por su nombre!
Justo allí, a los pies de su cama había una figura en penumbra, más oscura que la oscuridad que la inundaba, flotando en el aire. Pudo distinguirla a pesar de la falta de luz en la estancia.
Por favor, no me hagas daño tenía los ojos anegados en lágrimas. El miedo siempre hacía que se le llenasen los ojos de lágrimas. El monstruo nunca se había dejado ver. ¿Por qué ahora? ¿Qué es lo que quería?
No dijo una palabra. De repente se tiró al suelo, y se alejó de su vista. Ella lo escuchó moverse bajo la cama, deslizarse, arrastrarse, y entonces, la hilera de luces volvió a encenderse como si nada hubiese ocurrido.
Capítulo 2
Tras bajarse de un salto de la cama, cerrar dando un portazo el dormitorio, dejar todas las luces de la casa encendidas e intentar dormir en el sofá sin conseguirlo, Maddy hizo algo que se había reservado para cuando la situación la superara: llamó al trabajo para decir que no iba. El mero hecho de pensar en cumplir con plazos de entrega y asistir a reuniones se le hacía insoportable, pero tampoco podía quedarse en casa todo el día. Así que cogió el portátil y la cartera y se dirigió a la cafetería del pueblo en busca de una dosis de cafeína y respuestas.
Un año después de haber notado la presencia del monstruo por primera vez había ido a hablar con el orientador de la universidad. También había asistido a terapia cuando el orientador no tuvo más remedio que comunicárselo a sus padres. El terapeuta trató de buscar una razón a toda costa, empezando por el acoso hasta terminar con algún problema de tipo familiar que necesitara atención. Pero nada de eso era cierto. Ella había gozado de una buena vida familiar. Sus padres no estaban divorciados, no tenía hermanos y no había sufrido abusos. ¿Falta de atención? ¿Por qué? A ella le gustaba estar sola. Entonces había fingido que el monstruo había desaparecido, con lo que el terapeuta consideró que ya había superado su problema. Pero, en verdad, no era así. Si había sufrido un colapso mental, ¿qué había cambiado entonces?
Maddy aparcó el coche y se quedó agarrada al volante con fuerza. ¿Y si estuviera loca de verdad? No encontró a nadie bajo la cama cuando la revisó por la mañana a la luz del día, pero es que nunca antes hubo nadie, aunque encendiera la luz después de haber escuchado el sonido de algún movimiento. Nadie había salido del dormitorio mientras estuvo tumbada en el sofá que está cerca de la puerta. Las mantas y el mando a distancia de las luces estaban en el suelo cuando se vistió al amanecer. Y las ventanas se encontraban bien cerradas.
Lo cierto es que el monstruo llevaba más de una década asustándola. Nunca había intentado comunicarse con ella, pero Maddy lo había escuchando susurrar su nombre en la oscuridad antes de verlo (otro nuevo detalle). En ocasiones se había percatado de una sombra por el rabillo del ojo, pero jamás se había dejado ver tan claramente. Algo había cambiado y se había propuesto averiguar el qué antes de regresar a casa.
Cogió sus cosas, cerró el coche y entró en la cafetería. Se sintió aliviada al ver que no había cola. Con su doble expreso con leche en mano, encontró una mesa acogedora en un rincón apartado, fuera del alcance de la vista de la gente. Nadie hubiera podido ponerse a leer por encima de su hombro y encima había un enchufe cerca de la silla.
Cinco minutos después, Maddy abrió la página del buscador y se quedó mirando fijamente al cursor parpadeando en el cuadro de texto.
Esto no tiene sentido murmuró. ¿Qué esperaba encontrar? Estas cosas solo pasan en las películas o en los libros, no en la vida real.
Debo intentarlo.
Refunfuñó mientras tecleaba: Monstruo bajo la cama se revela.
Miles de entradas que se ajustaban a la búsqueda saltaron en la pantalla de su ordenador y volvió a refunfuñar. Fue descartando los primeros resultados por tratarse de listados de películas y enlaces a libros de terror e historias para niños. A partir de la cuarta página dejó de buscar y se quedó mirando con cara de tonta a la pantalla.
Monstruos en la oscuridad. Qué sucede cuando siguen acompañándote en tu etapa de adulto sin visos de que vayan a marcharse. Quizá no te guste la explicación.
Resoplando, pinchó dos veces en el enlace y le dio un sorbo a su café. En realidad, el asunto no podía ir a peor.
Maddy se atragantó con la bebida a medida que su mente se fue adentrando en las palabras que aparecían ante sus ojos. Quizá se había adelantado al pulsar en el enlace pues se trataba claramente de una obra de ficción.
Se cree que los Dökkálfar, elfos oscuros en nórdico antiguo, habitan en uno de los nueve reinos míticos conectados por Yggdrasi, el árbol de la vida. El reino de los elfos oscuros se llama Svartalfheim, y la única luz que allí hay proviene del brillo de los cristales de sus cavernas. Con la ausencia del sol, el cielo es tan negro que la piel de los elfos oscuros ha perdido todo su color a lo largo de los siglos, haciendo que se confundan con sombras cuando abandonan su reino para visitar otros mundos. Como la luz exterior quema la piel de los habitantes de Svartalfheim, estos entran en nuestro mundo a través de lugares en donde ellos saben que la luz no puede llegar. Si alguna vez has pensado que hay un monstruo en tu armario, bajo la cama o en cualquier otro lugar de tu casa, posiblemente se trate de un elfo oscuro deslizándose sigilosamente; deambulando por Midgard (el reino de los humanos) en la oscuridad.