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Juan Moisés de la Serna
Cuentos de Etiopia I
Cuentos de EtiopíaIJuan Moisés de la Serna
Editorial Tektime2020
Cuentos de Etiopía I
Escrito por Juan Moisés de la Serna
1ª edición: febrero 2020
© Juan Moisés de la Serna, 2020
© Ediciones Tektime, 2020
Todos los derechos reservados
Distribuido por Tektime
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Prólogo
Un joven empezaba a estudiar secundaria y se enfrentaba a su primer día de clase en el instituto, nuevos profesores, asignaturas y a lo que tenía más miedo, distintos compañeros.
Había sido una persona tranquila, pero aquella situación era muy estresante para él, pues desde pequeño había estado siempre en la misma escuela, cerca de su casa, y ahora se tenía que desplazar casi una hora para poder llegar al instituto, y devuelta otra hora de autobús.
Es cierto que el servicio de transporte era puntual, por eso no tenía ninguna queja, eso sí, tenía que madrugar aún más temprano para no llegar tarde a clase.
Dedicado a mis padres
EL INSTITUTO
Un joven empezaba a estudiar secundaria y se enfrentaba a su primer día de clase en el instituto, nuevos profesores, asignaturas y a lo que tenía más miedo, distintos compañeros.
Había sido una persona tranquila, pero aquella situación era muy estresante para él, pues desde pequeño había estado siempre en la misma escuela, cerca de su casa, y ahora se tenía que desplazar casi una hora para poder llegar al instituto, y devuelta otra hora de autobús.
Es cierto que el servicio de transporte era puntual, por eso no tenía ninguna queja, eso sí, tenía que madrugar aún más temprano para no llegar tarde a clase.
Entró por primera vez en aquella aula, en la cual ya había parte de los que serían sus compañeros, estos a pesar de tener su misma edad parecía que hubiesen salido de un circo, al menos eso es lo primero que pensó al ver algunos con sus pintas, otros con la ropa a medio colocar o demasiado grande y algunos que usaban cintas en el pelo.
Él que siempre había asistido a sus clases con el uniforme de la escuela, no es que fuese muy cómodo, pero por lo menos era elegante, y ahora tenía que ir a un centro público donde cada uno era de un mundo diferente, todos del mismo barrio, pero cada uno procedente de una familia, y con un estilo de ser y pensar distinto, que daba también un estilo de vestir desigual.
Entre ellos rápidamente se juntaron, los que tenían cresta con los que tenían cresta, los que usaban ropa excesivamente ancha con los que vestían igual, y así antes de comenzar la clase ya había ocho o nueve grupitos de dos o tres personas en cada uno, todos de la misma edad, pero con una forma de pensar y vestir totalmente diferente.
Aquello le molestaba al joven, pues no se veía preparado para poderse enfrentar con aquellas personas, no sabía con qué grupo encajaba, y no quería quedarse fuera de los grupos, pues pensaba que si se quedaba sólo desde el primer día luego sería muy difícil que algún grupo le aceptase.
Se acercó a uno para saludar a sus miembros y estos le miraron como si fuese un bicho raro, por su forma de vestir y de saludar.
Anda que mirarme así a mí, si son ellos los que tienen unas pintas pensó el muchacho.
Se paseó por distintos grupos, y cada uno pensaba y vestía de forma diferente, y cuando se acercaba veía que no encajaba y los propios miembros de los grupos se lo hacían ver.
Sólo en un grupo de chicas no se sintió rechazado, pero claro, ¿quién quiere pertenecer a un grupo de chicas siendo chico?, eso estaba bien para buscar pareja, pero si no, él mismo sentía que sobraba allí.
Al final de la clase salió sólo de aquel instituto, sabiendo o por lo menos eso creía, que ese iba a ser el peor año de su vida, en que no iba a encontrar ningún amigo y todo iba a ser difícil.
En la época en que los amigos lo son todo y son la referencia de lo que está bien o mal, te ayudan para saber qué hacer en la vida, y él se había quedado sin amigos, completamente sólo.
Aquello era demasiado frustrante, además apenas había podido seguir el ritmo de la clase aquel primer día, en verdad era mucho lo que tenía que aprender y se veía sin fuerzas para hacerlo.
Estando en esto pasó cerca de un lago, antes de coger el autobús, era un pequeño charco de lluvia, el cual llevaba varios días ahí; vio que había una rana en él, y cogió una piedra e intentó tirársela cerca para mojarla y obligarla a esta que saltase de la hoja en que estaba al agua.
Pero la rana no hizo nada, esto le molestó al joven que ya había tenido un día muy frustante como para que también aquella rana se riese de él y no se moviese; volvió a tirar otra piedra, con algo más de puntería y la volvió a mojar de nuevo, pero no se movió.
Lo intentó con una tercera piedra, pero esta vez antes de que la hubiese terminado de lanzar la rana ya se había caído al agua, es como si de repente hubiese sido empujada y no hubiese podido hacer nada. Esto a pesar de sorprenderle pues se quedó con la piedra en la mano, no le dio mayor importancia, solamente sintió una pequeña satisfacción de ver como al final, él era el último en reír, al menos de la rana.
Este joven, todavía no había aprendido a dominar su carácter, es cierto que era una persona pacífica, pero con mucha frecuencia se alteraba y le daban ganas de dar patadas a las cosas o de dejar a sus padres con la palabra en la boca e irse en mitad de una conversación a su habitación.
Apenas había aceptado el que sus padres se hubiesen separado, y que ahora tuviese que vivir unos meses con uno y otros con el otro; eso había hecho que se hubiese tenido que desplazar del barrio a otro más humilde, de tipo obrero y que hubiese perdido muchas de las comodidades que tenía en su anterior casa. Esto le había dificultado también el adaptarse al instituto, por todo el cambio que le suponía, estar en un centro público.
Así pasó el día y le empezó a dar vueltas a lo sucedido en el charco, y al día siguiente antes de entrar en la clase, volvió a pasar por el charco y volvió a ver a la rana, cogió una de las piedras e hizo exactamente lo mismo que el día anterior, ir a tirar la piedra, pero sin tirarla, y vio que nada hizo la rana, así estuvo tirando varias veces, mojando a la rana, pero sin conseguir que esta se tirarse al charco, lo hizo varias veces más hasta que se cansó y entró en clase.
No se había dado cuenta de que se le hacía tarde, y así el segundo día de clase ya le castigaron por ese retraso, no es que le hubiesen mandado tarea extra ni nada parecido, sino que le habían escrito una nota que tenía que traer firmada por uno de sus padres en donde se informaba del retraso del alumno, y que de repetirse esa actitud podría ser expulsado.
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