Electra - Гальдос Бенито Перес страница 2.

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Marqués (como reprendiéndole por su severidad). Dios la perdonó…

Don Urbano. Sí, sí… perdón, olvido…

Marqués. Y ustedes, ahora, tantean a Electra II para saber si sale derecha o torcida. ¿Y qué resultado van dando las pruebas?

Don Urbano. Resultados obscuros, contradictorios, variables cada día, cada hora. Momentos hay en que la chiquilla nos revela excelsas cualidades, mal escondidas en su inocencia; momentos en que nos parece la criatura más loca que Dios ha echado al mundo. Tan pronto le encanta a usted por su candor angelical, como le asusta por las agudezas diabólicas que saca de su propia ignorancia.

Marqués. Exceso de imaginación quizás, desequilibrio. ¿Es viva?

Don Urbano. Tan viva como la misma electricidad, misteriosa, repentina, de mucho cuidado. Destruye, trastorna, ilumina.

Marqués (levantándose). La curiosidad me abrasa ya. Vamos a verla.

ESCENA III

El Marqués, Don Urbano; Cuesta, por el fondo.

Cuesta (entra con muestras de cansancio, saca su cartera de negocios y se dirige a la mesa). Marqués… ¿tanto bueno por aquí…?

Marqués. Hola, gran Cuesta. ¿Qué nos dice nuestro incansable agente…?

Cuesta (sentándose. Revela padecimiento del corazón). El incansable…¡ay! se cansa ya.

Don Urbano. Hombre, ¿qué me dices del alza de ayer en el Amortizable?9

Cuesta. Vino de París con dos enteros.

Don Urbano. ¿Has hecho nuestra liquidación?

Marqués. ¿Y la mía?

Cuesta. En ellas estoy… (Saca papeles de su cartera y escribe con lápiz.) Luego sabrán ustedes las cifras exactas. He sacado10 todo el partido posible de la conversión.

Marqués. Naturalmente… siendo el tipo de emisión de los nuevos valores 79.50… habiendo adquirido nosotros a precio muy bajo el papel recogido…

Don Urbano. Naturalmente…

Cuesta. Naturalmente, el resultado ha sido espléndido.

Marqués. La facilidad con que nos enriquecemos, querido Urbano, enciende en nosotros el amor de la vida y el entusiasmo por la belleza humana. Vámonos al jardín.

Don Urbano (a Cuesta). ¿Vienes?

Cuesta. Necesito diez minutos de silencio para ordenar mis apuntes.

Don Urbano. Pues te dejamos solo. ¿Quieres algo?

Cuesta (abstraído en sus apuntes). No… Sí: un vaso de agua. Estoy abrasado.

Don Urbano. Al momento. (Sale con el Marqués hacia el jardín.)

ESCENA IV

Cuesta, Patros.

Cuesta (corrigiendo los apuntes). ¡Ah! sí, había un error. A los11 de Yuste corresponden… un millón seiscientas mil pesetas. Al Marqués de Ronda, doscientas veintidós mil. Hay que descontar las doce mil y pico, equivalentes a los nueve mil francos…

(Entra Patros con vasos de agua, azucarillos, coñac. Aguarda un momento a que Cuesta termine sus cálculos.)

Patros. ¿Lo dejo aquí, Don Leonardo?

Cuesta. Déjalo y aguarda un instante… Un millón ochocientos… con los seiscientos diez… hacen… Ya está claro. Bueno, bueno… Con que, Patros… (Echa mano al bolsillo, saca dinero y se lo da.)

Patros. Señor, muchas gracias.

Cuesta. Con esto te digo que espero de ti un favor.

Patros. Usted dirá, Don Leonardo.

Cuesta. Pues… (revolviendo el azucarillo). Verás…

Patros. ¿No pone coñac? Si viene sofocado, el agua sola puede hacerle daño.

Cuesta. Sí: pon un poquito… Pues quisiera yo… no vayas a tomarlo a mala parte… quisiera yo hablar un ratito a solas con la señorita Electra. Conociéndome como me conoces, comprenderás que mi objeto es de los más puros, de los más honrados. Digo esto para quitarte todo escrúpulo… (Recoge sus papeles.) Antes que alguien venga, ¿puedes decirme qué ocasión, qué sitio son los más apropiados…?

Patros. ¿Para decir cuatro palabritas a la señorita Electra? (Meditando.) Ello ha de ser cuando los señores despachan con el apoderado… Yo estaré a la mira…

Cuesta. Si pudiera ser hoy, mejor.

Patros. El señor ¿vuelve luego?

Cuesta. Volveré, y con disimulo me adviertes…

Patros. Sí, Sí… Pierda cuidado. (Recoge el servicio y se retira.)

ESCENA V

Cuesta; Pantoja, enteramente vestido de negro. Entra en escena meditabundo, abstraído.

Cuesta. Amigo Pantoja, Dios le guarde. ¿Vamos bien?

Pantoja (suspira). Viviendo, amigo, que es como decir: esperando.

Cuesta. Esperando mejor vida…

Pantoja. Padeciendo en ésta todo lo que el Señor disponga para hacernos dignos de la otra.

Cuesta. ¿Y de salud?

Pantoja. Mal y bien. Mal, porque me afligen desazones y achaques; bien, porque me agrada el dolor, y el sufrimiento me regocija. (Inquieto y como dominado de una idea fija, mira hacia el jardín.)

Cuesta. Ascético estáis.

Pantoja. ¡Pero esa loquilla…! Véala usted correteando con los chicos del portero, con los niños de Máximo y con otros de la vecindad. Cuando la dejan explayarse en las travesuras infantiles, está Electra en sus glorias.

Cuesta. ¡Adorable muñeca! Quiera Dios hacer de ella una mujer de mérito.

Pantoja. De la muñeca graciosa, de la niña voluble, podrá salir un ángel más fácilmente que saldría de la mujer.

Cuesta. No le entiendo a usted, amigo Pantoja.

Pantoja. Me entiendo yo… Mire, mire como juegan. (Alarmado.) ¡Jesús me valga!12 ¿A quién veo allí? ¿Es el Marqués de Ronda?

Cuesta. Él mismo.

Pantoja. Ese corrumpido corruptor. Tenorio13 de la generación pasada, no se decide a jubilarse por no dar un disgusto a Satanás.14

Cuesta. Para que pueda decirse una vez más que no hay paraíso sin serpiente.

Pantoja. ¡Oh, no! ¡Serpiente ya teníamos! (Nervioso y displicente, se pasea por la escena.)

Cuesta. Otra cosa: ¿no se ha enterado usted de la millonada que les traigo?

Pantoja (sin prestar gran atención al asunto, fijándose en otra idea que no manifiesta). Sí, ya sé… ya… Hemos ganado una enormidad.

Cuesta. Evarista completará su magna obra de piedad…

Pantoja (maquinalmente). Sí.

Cuesta. Y usted dedicará mayores recursos a San José15 de la Penitencia.

Pantoja. Sí… (Repitiendo una idea fija.) Serpiente ya teníamos. (Alto.) ¿Qué me decía usted, amigo Cuesta?

Cuesta. Que…

Pantoja. Perdone usted… ¿Es cierto que el vecino de enfrente, nuestro maravilloso sabio, inventor y casi taumaturgo, piensa mudar de residencia?

Cuesta. ¿Quién? ¿Máximo? Creo que sí. Parece que en Bilbao16 y en Barcelona17 acogen con entusiasmo sus admirables estudios para nuevas aplicaciones de la electricidad; y le ofrecen cuantos capitales necesite para plantear estas novedades.

Pantoja (meditabundo). ¡Oh!… Capital, dentro de mis medios, yo se lo daría, con tal que…

ESCENA VI

Pantoja, Cuesta; Evarista, Don Urbano, El Marqués, que vienen del jardín.

Evarista (soltando el brazo del Marqués). Felices, Cuesta. Pantoja, ¡cuánto me alegro de verle hoy!… (Cuesta y Pantoja se inclinan y le besan la mano respetuosamente. Siéntase la señora a la derecha; el Marqués, en pie, a su lado. Los otros tres forman grupo a la izquierda hablando de negocios.)

Marqués (reanudando con Evarista una conversación interrumpida). Por ese camino, no sólo pasará usted a la Historia, sino al Año Cristiano.18

Evarista. No alabe usted, Marqués, lo que en absoluto carece de mérito. No tenemos hijos: Dios arroja sobre nosotros caudales y más caudales. Cada año nos cae una herencia. Sin molestarnos en lo más mínimo ni discurrir cosa alguna, el exceso de nuestras rentas, manejado en operaciones muy hábiles por el amigo Cuesta, nos crea sin sentirlo nuevos capitales. Compramos una finca, y al año la subida de los productos triplica su valor; adquirimos un erial, y resulta que el subsuelo es un inmenso almacén de carbón, de hierro, de plomo… ¿Qué quiere decir esto, Marqués?

Marqués. Quiere decir, mi venerable amiga, que cuando Dios acumula tantas riquezas sobre quien no las desea ni las estima, indica muy claramente que las concede para que sean destinadas a su servicio.

Evarista. Exactamente. Interpretándolo yo del mismo modo, me apresuro a cumplir la divina voluntad. Lo que hoy me trae Cuesta, no hará más que pasar por mis manos, y con esto habré consagrado al Patrocinio19 siete millones largos, y aún haré más, para que la casa y colegio de Madrid tengan todo el decoro y la magnificencia que corresponden a tan grande instituto… Impulsaremos las obras de los colegios de Valencia20 y Cádiz…21

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