Él se vuelve frente anosotros, usando a Ben como escudo humano. En el interior de la lancha, Rose se encoge de miedo y grita, y Penélope ladra como loca.
“¡Si me disparan, también morirá él!”, grita Rupert.
Logan recupera su arma y está ahí parado, apuntando. Pero no es un tiro fácil. La lancha se desplaza lejos de la orilla, a unos catorce metros de distancia, balanceándose salvajemente con la marea. Logan tiene casi cinco centímetros de alcance para sacarlo, sin matar a Ben. Logan vacila y puedo ver que no quiere arriesgarse a matar a Ben, ni siquiera para que sobrevivamos. Es la característica que lo redime.
“¡Las llaves!”, dice Rupert gritando a Ben.
Ben, en su haber, por lo menos ha hecho algo bueno: debe haber escondido las llaves en algún lugar cuando vio acercarse a Rupert. Fue un movimiento inteligente.
A lo lejos, de repente veo a los tratantes de esclavos salir a la luz, mientras el zumbido de sus motores se hace más fuerte. Tengo un creciente sentido de temor, de desamparo. De impotencia. No sé qué hacer. Nuestra lancha está muy lejos de la orilla para llegar a ella—y aunque pudiéramos hacerlo, Rupert podría matar a Ben en el proceso.
Penélope ladra y salta de las manos de Rose, corre por la lancha, y clava sus dientes en la pantorrilla de Rupert.
Él grita y momentáneamente suelta a Ben.
Resuena un disparo. Logan encontró su oportunidad y no perdió el tiempo.
Es un tiro limpio, justo entre los ojos. Rupert nos mira por un momento, mientras la bala entra en su cerebro, y tiene los ojos abiertos de par en par. Luego cae de espaldas, en el borde de la lancha, como si fuera a sentarse, cae hacia atrás, aterrizando en el agua con un chapoteo.
Todo acabó.
“¡Acerca la lancha a la orilla!”, grita Logan a Ben. “¡AHORA!”
Ben, todavía aturdido, entra en acción. Él pesca las llaves de su bolsillo, enciende la lancha, y se dirige a la orilla. Tomo dos sacos de comida y Logan sujeta los otros y los lanzamos a la lancha en cuanto llega a la orilla. Tomo a Bree y la subo a la lancha, después regreso corriendo al camión. Y Logan toma los suministros rescatados y yo tomo a Sasha. Después, recordando, corro al camión y tomo el arco y flechas de Rupert. Habiendo metido todos, salto a la lancha y empieza a alejarse. Logan se hace cargo del timón, pisa el acelerador y nos saca del pequeño canal.
Vamos rápidamente hacia la entrada del Hudson, unos cientos de metros adelante. En el horizonte, la lancha de los tratantes de esclavos—elegante, negra, amenazante—corre hacia nosotros, tal vez a ochocientos metros de distancia. Será difícil. Parece que a duras penas saldremos del canal a tiempo, y apenas tenemos oportunidad de escapar. Van a estar justo detrás de nosotros.
Vamos en el río Hudson y justo cuando oscurece, los tratantes de esclavos están a plena vista. Están escasamente a noventa metros de nosotros y se acercan rápídamente. Atrás de ellos, en el horizonte, también veo otra lancha, aunque ésa está a kilómetro y medio de distancia.
Estoy segura de que si tuviéramos más tiempo, Logan me diría: te lo dije. Y tendría razón.
Al tener estos pensamientos, de repente se oyen disparos. Las balas pasan zumbando por nosotros, y una se impacta en un costado de nuestra lancha, destrozando la madera; Rose y Bree gritan.
“¡Agáchense!”, grito.
Me lanzo sobre Bree y Rose, las sujeto y las tiro al suelo. Logan, en su haber, no se inmuta y continúa conduciendo la lancha. Se desvía un poco, pero no pierde el control. Se agacha mientras conduce, tratando de evitar las balas, mientras también trata de evitar los grandes pedazos de hielo que se empiezan a formar.
Me arrodillo en la parte trasera de la embarcación, levantando mi cabeza solamente lo necesario, y apunto, al estilo militar, con mi pistola. Mi objetivo es el conductor y disparo varios tiros.
Fallo todos, pero logro hacer que cambien de dirección la lancha.
“¡Toma el timón!”, le grita Logan a Ben.
Ben, en su haber, no vacila. Se apresura a ir al frente y toma el timón, la lancha cambia de dirección.
Logan se apresura a venir a mi lado, arrodillándose junto a mí.
Él dispara y sus balas fallan, rozando su lancha. Ellos contraatacan, y una bala no alcanza mi cabeza por unos centímetros. Se están acercando rápidamente.
Otra bala destroza una gran parte de la madera, de la parte posterior de nuestra lancha.
“¡Van a disparar a nuestro tanque de combustible!”, grita Logan. “¡Dispara al de ellos!”
“¿Dónde está?”, grito por encima del rugido del motor y las balas que vuelan.
“¡Está atrás de la lancha, en el costado izquierdo!”, grita él.
“No puedo atinarle”, le digo. “No mientras estén frente a nosotros”.
De repente, se me ocurre una idea.
“¡Ben!”, digo gritando. “Haz que se den la vuelta. ¡Necesitamos apuntar al tanque de combustible!”
Ben no vacila; apenas termino de pronunciar las palabras cuando gira bruscamente el timón, y la fuerza me lanza a un costado de la lancha.
Los tratantes de esclavos giran, también, tratando de seguirnos. Y eso expone el costado de su embarcación.
Me arrodillo, igual que Logan, y disparamos varias veces.
Al principio, nuestra descarga falla.
Vamos. ¡Vamos!
Pienso en mi papá. Mantengo firme mi muñeca, respiro profundo, y disparo una vez más.
Para mi sorpresa, hago un disparo directo.
La lancha de los tratantes de esclavos estalla de repente. Media docena de ellos explota en llamas, gritando, mientras la embarcación acelera fuera de control. Segundos después, se estrella de cabeza en la costa.
Otra enorme explosión. Su barco se hunde rápidamente, y si alguien sobrevivió, seguramente se está ahogando en el río Hudson.
Ben nos lleva río arriba, manteniéndonos avanzando en línea recta, lentamente; me levanto y respiro profundo. Casi no puedo creerlo. Los matamos.
“Buen tiro”, dice Logan.
Pero no es hora de dormir en nuestros laureles. En el horizonte, otra lancha se está acercando. Dudo que tengamos suerte una segunda vez.
“Ya no tengo municiones”, digo.
“Yo casi no tengo”, dice Logan.
“No podemos confrontar a la siguiente embarcación”, digo. “Y no somos lo suficientemente rápidos para aventajarlos”.
“¿Qué sugieres?”, pregunta él.
“Tenemos que escondernos”.
Volteo a ver a Ben.
“Busca un refugio. Hazlo ahora. Tenemos que ocultar esta lancha. ¡AHORA!”
Ben acelera y yo corro al frente, y me detengo junto a él, explorando el río por si hay algún posible escondite. Tal vez, si tenemos suerte, pasarán corriendo frente a nosotros.
Pero posiblemente eso no ocurrirá.
CUATRO
Todos exploramos el horizonte desesperadamente, y por último, a la derecha, vemos una ensenada estrecha. Nos lleva a una estructura oxidada de una vieja embarcación. “¡Ahí, a la derecha!”, le digo a Ben.
“¿Y si nos ven?”, pregunta él. “No hay salida. Estaremos atorados. Nos matarán”.
“Es un riesgo que tenemos que correr”, le digo.
Ben gana velocidad, haciendo un giro brusco a la ensenada estrecha. Corremos más allá de las puertas oxidadas, la angosta entrada de un viejo y oxidado almacén. Al pasar, él apaga el motor, después gira a la izquierda, escondiéndonos detrás de la costa, mientras flotamos en el agua. Miro la estela que dejamos a la luz de la luna, y ruego para que se calme lo suficiente para que tratantes de esclavos no nos sigan la pista.
Todos nos sentamos ansiosamente en silencio, flotando en el agua, observando, esperando. El rugido del motor de los tratantes de esclavos se hace más fuerte y contengo la respiración.
Por favor, Dios. Haz que sigan de frente.
Los segundos parecen durar horas.
Finalmente, su embarcación pasa zumbando por delante de nosotros, sin frenar ni por un segundo.
Contengo la respiración diez segundos más, mientras el ruido del motor de su lancha se hace imperceptible, y rezo para que no regresen por nuestro camino.