Aún aturdido por la caída de su caballo y con dolor en las costillas, Duncan trató de rodar para alejarse del primer soldado, pero no pudo hacerlo. Vio la espada levantarse detrás de él y se preparó para el mortal impacto; pero de repente el soldado gritó y Duncan miró a su caballo relinchando y golpeando a su enemigo en el pecho antes de que pudiera atacar a Duncan. El soldado salió volando con las costillas rotas y cayó de espaldas inconsciente. Duncan miró a su caballo con gratitud dándose cuenta de que le había vuelto a salvar la vida.
Con el tiempo que necesitaba, Duncan se puso de pie sacando su espada de repuesto y se preparó para el grupo de soldados que llegaba. El primer soldado lo atacó con su espada y Duncan la bloqueó sobre su cabeza, giró y lo cortó entre los hombros haciéndolo que cayera. Duncan avanzó y cortó al siguiente soldado en el estómago antes de que pudiera alcanzarlo, saltando después sobre su cuerpo y golpeando al siguiente soldado con los dos pies haciéndolo caer de espaldas. Se agachó mientras otro soldado trataba de golpearlo y después giró y lo cortó en la espalda.
Duncan, distraído por sus atacantes, giró al sentir movimiento detrás de él y vio cómo un Pandesiano tomaba la espada de la rendija y empezaba a jalarla. Al ver que no había tiempo, Duncan giró, apuntó, y lanzó su espada. Esta voló en el aire y se encajó en la garganta del hombre antes de que pudiera sacar la espada larga. Había salvado la puerta, pero había quedado indefenso.
Duncan avanzó hacia la puerta esperando poder ampliar la grieta; pero al hacerlo, un soldado lo tacleo por detrás y lo arrojó al piso. Con su espalda descubierta, Duncan sabía que estaba en peligro. No podía hacer mucho mientras el Pandesiano detrás de él levantaba su lanza para atravesarlo.
Un grito atravesó el aire y Duncan vio a Anvin acercarse girando su mazo y golpeando al soldado en la muñeca, derribando la lanza de su mano justo antes de que atravesara a Duncan. Anvin entonces saltó de su caballo y derribó al hombre y, al mismo tiempo, Arthfael y los otros llegaron atacando al grupo de soldados que se dirigía hacia Duncan.
Liberado, Duncan analizó la situación y vio a los soldados que cuidaban la puerta muertos, la puerta apenas abierta por su espada, y a cientos de soldados Pandesianos que empezaban a salir de los cuarteles apresurándose para atacar a Kavos, Bramthos, Seavig, y sus hombres. Sabía que había poco tiempo. Incluso con Kavos y sus hombres peleando, algunos escaparían y se dirigirían a la puerta, y si Duncan no controlaba estas puertas pronto, él y sus hombres estarían acabados.
Duncan esquivó mientras otra lanza era arrojada desde los parapetos. Se apresuró y tomó un arco y flechas de un soldado caído, se hizo hacia atrás, apuntó, y disparó hacia un Pandesiano que estaba en la cima mientras este se asomaba con una lanza en su mano. El muchacho gritó y cayó atravesado por la flecha, claramente no esperando esto. Se desplomó hacia la tierra cayendo al lado de Duncan, y Duncan se hizo a un lado para no ser aplastado por el cuerpo. Duncan sintió una especial satisfacción al ver que el muchacho era el encargado del cuerno.
“¡LAS PUERTAS!” gritó Duncan a sus hombres mientras estos derribaban a los soldados restantes.
Sus hombres se juntaron bajando de sus caballos y se apresuraron a ayudarlo a abrir las puertas. Jalaron con todas sus fuerzas, pero apenas si las movieron. Más hombres se unieron al esfuerzo y, mientras todos tiraban juntos, una empezó a moverse. Se abrió poco a poco y pronto hubo suficiente espacio para que Duncan pusiera su pie en la abertura.
Duncan introdujo sus hombros en la abertura y empujó con todas sus fuerzas, gimiendo y con sus brazos temblando. El sudor corría en su rostro a pesar del frio de la mañana y miró cómo un flujo de soldados salía de las guarniciones. La mayoría se enfrentaba a Kavos, Bramthos y sus hombres, pero los suficientes pudieron evitarlos dirigiéndose hacia él. Un grito repentino atravesó el amanecer y Duncan vio a un hombre a su lado, uno de sus leales comandantes, cayendo al suelo. Vio la lanza en su espalda y se dio cuenta de que los soldados ya estaban a distancia de tiro.
Más Pandesianos levantaron sus lanzas apuntando hacia su dirección y Duncan se preparó al darse cuenta de que no pasarían por las puertas a tiempo. Pero de repente, para su sorpresa, los soldados tambalearon y cayeron de frente. Observó y miró flechas y espadas en sus espaldas, y sintió una oleada de gratitud al ver a Bramthos y Seavig guiando a cien hombres que se separaban de Kavos, peleando con la guarnición pero ahora volteando para ayudarlo.
Duncan redobló sus esfuerzos empujando con todas sus fuerzas mientras Anvin y Arthfael se introdujeron a su lado sabiendo que tenían que abrir la grieta lo suficiente para que pasaran los soldados. Finalmente, mientras más hombres se unían al esfuerzo, hundieron sus pies en la nieve y empezaron a caminar. Duncan dio un paso tras otro hasta que, gimiendo, vio que la puerta se abrió hasta la mitad.
Escuchó un grito de victoria detrás de él y se volteó para ver a Bramthos y Seavig avanzando con cien hombres a caballo, todos dirigiéndose hacia la puerta abierta. Duncan recuperó su espada, la levantó y avanzó guiando a sus hombres por las puertas abiertas, poniendo un pie dentro de la capital y olvidando toda precaución.
Con flecha y lanzas lloviendo sobre ellos, Duncan se dio cuenta que tenían que ganar control sobre los parapetos, que también estaban equipados con catapultas con la capacidad de hacerles mucho daño a sus hombres. Miró arriba hacia las almenas pensando en cuál sería la mejor forma de subir, cuando de repente escuchó otro grito y miró una gran fuerza de soldados Pandesianos que se juntaba en la ciudad y avanzaban sobre ellos.
Duncan los enfrentó con valentía.
“¡HOMBRES DE ESCALON, ¿QUIÉN HABITA NUESTRA APRECIADA CAPITAL?!” gritó.
Todos los hombres gritaron y avanzaron detrás de él mientras Duncan montaba su caballo y los guiaba hacia los soldados.
A esto le siguió un gran impacto de armas mientras los soldados y caballos se encontraban, y Duncan y sus cien hombres atacaron a los cien soldados Pandesianos. Duncan sintió que los soldados Pandesianos habían sido sorprendidos con la guardia baja, pues esperaban una pelea fácil al haber visto a Duncan con unos cuantos hombres y sin esperar ver el gran número de refuerzos detrás de Duncan. Vio cómo sus ojos mostraban asombro al ver a Bramthos, Seavig y todos los hombres atravesar las puertas de la ciudad.
Duncan levantó su espada y bloqueó un ataque, apuñaló a un soldado en el estómago, giró, y golpeó a otro en la cabeza con su escudo; después tomó la lanza de su arnés y la lanzó a otro. Sin miedo, abrió un camino en medio de la multitud derribando a diestra y siniestra mientras todos a su alrededor, Anvin, Arthfael, Bramthos, Seavig, y sus hombres hacían lo mismo. Se sentía bien estar de nuevo dentro de la capital en estas calles que conocía muy bien; pero se sintió mejor el liberarla de los Pandesianos.
Muy pronto docenas de Pandesianos estaban apilados bajo sus pies, todos incapaces de detener a Duncan y sus hombres como una ola que caía sobre la capital al amanecer. Duncan y sus hombres estaban arriesgándolo todo, habían venido de muy lejos, y estos hombres cuidando las calles estaban lejos de su hogar, desmoralizados, con una causa débil, con sus líderes lejos, y sorprendidos. Después de todo, nunca se habían enfrentado en batalla contra los verdaderos guerreros de Escalon. Mientras la marea avanzaba, los soldados Pandesianos restantes se dieron la vuelta y escaparon; y Duncan y sus hombres cabalgaron con más velocidad alcanzándolos y derribándolos con flechas y lanzas hasta que no quedó ninguno.