No podía estarlo.
Catalina vio que los soldados reales estaban reunidos ahora alrededor de su líder allá abajo en el pueblo. En otra ocasión, Catalina podría haberse detenido a luchar contra ellos, simplemente por el daño que la Viuda había hecho durante su vida. Ahora, sin embargo, no había tiempo. Fue corriendo hacia los barcos, intentando identificar en el que había estado Sofía en su visión.
Lo vio más adelante, una embarcación con doble mástil con un caballito de mar como proa. Fue corriendo hacia él, dio un brinco mientras se acercaba para saltar la barandilla y fue a parar suavemente sobre la cubierta del barco. Vio que los marineros la miraban fijamente, algunos de ellos echando mano de las armas. Si habían hecho algo para hacer daño a su hermana, mataría hasta al último de ellos.
—¿Dónde está mi hermana? —preguntó, vociferando sus palabras.
Tal vez reconocieron su parecido, a pesar de que Catalina era más bajita y más musculosa que su hermana y llevaba el pelo cortado como un chico. Sin decir nada, señalaron hacia el camarote que había en la parte posterior del barco.
Mientras iba hecha una furia hacia allí, vio a un hombre grande, que se estaba quedando calvo y tenía barba, esforzándose por ponerse de pie.
—¿Qué pasó aquí? —preguntó—. Rápido, creo que mi hermana está en peligro.
—¿Sofía es tu hermana? —dijo el hombre. Todavía parecía confundido por lo que fuera que lo había hecho caer—. Había un hombre… me golpeó. Tu hermana está en el camarote.
Catalina no lo dudó. Fue hacia el camarote y le dio una patada tan fuerte a la puerta para abrirla que la hizo astillas.
Vio un gato del bosque en un rincón, grande, con el pelo gris, que gruñía suavemente. Allí vio a Sebastián, arrodillado con un puñal en las manos, empapado de sangre casi hasta las muñecas. Estaba llorando mientras gritaba, pero eso no significaba nada. Un hombre podía llorar de arrepentimiento, o de culpa con la misma facilidad que cualquier otra cosa.
En el suelo, a su lado, Catalina vio a Sofía tumbada, inmóvil como un cadáver, con la carne tan gris como en la visión que Catalina había visto. En el suelo, a su lado, había un charco de sangre y en su pecho una herida que solo podía proceder de un arma.
—Está muerta, Catalina —dijo Sebastián, mirando hacia ella—. Está muerta.
—El que está muerto eres tú —vociferó Catalina. Ya le había dicho una vez a Sebastián que no podía perdonar el modo en que había hecho daño a Sofía. Pero esto iba más allá de cualquier cosa que hubiera hecho antes. Había intentado asesinar a su hermana. Entonces la rabia se apoderó de Catalina y salió disparada hacia delante.
Golpeó a Sebastián, apartándolo de su hermana. Él rodó por el suelo y se levantó, con el cuchillo todavía en la mano.
—Catalina, no quiero hacerte daño.
—¿Igual que le hiciste a mi hermana?
Catalina le dio una patada en la barriga, lo agarró por el brazo y lo retorció hasta que el cuchillo cayó haciendo ruido al suelo. Él consiguió soltarse antes de que le rompiera la extremidad, pero Catalina todavía no había terminado con él.
—Catalina, yo no lo hice, yo…
—¡Eres un mentiroso! —Salió corriendo, lo agarró y lo empujó de nuevo a través de la puerta con velocidad y con la fuerza aumentada que le había dado la fuente. Salió de golpe a la luz con él, consiguió agarrarle las piernas a Sebastián y lo levantó.
Lo lanzó por el lateral del barco y él cayó en los muelles. Fue a parar allí de cabeza, cayendo sin fuerza e inconsciente.
Catalina quería saltar tras él. Quería matarlo. Pero no había tiempo. Tenía que volver con Sofía.
—Si despierta —le dijo Catalina al capitán—, mátalo.
—Lo haría ahora —dijo aquel hombre grande—, pero tengo que poner en marcha este barco.
Catalina vio que señalaba hacia donde los soldados reales se dirigían hacia el barco, avanzando con absoluta determinación.
—Haz lo que puedas —dijo Catalina—. Yo tengo que ayudar a mi hermana.
Volvió corriendo al camarote. Sofía todavía estaba demasiado inmóvil, demasiado ensangrentada. Catalina no veía que su pecho subiera y bajara. Solo el más débil de los destellos de pensamiento que había en su interior le dijo a Catalina que había algo de vida. Catalina se arrodilló a su lado, intentando calmarse, intentando recordar lo que el hechicero Finnael le había enseñado. Había devuelto la vida a una planta, dándole un verde exuberante, pero Sofía no era una planta, era la hermana de Catalina.
Catalina buscó en el lugar en su interior donde podía ver la energía que rodeaba las cosas, donde podía ver el tenue brillo dorado que se había debilitado hasta quedar en nada alrededor de Sofía. Ahora sentía esa energía y podía recordar la sensación que había tenido al sacarle la energía a la planta, pero arrancar energía no era lo que tenía que hacer ahora.
Tomó contacto, intentando encontrar toda la energía que podía. Entonces Catalina la sintió; la sintió más allá de los límites de la habitación, más allá de los estrechos límites que definían su propia carne.
Entonces lo notó, el instante de conexión fue tan enorme, tan abrumador, que Catalina pensaba que no podría mantenerlo. Era demasiado, pero si eso suponía salvar a Sofía, Catalina debía encontrar el modo de hacerlo. Agarró el poder que había a su alrededor…
…y notó que sentía el reino entero, cada vida, cada indicio de poder. Catalina podía sentir las plantas y los animales, la gente y las cosas que representaban poderes más antiguos y más extraños. Catalina podía sentirlo y sabía qué era la energía: era vida, era magia.
Tomó el poder con tanta delicadeza como pudo, en trozos de cien lugares. Catalina sintió un trozo de hierba ponerse marrón en las Vueltas, unas cuantas hojas caer de los árboles en las laderas de Monthys. Solo tomaba la mínima cantidad de cada lugar, pues no deseaba dañarlo más.
Aun así, parecía que estaba intentando contener una inundación. Catalina gritaba por el esfuerzo de intentar contenerlo todo, pero aguantaba. Tenía que hacerlo.
Catalina lo vertió sobre Sofía, intentando controlarlo todo, intentando obligarlo a hacer lo que ella quería. Con la planta simplemente había sido cuestión de añadir energía, pero ¿aquí funcionaría eso? Así lo esperaba Catalina, pues no estaba segura de saber lo suficiente sobre cómo curar heridas para hacer cualquier otra cosa. Le dio a Sofía la energía que había tomado prestada del mundo, reforzando la delgada línea dorada de su vida, intentando hacer de ella algo más.
Lentamente, tan lentamente que era casi imperceptible, Catalina vio que la herida empezaba a cerrarse. Continuó hasta que la carne que había allí estaba perfecta, pero todavía había más por hacer. No bastaba con tener un cadáver de aspecto perfecto. Continuó introduciendo energía dentro de su hermana, manteniendo la esperanza de que fuera suficiente.
Finalmente, vio que el pecho de Sofía empezaba a subir y bajar de nuevo. Su hermana estaba respirando por sí misma y, por primera vez, Catalina tuvo la sensación de que no iba a morir. Se llenó de alivio al pensar en eso. Sin embargo, Sofía no despertaba, sus ojos se mantenían cerrados independientemente de la energía que usara Catalina. Catalina no estaba segura de poder mantener la energía mucho más tiempo. La soltó y cayó de espaldas sobre cubierta agotada, como si acabara de correr doce leguas.
Entonces fue cuando oyó los gritos de pelea fuera del camarote. Catalina se esforzó por ponerse de pie, pero no era fácil. Aunque la energía para recuperar a Sofía no hubiera venido de ella, canalizarla había supuesto un esfuerzo. Catalina consiguió ponerse de pie, desenfundar la espada y dirigirse hacia la puerta.