El Baile De La Luna: Libro Uno Dela Serie Lazos De Sangre - Amy Blankenship страница 3.

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Kane Tripp bajó la cabeza ligeramente y hundió la mano en su pelo peinado en punta. Detestaba cortárselo y echaba de menos lo largo que solía llevarlo. Todavía recordaba la sensación de su suavidad acariciándole la zona baja de la espalda. Acercó el cigarro a los labios, aspiró profundamente mientras pensaba en las cosas que echaría de menos, como los cigarros que solía fumarse antes de ser enterrado vivo.

Hace cuarenta largos años, Malachi lo cogió desprevenido. Él era el líder de un pequeño clan de jaguares que acusó de asesinato a su compañero cambiante. Antes de aquella noche, Kane tenía buena relación con los jaguares, incluso su líder había llegado a ser uno de sus amigos más cercanos. Kane apretó los labios mientras hacía memoria. Malachi lo acusó, juzgó y sentenció en un arrebato de ira.

Malachi usó un conjuro del mismo libro que Kane creía que había escondido perfectamente para condenarlo a una maldición que no le permitiría hablar ni moverse... ni siquiera le permitiría defender a su amigo. Después le quitó el pendiente de heliotropo a Kane para permitirle moverse con libertad a plena luz del día. Los heliotropos pertenecieron en primer lugar al primer vampiro, Syn.

Una vez, Kane preguntó de dónde salió el primer vampiro y la respuesta le sorprendió.

Syn vino a este mundo solo, herido y muerto de hambre. Un joven lo encontró y, llevado por su hambre, Syn le chupó la sangre. El vampiro pronto se dio cuenta de que los humanos de este mundo eran criaturas frágiles, cuyas almas los abandonarían si él compartiera su sangre, con la esperanza de crear una familia en este planeta. Pero, una vez sus almas se fueron, los humanos no le servían; eran poco más que monstruos.

Durante su vida eterna, Syn únicamente había encontrado tres humanos que retuvieron su alma... y se convirtieron en sus hijos. La única diferencia era que, una vez se habían convertido, el sol les quemaba. De modo que, tanto él como sus hijos, tenían que huir de la luz del día. Esto nunca había supuesto un problema en el planeta de Syn a causa del heliotropo.

Los gruesos brazaletes que Syn llevaba puestos venían de su mundo y estaban hechos de heliotropo. Él confeccionó un anillo, un collar y un solo pendiente haciendo añicos uno de los brazaletes. Una vez más, Kane levantó la mano y tocó el pendiente.

Mientras que el heliotropo le había dado una vida más o menos normal... el libro de hechizos de Syn había supuesto su perdición. Kane lo dejó a disposición de sus elegidos mientras dormía. Dentro se encontraba el hechizo maldito, una forma de sacrificar a los hijos sin alma en caso de que llegaran a suponer un peligro para los humanos.

Como estaba bajo los efectos del hechizo maldito, Kane solo pudo observar desde sus oscuros ojos, sin parpadear, como su viejo amigo le echaba tierra por encima en su propia tumba. Lo último que recuerda es que vio el cielo lleno de estrellas por encima del bosque.

La oscuridad lo consumió todo y se hizo el silencio. Estaba condenado por el hechizo, pero aun así podía sentir que había cosas deslizándose en la tierra y se acercaban a él. Minúsculas y mortales criaturas que evitaban comerse su cuerpo, pero inconscientemente mordían su alma.

Con el paso del tiempo creyó volverse loco, empezaba a oír ruidos muy a menudo... voces. No le molestaba que le acompañaran en su prisión e, incluso, ansiaba oírlas más a menudo. En ocasiones oía familias al completo y otras veces solo escuchaba la voz de algunos adultos.

A veces intentaba luchar contra el hechizo para pedir ayuda o para encontrar algún tipo de compañía. Estaba totalmente controlado por la magia que le arrebataba todo su poder. Conocía el hechizo... lo había usado contra algunas criaturas. Se trataba de un conjuro que requería de la sangre de alguien amado para liberar a quien se encontrara bajo sus efectos. Un hechizo de amor tan profundo que solo podía romperlo el alma gemela de la víctima.

Siempre había funcionado con los vampiros sin alma porque, evidentemente, se necesita tener alma para poder llamar a otro alma gemela. Él mismo había usado el hechizo en más de una ocasión para hacer desaparecer de este mundo a sus demoníacos hermanos que no conocían nada más allá de la sed de sangre.

Kane rio maliciosamente con el inquietante recuerdo de saber que estaba condenado... porque no tenía un alma gemela. De hecho, nunca se había conocido algo similar. Y si la hubiera tenido, entonces sería bastante improbable que ella decidiera simplemente tumbarse sobre su fosa mientras se desangra. Malachi tenía el corazón completamente destrozado... había amado tanto a su mujer que quería que Kane conociera la profundidad de un amor así y lo anhelara con todas sus fuerzas.

Y así hizo. Él vertería lágrimas en más de una ocasión, rogando porque lo oyera cualquier dios, para que llegara su alma gemela y lo pudiera liberar. Si él hubiera asesinado a la mujer de su amigo, entonces habría sido un castigo justo. Pero él era totalmente inocente.

Una noche, cuando ya hacía tiempo que había desterrado toda esperanza... lo oyó. El peculiar sonido de los gruñidos de Malachi interrumpieron bruscamente su absurdo monólogo interior, junto con otros gritos de furia animal. Después, y para su sorpresa, oyó la voz de una niña pequeña justo sobre su cabeza, que les gritaba para que no hicieran daño a su cachorrito.

El sonido de su asustada y pequeña voz hizo que algo dentro de él se rompiera, algo que le hizo desear ser libre para poder protegerla de las bestias de la noche.

Malachi no hará daño a tu perrito, pequeña, Kane susurró mentalmente.

Y era cierto. Malachi no haría daño a nadie, especialmente a un niño, a menos que le hubieran herido a él primero de algún modo. Sabiendo que su amigo estaba sobre su cabeza, Kane sintió como una chispa de vida volvía en él. Se llenó de ira cuando oyó a la niña gritar de nuevo y como algo aterrizaba de manera brusca en el suelo. Sangre... olió la sangre fresca recién derramada a través de la tierra blanda que se filtraba hacia donde él estaba.

Fue lo más acogedor que jamás podría haberse encontrado. El aroma invadió su mente y casi lo vuelve aún más loco, ya que sabía que era incapaz de alcanzarla. Estaba tan débil por haber pasado tanto tiempo ya si un solo trago de sangre... muerto de sed y aun así sin poder morir del todo. Entonces sintió como uno de sus dedos se movía.

Kane se concentró en aquel movimiento y focalizó su mente todo lo que pudo en intentar moverse. Sentía como pasaban los días, centrándose en el calor que le invadió y que vino de la tierra que tenía encima. El aroma de la sangre lo rodeaba por completo ahora, incitándole a seguir adelante. Al final, fue capaz de hacer funcionar sus brazos lentamente y empezó un lento proceso para poder abrirse paso y salir de su propia tumba.

Pasaron más días y, cuando finalmente rompió la superficie, lloró literalmente de alegría. Cuando se quitó toda la tierra de encima, Kane abrió los ojos y miró hacia arriba, riendo de manera casi como un loco cuando vio el cielo oscuro lleno de estrellas sobre su cabeza. Cuando volvió a mirar al suelo, vio un trozo de tela con pequeñas gotas de sangre secas. Lo recogió y se lo acercó a la nariz inhalando el olor de la sangre que lo había liberado.

Tiró del resto de su cuerpo para sacarlo de la tierra mientras apretaba con fuerza aquel pedazo de tela con restos de su salvador. Malachi y el cambiante que realmente mató a la mujer del jaguar yacían muertos a pocos metros de su tumba.

Les echó un vistazo cuando pasó por delante de sus cuerpos. Sabía que la niña se había ido hacía tiempo ya, pero Kane estaba convencido de que ella era su alma gemela. ¿Quién más pudo haber roto el hechizo que le impuso Malachi?

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