Oliver notó un nudo de angustia en el estómago. No era porque tuviera miedo de los chicos –o de cruzar el patio lleno de pelotas de baloncesto voladoras- era porque pronto volvería a ver a la Sra. Belfry.
Respecto a su profesora favorita, justo ayer había estado sentado en su clase. Pero para Oliver, parecía que hacía toda una vida. Él había pasado toda una aventura tumultuosa atrás en el tiempo. Esto le había cambiado, le había hecho madurar. Se preguntaba si ella notaría sus cambios cuando estuvieran cara a cara.
Cruzó el patio, agachándose bajo las pelotas de baloncesto voladoras y, a continuación, fue directamente por el pasillo hasta la clase de ciencias de la Sra. Belfry. Estaba vacía, no había nadie dentro. Él había tenido la esperanza de que ella estaría allí temprano y podría hablar con ella. Pero pronto, sus compañeros empezaron a entrar en fila. Todavía no había ni rastro de la Sra. Belfry, así que a Oliver no tuvo más remedio que sentarse. Buscó un asiento delante y al lado de la ventana.
Oliver miró hacia fuera a los campos de juego, a todos los niños que jugaban deportes diferentes. Le sorprendía lo raro que se le hacía fingir que era un alumno normal otra vez, estar con gente normal en lugar de videntes con poderes extraordinarios.
Entraron más chicos a la clase. Entre ellos estaba Samantha, la chica que se había burlado de Oliver cada vez que había respondido una de las preguntas de la Sra. Belfry. Se sentó al final de la clase. Después entró Paul. Él fue el que lanzó papel estrujado a la cabeza de Oliver por detrás.
Ver de nuevo a los chicos que se burlaban de él hacía que Oliver se sintiera incómodo. Pero los recuerdos de ellos intimidándole ya se estaban disipando, el escozor de sus palabras tenía mucho menos poder sobre él. Gracias a la Escuela de Videntes y a los amigos que había hecho allí, a Oliver le parecía que esas heridas habían sanado. Él había avanzado. Los que le amenazaban ya no podían hacerle daño.
La clase se llenó y todos reían y charlaban en voz alta hasta el momento en que la Sra. Belfry entró corriendo por la puerta. Parecía nerviosa.
—Lo siento, iba con retraso —Dejó su material didáctico sobre la mesa. Entre sus cosas había una lustrosa manzana roja—. Hoy vamos a hablar de las fuerzas —Cogió la manzana y la tiró al suelo—. ¿Quién puede adivinar lo que vamos a aprender hoy?
Oliver levantó la mano de inmediato. La Sra. Belfry le hizo una señal con la cabeza.
—La gravedad —dijo.
Inmediatamente, Oliver oyó la voz de Samantha imitándole. Rápidamente le siguieron las risitas de sus amigos.
Oliver decidió que era el momento de vengarse. Nada demasiado cruel, solo una pequeña revancha por sus acciones.
Echó un vistazo hacia atrás, la miró directamente a los ojos y usó sus poderes para arrastrar un chorro de polvo directamente a su nariz.
Samantha estornudó de inmediato. De su nariz salió un enorme moco. Todos los chicos que había a su alrededor se echaron a reír y la señalaban.
La Sra. Belfry mostró un pañuelo en dirección a Samantha. Samantha rápidamente limpió todo aquel caos. Tenía las mejillas encendidas.
Oliver le sonrió y después se giró de nuevo hacia delante.
La Sra. Belfry tocó las palmas para atraer la atención de todos.
—La gravedad. La fuerza que nos mantiene con los pies en el suelo. La fuerza que hace que todas las cosas caigan hacia la tierra. Dime, Oliver, ¿cómo supiste que hoy íbamos a hablar de la gravedad?
Oliver habló con voz fuerte y segura:
—Porque Sir Isaac Newton descubrió la ley de la gravedad cuando vio caer una manzana. No en su cabeza, por cierto. Ese es un error común.
Justo entonces, Oliver notó que algo le daba en la cabeza. Un lápiz repiqueteó en el suelo a su lado. Ni siquiera tuvo que mirar hacia atrás para saber que el misil había venido de Paul.
«Intenta lanzar lápices sin las manos» —pensó Oliver.
Se giró y clavó su mirada en Paul. Después usó sus poderes para pegar las manos de Paul a la mesa.
Paul bajó la mirada hacia sus manos de inmediato. Intentó moverlas. Estaban firmemente pegadas.
—¿Qué está pasando? —chilló.
Todos se giraron y vieron las manos de Paul pegadas a la mesa. Empezaron a reírse, evidentemente pensando que estaba de broma. Pero Oliver sabía que la mirada de pánico en los ojos de Paul era real.
La Sra. Belfry no parecía impresionada.
—Paul. Pegarte las manos a la mesa no es la idea más sensata que hayas tenido.
La clase bajó a una risa estridente.
—¡No lo hice, Sra. Belfry! —gritó Paul—. ¡Me está pasando algo raro!
Justo entonces, Samantha soltó otro enorme estornudo.
Sonriendo para sí mismo, Oliver se giró hacia delante.
La Sra. Belfry tocó las palmas.
—Prestad todos atención. Sir Isaac Newton era un matemático y físico inglés. ¿Alguien sabe cuándo fundó la ley de la gravedad?
Oliver levantó de nuevo la mano con seguridad. Era el único. La Sra. Belfry lo miró y asintió. parecía contenta de que ya no fuera reticente a levantar la mano. Antes, había tenido que sacarle las respuestas a la fuerza.
—¿Sí, Oliver?
—1687.
Ella sonrió.
—Correcto.
Justo entonces, Oliver oyó que Paul se burlaba de él de nuevo. Era evidente que pegarle las manos a la mesa no bastaba para pararlo. Oliver tenía que cerrarle la boca también.
Se giró y miró a Paul estrechando los ojos. En su mente, visualizó que una cremallera le cerraba los labios a Paul. Entonces expulsó la imagen. Y de esta manera, la boca de Paul se cerró con una cremallera.
Paul empezó a hacer un ruido sordo de pánico. Los estudiantes se giraron y empezaron a chillar al verlo. La Sra. Belfry parecía asustada.
Oliver supo de inmediato que había ido demasiado lejos. Rápidamente dio marcha atrás a lo que le había hecho a Paul y le liberó la boca y las manos. Pero era demasiado tarde. Paul le lanzó una mirada asesina y levantó un dedo.
—¡Tú! ¡Eres un bicho raro! ¡Tú hiciste que esto pasara!
Mientras los chicos empezaban a soltar insultos a Oliver, este miró a la Sra. Belfry. Había una extraña mirada de confusión en sus ojos, como si se estuviera haciendo una pregunta en silencio.
Mientras “¡Bicho raro!” sonaba a coro detrás de él, la Sra. Belfry tocó las palmas.
—¡Callaos todos! ¡callaos!
Pero los compañeros de Oliver estaban enloquecidos. Todos se amontonaron alrededor de Oliver, señalándole y gritando, insultándole. Se sentía acosado, menospreciado. Fue horrible.
Los quería lejos de él. Cerró los ojos y sacó sus poderes. De repente, todo se quedó en silencio.
Oliver abrió de nuevo los ojos y vio que los chicos se agarraban el cuello y la boca. Todavía le estaban gritando pero no salía ningún ruido. Era como si, sencillamente, Oliver hubiera apagado sus laringes.
La gente empezó a alejarse de él tambaleándose, hacia la puerta. Pronto, salieron corriendo de la clase. Pero Oliver no había acabado. Ellos tenían que aprender a no intimidar a la gente, a no insultarla o señalarla a la cara. Tenían que aprender la lección de verdad.
Así que mientras iban a toda prisa por el pasillo, Oliver hizo aparecer una nube de tormenta. Llovió sobre los chicos mientras corrían, empapándolos tanto como el sistema de aspersión.
El último niño salió corriendo de la clase. Entonces solo quedaban Oliver y la Sra. Belfry.
Él la miró y tragó saliva. Ahora no había ninguna duda. Oliver le había revelado sus poderes.
La Sra. Belfry fue corriendo hacia la puerta y la cerró con firmeza. Se giró y miró a Oliver. Tenía la frente profundamente arrugada entre las cejas.
—¿Quién eres?
Oliver sintió una presión en el pecho. ¿Qué pensaría de él la Sra. Belfry? Si estaba asustada o pensaba que él era un bicho raro como sus compañeros de clase, se sentiría abatido.