Морган Райс - Una Corona para Los Asesinos стр 2.

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CAPÍTULO TREINTA Y CUATRO

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CAPÍTULO TREINTA Y SEIS

CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

CAPÍTULO TREINTA Y OCHO

CAPÍTULO UNO

Sofía se encontraba ante la Asamblea e intentaba no sentirse agobiada por todo aquel esplendor, o por todo lo que estaba previsto para aquel día. A su alrededor, los nobles vestían la clase de ropa elegante que había tenido ocupados durante semanas a los sastres y las modistas de Ashton, mientras que los soldados vestían sus mejores uniformes.

Evidentemente, no solo estaba la nobleza. Ahora la Asamblea de los Nobles era una asamblea de todo el mundo, con los habitantes de la ciudad sentados en los bancos, vestidos con lo que habían podido encontrar para la ocasión.

—Siento que no voy bien vestida para la ocasión —le dijo Sofía a Catalina, que le ofreció el brazo para que se apoyara. Su vestido, de un blanco sencillo que parecía casi liso al lado del oro y las joyas, las sedas y el brocado, e incluso después de los arreglos que habían hecho las modistas de la ciudad, se tensaba para tapar el bulto de su embarazo. A su lado, Sienne, el gato del bosque, se apretaba contra ella con un suave ronroneo.

—Es el día de tu boda —dijo Catalina—. Por definición, eres la mujer más bella de la sala.

—Es el día de nuestra boda —puntualizó Sofía, aunque cualquiera que las viera no lo hubiera dicho viendo a su hermana. Catalina llevaba un uniforme militar y Sofía dudaba que nadie se hubiera atrevido a sugerirle un vestido de boda.

—Solo que primero está el pequeño detalle de tu coronación —dijo Catalina con una sonrisa.

Sofía respiró hondo con cuidado y notó que la niña que tenía en su interior se movía. Eso la hizo sonreír. Después de tantas semanas, aún le costaba creer que pronto sería madre.

—¿Estás preparada? —dijo Catalina.

Sofía asintió.

—Lo estoy.

Catalina la acompañó hacia fuera y los vítores de la multitud que esperaba golpeó a Sofía como un muro de ruido. Allí había mucha gente. Sofía los oía y se sentía rodeada por la presencia de sus pensamientos. Notó que un mensaje mental de alegría de aquellos que tenían los mismos dones que ella se colaba entre el resto, aunque había bastantes.

—Ojalá Cora y Emelina pudieran estar aquí —dijo Sofía.

—Regresarán en cuanto convenzan a los líderes del Hogar de Piedra para que salgan de su escondite otra vez —la tranquilizó Catalina.

En parte, Sofía esperaba que se quedaran tras la batalla con uno de los suyos en el trono.

«Pensaba que se quedarían» —mandó Sofía a su hermana.

Catalina encogió los hombros.

«Están acostumbrados a esconderse y la mayoría tienen su vida en el Hogar de Piedra. Cora y Emelina harán que vuelvan. Y ahora vámonos, tu carruaje te espera».

Así era y la idea de que ir en procesión a su boda en un carruaje cubierto de oro fue suficiente para hacer reír a Sofía. Si le hubieran dicho que su boda sería así cuando era pequeña, no lo hubiera creído. Aun así, el carruaje era necesario. Sofía no estaba segura de poder hacer el trayecto hasta la plaza principal del pueblo a pie en ese momento sin llegar agotada, así que Catalina y ella subieron al carruaje, tirado por cuatro caballos blancos que trotaban de forma majestuosa. Mientras tanto, todos los miembros de la Asamblea les seguían, demostrando con sus vítores que estaban con ellas.

«Ojalá estuvieran así de unidos cuando discuten» —mandó Sofía a Catalina.

«Has conseguido hacer mucho» —le respondió Catalina—. Algo debes de estar haciendo bien.

Pero Sofía no estaba segura de cuánto había conseguido hasta el momento. Bueno, había hecho sus declaraciones al final de la batalla de Ashton y esperaba haber mejorado la vida de la gente, pero la vida en el reino era complicada. Parecía que para cada propuesta que hacía, había un montón de objeciones, sugerencias y recomendaciones.

Un ejemplo era la reconstrucción de Ashton tras la batalla. Mirando hacia fuera desde su carruaje, Sofía veía los edificios a medio reconstruir, soldados que se habían convertido en obreros mientras trabajaban en la ciudad, aunque cada día parecía traer un debate nuevo sobre si este edificio era más adecuado que aquel otro, o a quién pertenecía la tierra, o quién debía hacer el trabajo ahora que el trabajo por contrato de los sirvientes ya no era una opción.

«Hay una cosa que he conseguido» —mandó Sofía mientras pasaban por delante de un grupo de hombres que llevaban sus marcas de propiedad al descubierto en las pantorrillas, sin que nadie los molestara o intentara darles órdenes ahora que eran libres—. «Si no hago nada más, con esto valdrá».

«Yo creo que harás mucho más» —le aseguró Catalina.

A su alrededor, la multitud continuaba lanzando gritos de alegría. Sonaba música por todas partes, pues los artistas callejeros se unieron a la celebración. Lord Cranston y sus hombres desfilaban y se unieron al desfile a un paso perfecto mientras se dirigían hacia la plaza. Alguien tiró algo y Catalina lo cogió, con mirada recelosa, pero solo era una flor. Sofía se rio y la metió lo mejor que pudo entre los cortos bucles del pelo de su hermana.

—Voy a hacer alguna cosa para hacer que parezcas una novia —dijo Sofía.

—Para eso, ¿no deberíamos llevar máscaras las dos?

—No —dijo Sofía con firmeza. Esa era una cosa que había dejado clara, por la misma razón que nada de esto tendría lugar en el interior de la Iglesia de la Diosa Enmascarada, sino en la plaza de detrás.

Esa plaza estaba tan abarrotada de gente que hizo falta que los soldados mantuvieran un espacio libre en el centro. Allí había una plataforma preparada, engalanada con sedas, con un trono dispuesto sobre un altar. Allí estaba la actual suma sacerdotisa de la Diosa Enmascarada, junto con Hans y Jan, los primos de Sofía y Catalina; Frig y Ulf estaban en las tierras de la montaña, mientras que Rika, Oli y Endi habían vuelto a Ishjemme.

Lucas también estaba allí, resplandeciente con su vestimenta de seda, y parecía estar encantado por sus hermanas e increíblemente nervioso a la vez.

«¿Tienes la sensación de que solo quiere quitarse esto de encima para poder ir a buscar a nuestros padres» —mandó Sofía a Catalina.

«Para que podamos» —la corrigió Catalina—. «Debe de ser difícil esperar así, ahora que sabe dónde buscar y sin tan solo tener la expectativa de una boda para pasar el tiempo».

«Si alguna de vosotras cree que estoy poco menos que feliz por vosotras, se equivoca. No me perdería este día por » —les mandó Lucas a las dos—. «¿Estás preparada para ser reina, Sofía?»

Como respuesta, Sofía se bajó del carruaje y se dirigió al escenario dando largos pasos mientras la multitud aclamaba. Se dio la vuelta y miró a la gente que estaba allí reunida, sintiendo la alegría y la esperanza por su parte. Sabía que esperaban que ella hablara.

—Hace unas semanas, tomé Ashton por la fuerza —dijo—. Tomé decisiones como reina porque tenía un ejército que me respaldaba. Después fui hasta la Asamblea de los Nobles y les expuse mi caso. Aceptaron que yo fuera la reina porque mi sangre me daba derecho a ello. Hoy voy a ser coronada, pero ninguna de estas cosas parece suficiente. Por eso os pregunto: ¿me queréis a mí como vuestra reina?

Cuando vino la respuesta en forma de clamor, Sofía se dirigió hacia el trono y se sentó en él. Hans se acercó con una corona, algo delicado cuyo hilos de platino y oro se entrelazaban para parecer enredaderas, con flores enjoyadas colocadas a lo largo de su circunferencia. Se la pasó a la suma sacerdotisa de la Diosa Enmascarada. Esta era una parte de la ceremonia de la que Sofía hubiera prescindido, pero si iba a reunificar Ashton entera, debía demostrar que estaba dispuesta a aceptar a toda su gente, incluidos los muchos seguidores de la Iglesia Enmascarada.

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