Glitter Season - Victory Storm страница 3.

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Él sonrió dejando ver una dentadura perfecta y blanquísima.

Rachel se mordió el labio para evitar el gemido que le salió de la garganta.

¡Darius!, exclamó Norman a sus espaldas, haciéndolos asustar al mismo tiempo.

¡Papá! ¡Feliz cumpleaños!, lo saludó el hombre, levantándose y abrazando al padre bajo la mirada sorprendida de Rachel.

¡¿Ese hombre súper sexy era el hijo de Norman?!

Sin que la vieran, ya que sentía las mejillas rojas, Rachel fue corriendo hacia la oficina de su jefe, dejó la documentación en el escritorio y fue a esconderse en su cubículo a intentar calmarse un poco.

Ahora entendía la seguridad de Abigail cuando le había propuesto esa apuesta.

Darius Carter era hermoso como un dios y tenía los mismos ojos de su padre, incluso si todo lo demás era completamente distinto.

Estaba recomponiéndose, cuando escuchó que golpeaban la puerta.

Sin esperar el permiso, entró un muchacho caucásico, con cabello color castaño claro y los ojos verdes como los de Norman.

Eres el hijo de Norman, supongo.

Sí, soy Justin. ¿Está papá?, le preguntó el joven con una sonrisa tan seductora y al mismo tiempo inocente que hizo que se enterneciera y quedara encantada.

Está con tu hermano Darius. Quizás fueron a tomar un café.

Ok, gracias, se limitó a responder mientras salía.

Rachel se quedó pensando en ese encuentro.

Seguramente Justin era más joven que Darius y que ella también, pero era idéntico en todo a su padre.

Sí, era hermoso y ese aire un poco ingenuo lo hacía todavía más intrigante que Norman.

Decidida a retomar el control de sus emociones y a tomar una pausa, aprovechó ese momento de distracción de su jefe para ir a tomar un café a la máquina en la sala relax, esperando encontrar a Abigail. Tenía miles de preguntas que hacerle.

Estaba esperando que el café bajara al vaso de plástico, cuando escuchó una voz detrás de ella.

¿Disculpe, usted es Rachel?

Rachel se dio vuelta para responder, pero lo que tenía delante de ella la hizo sobresaltar tanto que el primer botón de su camisa ajustada saltó por el aire, dejando ver su escote generoso que presionaba contra la tela.

Delante de ella había dos hombres idénticos: rubios de ojos verdes, altos y con una belleza capaz de hacer caer incluso sus defensas de hierro, típicas de una mujer lo suficientemente herida como para no querer volver a caer en la trampa del amor.

Estaba tan sorprendida que creyó que tenía alucinaciones, sino hubiera sido que el traje elegante color crema de uno de ellos contrastaba con el look más agresivo de motociclista del otro.

Tampoco sus ojos parecían querer separarse de esa visión doble, su mano derecha se apresuró a cubrir su seno, expuesto a sus miradas.

Yo Dios mío, me siento mortificada, se recuperó después de algunos segundos, intentando cerrar su camisa y esconder su sostén de encaje blanco.

Tesoro, eres una delicia, pero creo que sería mejor que lleves esto, fue en su ayuda el hombre vestido elegante, quitándose del cuello un foulard rojo de Hermès y poniéndoselo en el cuello, de modo que la seda le acariciara el cuello y le cayera sinuosamente sobre el pecho.

Gracias, se limitó a decir Rachel con las mejillas rojas por la vergüenza.

¿El rojo te queda bien, sabes? ¿Eres un encanto y además rompe la rigidez del contraste entre el blanco y el negro, no crees?

Yo Sí No sabría, murmuró tímidamente Rachel, mientras las expertas manos del hombre le acomodaban la camisa y un mechón de cabello.

Normalmente no permitía a nadie ese tipo de contacto o de atrevimiento, pero ese hombre parecía inocuo y más interesado en su forma de vestir que en lo que había dejado ver.

No se podía decir lo mismo de su gemelo, que todavía estaba petrificado mirándole el pecho con una expresión que la hizo sentir terriblemente expuesta.

A propósito, me llamo Jean-Louis y él es mi hermano Jean-Luc. Luc, para los amigos. Estábamos buscando a nuestro padre y una señora nos dijo que te preguntáramos a ti. Tú eres la nueva secretaria de nuestro padre, ¿verdad?, se presentó el hombre con una sonrisa capaz de encantar a cualquiera.

Sí. Su padre está en su oficina.

No, no está. Venimos de allí.

Con prisa y dejando el café, Rachel se dirigió a su pequeña oficina, donde encontró de inmediato una pequeña nota de Norman: Voy al Mokas Bar a tomar un café con mis hijos. N.

Su padre está en el Mokas Bar con Darius y Justin, les dijo.

¿Dónde está ese bar?, preguntó Jean-Luc con un acento muy francés que sorprendió a Rachel con una ola de deseo.

Aquí afuera, doblen a la derecha, alcanzó a decir a pesar de que su mente ya estaba en otro sitio, en una cama, entre las sábanas de seda, junto a ¿Luc? ¿Justin? ¿O Darius?

Ok, gracias, la saludaron los dos hermanos.

¿Y el foulard?

Un simple presente por San Valentín o, si prefieres, un pequeño resarcimiento por haber soportado a nuestro padre durante estos meses, le respondió Jean-Louis.

Gracias, ni siquiera Matt le había regalado jamás algo tan costoso. Rachel adoraba la ropa de marca, sobre todo las colecciones de Max Mara, Armani, Dior, Prada y Tom Ford.

Cuando los dos hermanos se fueron, Rachel se dio cuenta de que había otro post-it.

Era de Abigail: ¿Quién ha ganado el desafío?

Rachel se puso a reír porque mentiría si hubiera dicho que había permanecido completamente indiferente ante esos cuatro hombres.

Sin embargo, esa noche salió de la Carter House con el corazón en pedazos.

Norman no había regresado a la oficina y ella no había recibido ninguna llamada a último minuto para avisarle que ese no habría sido su último día de trabajo.

Desesperada y muy preocupada, se fue de inmediato a su casa y decidió desahogar el stress terminando de pintar la sala. Era un trabajo que había comenzado Matt un mes atrás, pero luego lo había interrumpido porque estaba demasiado cansado por las horas extras que hacía como bróker de finanzas.

O por todas las folladas que hizo a mis espaldas, reflexionó Rachel golpeando tan fuerte la pared que le cayó pintura encima.

Por suerte se había puesto ropa vieja de Disney que habría tirado con gusto cuando hubiera terminado de pintar.

Estaba por terminar la segunda pared, cuando escuchó que sonaba su celular.

Corrió a responder y con la emoción que le emanaba por los poros, vio el nombre de su jefe en la pantalla.

Rachel, pero ¿dónde estás?, se enojó Norman sin siquiera saludarla.

En casa, miró la hora. Eran las seis de la tarde y su horario de trabajo había terminado a las cuatro, aunque ella se había quedado casi hasta las cinco para esperarlo.

Te había pedido el informe.

Está sobre el escritorio.

¡No, no está! Te había dicho que era urgente. Dentro de menos de una hora tengo que enviar todo a la tipografía. Sabes que no me gusta no cumplir con mi palabra.

Rachel volvió a pensar en lo que había pasado ese día.

¿Estaba segura de que había llevado la documentación que le había pedido? ¿O Darius la había distraído y luego se la había olvidado?

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