Морган Райс - Una Corona para Los Asesinos стр 5.

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—Se hará lo que usted ordene, mi señor —prometió.

El Maestro de los Cuervos no tenía ninguna duda de que así sería. Él daba órdenes y la gente moría en respuesta. Si resultaba que era un niño lo que lo amenazaba… pues el niño podía morir también, junto a su madre.

CAPÍTULO TRES

Emelina estaba en el centro del Hogar de Piedra e intentaba contener algo de su frustración, mientras miraba a todos los habitantes alrededor del círculo de piedra. Cora y Aidan estaban a su lado, lo que era un apoyo, pero todos los demás estaban tan decididos en su contra que no parecía bastar.

—Sofía nos mandó para convenceros de que volváis a Ashton —dijo Emelina, centrándose en el lugar donde Asha y Vincente estaban sentados. ¿Cuántas veces había tenido allí esta discusión? Había sido necesario todo este tiempo para llegar al punto en el que hablaran de esto juntos en el círculo.

—No era necesario que regresarais al Hogar de Piedra tras la batalla. Ella está construyendo un reino donde los de nuestra especie somos libres y no tenemos nada que temer.

—Siempre habrá algo que temer mientras existan los que nos odian —replicó Asha—. Podría haber ordenado que cerraran las iglesias de la Diosa Enmascarada. Podría haber hecho colgar a los asesinos de la misma por sus crímenes.

—Y eso hubiera hecho que la guerra civil empezara de nuevo —dijo Cora, que estaba al lado de Emelina.

—Es mejor tener una guerra que vivir al lado de quien nos odia —dijo Asha—. Quien nos ha hecho estas cosas nunca, nunca, puede ser perdonado.

Vincente lo dijo con palabras más comedidas, pero no fue mucho más útil.

—Este es un lugar en el que hemos construido una comunidad, Emelina. Este es un lugar en el que podemos estar seguros de que estamos a salvo. No tengo ninguna duda de que Sofía tiene buenas intenciones, pero eso no es lo mismo que poder cambiar las cosas.

Emelina tuvo que reprimir la necesidad de gritarles por ser tan estúpidos. Cora debió de verlo, pues le puso una mano sobre el brazo a Emelina.

—Todo irá bien —susurró—. Acabarán viendo lo que es sensato.

—A lo que tú le llamas «sensato» —gritó Asha desde el otro lado del círculo de piedra— yo le llamó traición a nuestro pueblo. Es aquí donde estamos a salvo, no por ahí fuera en el mundo.

Emelina le lanzó una mirada furiosa. Asha no podía haber oído el susurro de Cora desde allí, lo que significaba que había leído su mente. Eso era más que irrespetuoso, era peligroso, especialmente porque Asha había sido la que había enseñado a Emelina cómo se sacaban los recuerdos de alguien.

—La gente es libre de ir y venir si lo desea —dijo Vincente—. Si Sofía realmente aporta un reino en el que los de nuestra especie somos libres, la gente vendrá por su propia voluntad, sin necesidad de enviados.

—Y hasta entonces, ¿qué impresión dará? —contestó Emelina—. ¿Qué impresión dará que todos los que tienen dones estén escondidos, como si estuvieran avergonzados? ¿Parecerá que no somos una amenaza o dará lugar a que la gente asegure que estamos conspirando en secreto? ¿A que vuelvan a aparecer los viejos rumores?

La parte más complicada de la multitud que los rodeaba era que para Emelina era imposible calcular qué efecto estaban teniendo sus palabras. Con otro público hubiera podido llegar a la sensación de sus pensamientos o, por lo menos, escucharlos hablar entre ellos. Aquí, las conversaciones eran cosas silenciosas que iban y venían como un parpadeo, lo suficientemente bien dirigidas para que ella no formara parte de ello.

—Tal vez tengáis razón —dijo Vincente.

—No, no la tienen —respondió Asha—. Son ellos los que han hecho que estemos menos a salvo, haciendo que la gente supiera dónde estamos.

—No se lo hemos dicho a nadie —dijo Cora.

Asha resopló.

—Como si no pudieran haberlo sacado de vuestra cabeza. Si no os mandara la reina, os sacaría todos los pensamientos por ello.

—No —dijo Aidan, poniendo una mano protectora sobre el hombro de Cora—. No lo harías.

Vincente se puso de pie, su altura era más que impresionante para calmar las cosas.

—Ya está bien de peleas. Asha, las nuevas defensas serán más que suficientes para protegernos, incluso si nos encuentran. En cuanto al resto… sugiero una visión.

—¿Una visión? —preguntó Emelina.

Vincente hizo un gesto que incluía a la multitud que los rodeaba.

—Unamos nuestras mentes y veamos qué resultado tendrá cada una de las acciones. No es perfecto, pero nos ayudará a decidir qué debemos hacer.

La idea de unir su mente a tantas otras era preocupante, pero si esto le proporcionaba la posibilidad de convencerlos, Emelina no iba a contenerse.

—De acuerdo —dijo—. ¿Cómo lo hacemos?

«Sencillamente, conecta tu mente a las de los otros» —mandó Vincente—. «Están esperando».

Emelina contactó con su don y ahora podía sentir que las mentes de los que estaban en el círculo la esperaban. Ahora se mostraban abiertos de un modo en el que no habían estado antes. Respiró profundamente y se zambulló entre ellos.

Era y no era ella, tanto una mota individual de pensamientos como la nube más grande que los llevaba juntos a la deriva. Con tantos de ellos en un mismo lugar, había más poder aquí que el que una persona pudiera haber poseído nunca. Ese poder se dirigía a un centro y Emelina notaba que Vincente la guiaba con la mano, con lo que sospechaba que era una habilidad nacida de una latga práctica.

«Concentraos en el futuro» —mandó—. «En ver lo que pasará si…»

No fue más allá, pues en ese momento una visión se apoderó de ellos con la fuerza de un incendio forestal.

En su visión sí que había fuego. Parpadeaba sobre los tejados de Ashton, consumiendo, destrozando. Unos soldados vestidos con uniformes color ocre marchaban por las calles, matando a su paso. Emelina oía a mujeres chillando dentro de las casas, veía cómo asesinaban a los hombres mientras huían en las calles. La visión parecía flotar en las calles, sin apenas darles tiempo a asimilar la matanza mientras se dirigían a palacio.

A su alrededor, la destrucción de Ashton hacía que a Emelina le doliera verlo. La matanza era espantosa, pero curiosamente, la pérdida de los lugares en los que había crecido era casi igual de mala. Ver las barcazas quemando en el río le hizo pensar en la barcaza en la que ella intentó escapar de la ciudad. Ver el mercado lleno de cadáveres en lugar de puestos le rompía el corazón.

Llegaron al palacio y el Maestro de los Cuervos estaba esperando. No había ninguna duda de quién era, con su largo abrigo anticuado y sus pájaros volando en círculos. Incluso en esta imagen, el verlo hacía estremecer a Emelina, pero no podía apartar la mirada. Observaba cómo marchaba por palacio, matando con tal facilidad que casi parecía no tener importancia para él.

La imagen cambió y él estaba en un balcón, con un bebé en brazos. Por instinto, Emelina supo que era la hija de Sofía. Tenía un brillo que le recordaba los pensamientos de Sofía y Emelina quería alargar el brazo para proteger a la niña.

Pero aquí no había nada que pudiera hacer, excepto observar al Maestro de los Cuervos levantando a la bebé, mientras la sostenía por encima de su cabeza. Cuando los cuervos bajaron a comer…

Emelina respiraba con dificultad cuando volvió de golpe a su cuerpo, con el corazón acelerado. Alrededor del círculo, veía a otras personas mirando hacia arriba, aturdidas o sobresaltadas. Sabía que habían visto las mismas cosas que ella. De eso se trataba.

—Tenemos que ayudarles —dijo Emelina, en cuanto tuvo suficiente aliento para hacerlo.

—¿Qué? —preguntó Cora—. ¿Qué está pasando?

—El Maestro de los Cuervos va a quemar Ashton —dijo Emelina—. Va a matar al bebé de Sofía. Lo vimos en una visión.

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