Морган Райс - El Don de la Batalla стр 2.

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Elden, Matus, Indra y Angel se acercaron corriendo, liberados ellos también de las garras de su locura y se agolparon alrededor. Thor cerró los ojos y rezó con todas sus fuerzas para que su amigo volviera a él, para que se le concediera a él, Thor, una oportunidad para enmendar su error.

Thor escuchó unos pasos y, al alzar la vista, vio que Selese venía corriendo, con la piel más pálida de lo que jamás él la había visto y con los ojos brillando con una luz de otro mundo. Se dejó caer de rodillas delante de Reece, lo tomó en sus brazos y, al hacerlo, Thor lo soltó al ver el resplandor que la rodeaba y al recordar sus poderes como curandera.

Selese alzó la vista hacia Thor, sus ojos ardían con intensidad.

“Solo tú puedes salvarlo”, dijo encarecidamente. “¡Coloca tu mano sobre su herida ahora!” ordenó.

Thor alargó el brazo y puso una mano sobre el pecho de Reece y, al hacerlo, Selese colocó la suya sobre la de él. El sintió que el calor y la energía atravesaban la mano de ella, su propia mano hasta llegar a la herida de Reece.

Ella cerró los ojos y empezó a canturrear y Thor sintió que una ola de calor se levantaba en el cuerpo de su amigo. Thor rezó con todas sus fuerzas para que su amigo volviera a él, para que se le perdonara aquella locura que lo había llevado a hacer eso.

Para gran alivio de Thor, Reece empezó a abrir lentamente los ojos. Parpadeó y alzó la vista al cielo y, a continuación, se incorporó lentamente.

Thor observó estupefacto cómo Reece pestañeaba varias veces y bajaba la vista hacia su herida: estaba totalmente curada. Thor estaba sin palabras, abrumado, impresionado por los poderes de Selese.

“¡Hermano mío!” gritó.

Alargó el brazo y lo abrazó y Reece, desorientado, lo abrazó también lentamente mientras Thor lo ayudaba a ponerse de pie.

“¡Estás vivo!” exclamó Thor, sin apenas atreverse a creerlo y agarrándolo por el hombro. Thor pensó en todas las batallas en las que habían estado juntos, en todas las aventuras y no podría haber soportado la idea de perderlo.

“¿Y por qué no iba a estarlo?” Reece parpadeó confundido. Miró las caras de curiosidad de la Legión que había a su alrededor y parecía desconcertado. Los demás se adelantaron y, uno a uno, lo abrazaron.

Mientras los demás iban hacia allí, Thor miró a su alrededor y estudió la situación y de repente se dio cuenta, horrorizado, de que faltaba alguien: O’Connor.

Thor corrió hacia el barandal lateral y buscó en las aguas desesperadamente al recordar que O’Connor, en el punto más alto de su locura, había saltado del barco hacia las embravecidas corrientes.

“¡O’Connor!” exclamó.

Los otros fueron corriendo a su lado y también buscaron entre las aguas. Thor miraba fijamente hacia abajo y estiró el cuello para mirar hacia los Estrechos, a las embravecidas aguas rojas, llenas de sangre –y, al hacerlo, vio que O’Connor, agitando brazos y piernas, estaba siendo engullido justo hacia el borde de los Estrechos.

Thor no perdió el tiempo; reaccionó por instinto, saltó hasta ponerse encima del barandal y se tiró al agua de cabeza.

Sumergido y sorprendido por su temperatura, Thor notó lo espesa que era el agua, parecía que estaba nadando entre sangre. El agua estaba tan caliente que parecía que nadaba en barro.

Thor necesitó todas sus fuerzas para andar a través de las aguas viscosas de vuelta a la superficie. Fijó la mirada en O’Connor, que empezaba a hundirse y vio el pánico en sus ojos. Mientras O’Connor cruzaba el borde hacia mar abierto también vio que la locura empezaba a abandonarlo.

Sin embargo, mientras sacudía brazos y piernas, empezaba a hundirse y Thor sabía que si no lo alcanzaba pronto, pronto se hundiría hacia el fondo de los Estrechos y nunca más lo volverían a encontrar.

Thor dobló sus esfuerzos, nadaba con todas sus fuerzas, nadando a pesar del intenso dolor y el agotamiento que sentía en los hombros. Y aún así, O’Connor empezó a hundirse en el agua mientras él se acercaba.

Thor sintió una inyección de adrenalina mientras observaba cómo su amigo se hundía bajo la superficie y supo que era ahora o nunca. Salió como una ráfaga hacia delante, se zambulló bajo el agua y dio una gran patada. Nadó por debajo del agua, esforzándose por abrir los ojos y ver a través del espeso líquido; no pudo. Le escocían demasiado.

Thor cerró los ojos e hizo uso de su instinto. Evocó a una profunda parte de sí mismo que podía ver sin ver con los ojos.

Con otro golpe desesperado, Thor alargó el brazo, tocando a tientas el agua que había ante él y notó algo: una manga.

Agarró a O’Connor eufórico y sorprendido de lo que pesaba al hundirse.

Thor tiraba a la vez que daba la vuelta y se dirigía otra vez a la superficie con todas sus fuerzas. Estaba agónico, cada músculo de su cuerpo protestaba, mientras pataleaba y nadaba hacia la libertad. El agua era muy espesa, tenía mucha presión, parecía que sus pulmones le iban a estallar. A cada brazada de su mano, le parecía que estaba tirando del mundo.

Justo cuando pensaba que nunca lo conseguiría, que se hundiría con O’Connor en las profundidades y morirían en aquel horrible lugar, Thor salió a la superficie del agua de repente.

Respirando con dificultad, se giró y, al mirar a su alrededor, vio aliviado que habían aparecido al otro lado de los Estrechos de la Locura, en mar abierto. Vio que la cabeza de O’Connor aparecía de repente a su lado, vio que él también respiraba con dificultad y su sensación de alivio fue completa.

Thor observó cómo la locura abandonaba a su amigo y la cordura volvía lentamente a su mirada.

O’Connor parpadeó varias veces, tosió y echó agua y después miró a Thor de manera inquisidora.

“¿Qué estamos haciendo aquí?” preguntó confundido. “¿Dónde estamos?”

“¡Thorgrin!” llamó una voz.

Thor escuchó un chapoteo a su lado y, al darse la vuelta, vio que una pesada cuerda iba a parar al agua a su lado. Alzó la vista y vio allí a Angel, junto a los demás en el barandal del barco, que había vuelto hacia allí para recogerlos.

Thor la cogió y agarró a O’Connor con su otra mano y, al hacerlo, la cuerda se movió, Elden los alcanzó y, con su gran fuerza, tiró de ambos hasta el lateral del casco. Los otros miembros de la Legión se les unieron y tiraron, estirón a estirón, hasta que Thor sintió cómo subía hasta estar en el aire y, finalmente, por encima del barandal. Los dos fueron a parar a cubierta del barco con un fuerte batacazo.

Thor, agotado y sin respiración, todavía tosiendo agua de mar, se tumbó en cubierta al lado de O’Connor: O’Connor se giró y lo miró, igualmente agotado, y Thor vio la gratitud en su mirada. Vio cómo O’Connor le daba las gracias. No hacía falta decir ninguna palabra, Thor lo entendía. Tenían un código silencioso. Eran hermanos de la Legión. Sacrificarse el uno por el otro era lo que hacían. Era por lo que vivían.

De repente, O’Connor empezó a reír.

Al principio Thor se preocupó, preguntándose si la locura todavía estaba sobre él, pero después se dio cuenta de que O’Connor estaba bien. Acababa de volver a su antiguo yo. Reía por el alivio, reía por la alegría de estar vivo.

Thor también empezó a reír, dejando atrás el esfuerzo y los demás se le unieron. Estaban vivos, a pesar de todo, estaban vivos.

Los otros miembros de la Legión se acercaron hacia delante, agarraron a O’Connor y a Thor y tiraron de ellos hasta que se pusieron de pie. Todos estrecharon las manos, se abrazaron con alegría, sus barco, finalmente entraba navegando con suavidad por las aguas que tenía enfrente.

Thor echó un vistazo y vio aliviado que se estaban alejando más y más de los Estrechos y la cordura descendía sobre todos ellos. Lo habían conseguido; habían atravesado los Estrechos, a un alto precio, sin embargo. Thor no creía que pudieran sobrevivir a otro viaje a través de ellos.

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