Морган Райс - Transformación стр 6.

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Caitlin entró al departamento. Había demasiada luz. Pudo oler la comida que estaba en la estufa, o tal vez, en el horno de microondas. Sam siempre llegaba temprano y se preparaba la cena. Su mamá no llegaría a casa sino hasta varias horas después.

—No parece que hayas tenido un buen primer día.

Caitlin volteó, sorprendida de escuchar la voz de su madre. Estaba sentada en el sofá, fumando un cigarrillo. Miró a Caitlin de arriba abajo con desdén.

—¿Qué?, ¿ya arruinaste ese suéter?

Caitlin bajó la mirada y notó las manchas de lodo. Tal vez eran de cuando cayó en el pavimento.

—¿Por qué llegaste tan temprano? —preguntó Caitlin.

—También fue mi primer día, ¿sabes? —le contestó con brusquedad—. No eres la única. No hubo mucho trabajo; el jefe me mandó temprano a casa.

Caitlin no soportaría más el horrendo tono que usaba su madre. No esa noche. Siempre la había tratado con un aire de superioridad, pero había llegado a su límite. Decidió que le pagaría con la misma moneda.

—Genial —le respondió rudamente Caitlin—. ¿Eso significa que nos mudaremos de nuevo?

Su madre se puso a la defensiva de inmediato.

—¡Más te vale que cuides lo que dices! —gritó.

Caitlin sabía que su madre solo había estado esperando un pretexto para gritarle. Imaginó que lo mejor sería dárselo y acabar con el asunto de una buena vez.

—No debes fumar cuando Sam está cerca —respondió Caitlin fríamente. Luego, se metió a su diminuto cuarto, azotando la puerta y echando el seguro.

Su madre comenzó a golpear la puerta de inmediato.

—¡Sal de ahí, niña malcriada! ¿Crees que ésa es la forma de hablarle a tu madre? ¿Quién te da de comer, eh?…

Caitlin estaba tan distraída aquella noche que pudo ahogar la voz de su madre. En lugar de escucharla revivió en su mente todos los sucesos del día: las risas de aquellos chicos, el sonido de sus propios latidos en sus oídos, el sonido de sus gruñidos.

¿Qué había sucedido exactamente?, ¿de dónde había salido toda aquella fuerza?, ¿habría sido tan solo una descarga de adrenalina? Una parte de ella así lo deseaba, pero otra estaba segura de que no se trataba de eso. ¿Qué era ella?

Su madre continuaba golpeando la puerta, pero Caitlin apenas si la escuchaba. Su celular vibraba como loco sobre el escritorio; se encendía anunciando la llegada de mensajes instantáneos, de texto; correos, chats de Facebook… pero Caitlin no se percataba de ello.

Entonces, se acercó a la minúscula ventana y miró hacia abajo, a la esquina de la Avenida Amsterdam. Surgió un nuevo sonido en su mente. Era la voz de Jonah, acompañado de la imagen de su sonrisa. Se trataba de una voz acariciante, grave y profunda. Recordó lo delicado que era, lo frágil que parecía. Luego, lo vio tirado en la acera, ensangrentado junto a los fragmentos de su preciado instrumento. De nuevo, se apoderó de ella una fresca oleada de ira. Ésta se tornó en preocupación. Le inquietaba que estuviera bien, y se preguntaba si habría logrado escapar y llegar a casa. Lo imaginó llamándola. Caitlin. “Caitlin.”

—¿Caitlin?

Una nueva voz la llamaba desde el otro lado de la puerta. Pertenecía a un chico.

Despertó de su ensoñación, confundida.

—Soy Sam, déjame pasar.

Fue a la puerta y apoyó la cabeza en ella.

—Ya se fue mamá —le dijo la voz desde el otro lado—. Bajó a comprar cigarros. Vamos, déjame pasar.

Entonces, abrió la puerta.

Ahí estaba Sam mirándola; la preocupación se reflejaba en su rostro. A pesar de que tenía solo quince años se veía mucho más grande. Había crecido pronto —medía casi un metro ochenta— todavía no había embarnecido. Era larguirucho y desgarbado. Tenía el cabello negro y los ojos de color café, como los de ella. Definitivamente se parecían. Caitlin notó la angustia en su semblante: la amaba más que a nadie.

Lo dejó pasar y rápidamente cerró la puerta detrás de él.

—Lo siento —dijo Caitlin—. Es solo que no puedo lidiar con ella esta noche.

—¿Qué sucedió entre ustedes?

—Lo de siempre. En cuanto entré ya estaba provocándome.

—Creo que tuvo un día difícil —dijo Sam tratando de reconciliarlas como siempre—. Espero que no la vuelvan a despedir.

—¿A quién le importa? Nueva York, Arizona, Texas… ¿A quién le importa qué sigue? Jamás dejaremos de mudarnos.

Sam frunció el ceño y se sentó en la silla del escritorio. Ella se sintió mal de inmediato. A veces se le soltaba la boca y hablaba sin pensar. Deseó poder retractarse.

—¿Cómo te fue en tu primer día? —preguntó Caitlin para cambiar de tema.

Él se encogió de hombros.

—Supongo que bien —dijo, mientras balanceaba la silla con un pie. Luego miró a Caitlin—. ¿Y a ti?

Ella también encogió los hombros. Debió haber dicho algo con su gesto porque Sam no dejó de mirarla.

—¿Qué sucedió?

—Nada —dijo, un poco a la defensiva. Volteó y caminó hacia la ventana. Sentía cómo Sam la observaba.

—Te ves… diferente.

Ella hizo una pausa, preguntándose si él estaría enterado, si su apariencia exterior mostraba algún cambio. Tragó saliva.

—¿A qué te refieres?

Silencio.

—No lo sé —respondió al fin.

Ella continuó mirando por la ventana, observando sin razón a un hombre que estaba afuera de la bodega de la esquina entregando una bolsita de marihuana a un comprador.

—Odio este lugar —dijo Sam.

Caitlin volteó y lo miró de frente.

—Yo también.

—De hecho, estaba pensando en… —Sam bajó la cabeza— en irnos.

—¿A qué te refieres?

Sam se encogió de hombros. Caitlin lo miró; se veía verdaderamente deprimido.

—¿A dónde? —agregó.

—A buscar a papá, tal vez.

—¿Cómo? Ni siquiera tenemos idea de en dónde pueda estar.

—Podría intentarlo, sé que lo encontraría.

—¿Cómo?

—No lo sé, pero podría intentarlo.

—Sam, pero, bien podría estar muerto.

—¡No digas eso! —gritó enrojecido.

—Lo siento —dijo ella.

Sam se tranquilizó.

—Acaso, ¿ya pensaste que, incluso si lo encontráramos, tal vez él no querría vernos? Después de todo, decidió irse y nunca ha tratado de comunicarse —prosiguió Caitlin.

—Tal vez mamá no se lo permite.

—O tal vez no le agradamos.

Sam golpeó el suelo con los dedos de los pies y frunció el ceño profundamente.

—Lo busqué en Facebook.

Caitlin abrió bien los ojos, estupefacta.

—¿Lo encontraste?

—No estoy seguro. Había cuatro personas con el mismo nombre. Dos de ellas no tenían fotografía, y sus perfiles eran privados. Les envié mensaje a las dos.

—¿Y?

Sam negó con la cabeza.

—No he recibido respuesta.

—Papá no estaría en Facebook.

—No puedes saberlo —contestó, poniéndose a la defensiva de nuevo.

Caitlin suspiró. Caminó hacia su cama y se recostó. Miró el techo amarillento con la pintura resquebrajada, y se preguntó cómo habrían llegado hasta ese punto. Habían sido felices en algunos pueblos, incluso su madre había parecido estar contenta entonces. Como cuando salía con aquel tipo. O al menos parecía que era suficientemente feliz para no molestar a Caitlin.

También hubo pueblos en los que ella y Sam habían hecho buenos amigos, pueblos como el anterior. Lugares en donde podrían haberse quedado el tiempo necesario para graduarse por lo menos. Pero de pronto, todo cambiaba con gran rapidez: otra vez a empacar, otra vez a despedirse. ¿Acaso era mucho pedir una infancia normal?

—Podría mudarme de vuelta a Oakville —dijo Sam de repente, interrumpiendo sus pensamientos. Oakville era el pueblo anterior. Era asombroso que Sam siempre supiera exactamente lo que cruzaba por la mente de su hermana—. Podría quedarme con algunos amigos.

Caitlin estaba muy cansada, ya había tenido suficiente por ese día. No pensaba con claridad y se sentía frustrada porque lo que estaba entendiendo era que Sam también la abandonaría, que ella ya no le importaba.

—¡Entonces vete! —le gritó sin querer. Fue como si alguien más lo hubiera dicho. Cuando escuchó la rudeza de su voz, se arrepintió de inmediato.

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