“Tenemos que llevarlo”, le digo a Logan. “Podemos hacer espacio para uno más”.
“No lo conoces”, dice Logan. “Además, no tenemos comida”.
“Puedo cazar”, dice el hombre. “Tengo la flecha y el arco”.
“Te está siendo de mucha ayuda aquí arriba”, dice Logan.
“Por favor”, dice Rupert. “Puedo ayudar. Por favor. No quiero su comida”.
“Lo llevaremos”, le digo a Logan.
“No, no lo llevaremos”, contesta. “No conoces a este hombre. No sabes nada de él”.
“No sé gran cosa de ti”, le digo a Logan, sintiendome más enojada. Odio que sea tan cínico, tan reservado. “Tú no eres la única persona que tiene derecho a vivir”.
“Si lo llevas, nos pondrás en peligro a todos”, dice. “No solamente a ti. También a tu hermana”.
“Somos tres personas, hasta donde sé”, se escucha la voz de Bree.
Volteo a ver que ella salió del camión y está parada detrás de nosotros.
“Y eso significa que somos una democracia. Y mi voto cuenta. Voto por llevarlo. No podemos dejarle aquí para que muera”.
Logan mueve la cabeza, parece enojado. Sin decir otra palabra, su mandíbula se enducrece, vuelve a subir al camión.
El hombre me mira con una gran sonrisa, su cara tiene miles de arrugas.
“Gracias”, dice susurrando. “No sé cómo agradecerte”.
“Sólo date prisa, antes de que él cambie de opinión”, digo, mientras volvemos al camión.
Al acercarse Rupert a la puerta, Logan dice: “No te sentarás adelante. Entra en la parte trasera del camión”.
Antes de que yo pueda discutir, Rupert sube feliz en la parte trasera del camión. Bree entra y yo también y nos vamos.
Es un estresante recordatorio del viaje de regreso al río. Conforme avanzamos, el cielo se oscurece; constantemtne observo la puesta del sol, de un rojo sangriento a través de las nubes. Está haciendo más frío cada segundo, y la nieve se está endureciendo conforme avanzamos, convirtiéndose en hielo en algunos lugares, lo que hace más inestable la conducción. El indicador de gasolina está disminuyendo, parpadea en rojo y aunque nos falta kilómetro y medio para llegar, siento como si estuviéramos luchando por cada centímetro. También siento cómo Logan está desasosegado por nuestro nuevo pasajero. Es un desconocido más. Una boca más que alimentar.
En silencio obligo al camión a seguir adelante, al cielo a mantener la luz, a la nieve a que no se endurezca, mientras piso a fondo el acelerador. Justo cuando creo que nunca vamos a llegar allá, rodeamos la curva, y veo nuestra salida. Giro con fuerza sobre el estrecho camino de tierra, que desciende hacia el río, obligando al camión a lograrlo. Sé que la lancha está a solo ciento ochenta metros de distancia.
Damos vuelta en otra curva, y al hacerlo, mi corazón se llena de alivio cuando veo la lancha. Todavía está ahí, flotando en el agua, y veo a Ben ahí parado, parece nervioso, mirando al horizonte esperando que nos acerquemos.
“¡Nuestra lancha!”, grita Bree emocionada.
Este camino tiene más baches cuando aceleramos cuesta abajo. Pero vamos a lograrlo. Me siento aliviada.
Sin embargo, al ver el horizonte, a lo lejos veo algo que me hace sentir descorazonada. No puedo creerlo. Logan debe estarlo viéndolo al mismo tiempo.
“Maldita sea”, susurra.
A lo lejos, en el Hudson, está la lancha de un tratante de esclavos—una lancha motora grande, brillante, elegante, negra, que se acerca rápidamente hacia nosotros. Es del doble de tamaño de la nuestra, y estoy segura de que está mucho más equipada. Para empeorar las cosas, veo otra lancha detrás de esa, más atrás.
Logan tenía razón. Estaban mucho más cerca de lo que creí.
Oprimo el freno y patinamos hasta detenernos como a nueve metros de la costa. Pongo la palanca de cambios en estacionar, abro la puerta y salgo, preparándome para correr hacia la lancha.
De repente, algo anda muy mal. Siento que no puedo respirar y un brazo rodea mi garganta; después siento que me arrastran hacia atrás. Me estoy sofocando, viendo estrellas, y no entiendo qué está pasando. ¿Los tratantes de esclavos nos tendieron una emboscada?
“No te muevas”, sisea una voz en mi oído.
Siento algo afilado y frío contra mi garganta y me percato de que es un cuchillo.
Es entonces que me doy cuenta de lo que ha sucedido. Rupert. El desconocido. Él me ha tendido una emboscada.
TRES
“¡BAJA TU ARMA!”, grita Rupert. “¡YA!”.
Logan está a unos metros de distancia, levanta su pistola, apuntando a mi cabeza. La sostiene y veo que delibera acerca de dispararle a este hombre. Veo que quiere hacerlo, pero le preocupa herirme.
Ahora me doy cuenta de lo tonta que fui al recoger a esta persona. Logan había estado en lo cierto. Yo debería hacerle hecho caso. Rupert nos estuvo usando todo el tiempo, quería tomar nuestra lancha y alimentos y suministros y quedarse con todo. Está totalmente desesperado. Me doy cuenta de repente de que seguramente va a matarme. No tengo duda de ello.
“¡Dispara!”, le digo gritando a Logan. “¡Hazlo!”.
Confío en Logan—sé que es un gran tirador. Pero Rupert me sostiene fuertemente y veo a Logan indeciso, inseguro. Es en ese momento que veo en los ojos de Logan el miedo que tiene de perderme. Se preocupa, después de todo. Realmente le importa.
Lentamente, Logan tiende la pistola, con la mano abierta, después la coloca suavemente en la nieve. Me siento descorazonada.
“¡Suéltala!”, le ordena.
“¡La comida!”, responde Rupert, siento su aliento caliente en mis oídos. “¡Esos sacos! ¡Tráemelos! ¡Ahora!”.
Logan camina lentamente hacia la parte trasera del camión, extiende la mano y toma los cuatro pesados sacos, y camina hacia el hombre.
“¡Ponlos en el suelo!”, grita Rupert. “¡Lentamente!”
Poco a poco, Logan los pone en el suelo.
A lo lejos, oigo el zumbido de los motores de los tratantes de esclavos, acercándose. No puedo creer lo tonta que fui. Todo se está derrumbando ante mis ojos.
Bree baja del camión.
“¡Suelta a mi hermana!”, le dice gritando.
Es entonces cuando veo el futuro desentrañándose ante mis ojos. Veo lo que pasará. Rupert me cortará el cuello, después le quitará el arma a Logan y lo matará a él y a Bree. Después, a Ben y a Rose. Nos robará la comida y la lancha y se irá.
Que me mate es una cosa. Pero latimar a Bree, es diferente. Es algo que no puedo permitir.
De pronto, reacciono. Vienen a mi memoria imágenes de mi papá, de su rudeza, de los movimientos de combate cuerpo a cuerpo que me enseñó. De los puntos de presión. De los golpes. Llaves. De cómo salir casi de cualquier cosa. De cómo hacer que un hombre caiga de rodillas con un solo dedo. Y de cómo quitar un cuchillo del cuello.
Evoco algunos reflejos antiguos y dejo que mi cuerpo se haga cargo. Levanto la parte interna de mi codo quince centímetros, y lo llevo hacia atrás, apuntando a su plexo solar.
Doy un fuerte golpe, donde quería. Su cuchillo se clava un poco más en mi cuello, arañándolo, y me duele.
Pero al mismo tiempo, lo escucho resollar, y me doy cuenta de que mi golpe funcionó.
Doy un paso hacia adelante, alejo su brazo de mi garganta y doy una patada hacia atrás, golpeándolo con fuerza entre las piernas.
Él tropieza de espaldas unos centímetros y se derrumba en la nieve.
Respiro profundamente, jadeando, mi garganta me está matando. Logan va por su pistola.
Me doy vuelta y veo a Rupert salir corriendo hacia nuestra lancha. Da tres grandes pasos y salta directamente al centro de ésta. Con ese mismo movimiento, estira la mano y corta la cuerda que sostiene a la lancha a la orilla. Todo ocurre en un abrir y cerrar de ojos; no puedo creer lo rápido que lo hace.
Ben está ahí parado, aturdido y confundido, sin saber cómo reaccionar. Rupert, por otro lado, no vacila: él salta hacia Ben y lo golpea con fuerza en la cara con la mano que tiene libre.
Ben tambalea y cae y es derribado, y antes de que se pueda levantar, Rupert lo sujeta por detrás con una llave, y pone el cuchillo en su cuello.