A Ceres le llevó un momento darse cuenta de que había dos cosas extrañas en el lugar por el que pasaba. Bueno, más extrañas de lo que lo era un trozo de paisaje en medio de un complejo de cuevas, para empezar.
Una cosa extraña era el modo en el que las visiones del pasado parecían haberse detenido. En las cuevas de arriba, parecían aparecer y desaparecer a cada parpadeo, mostrando el ataque final de los Antiguos al hogar de los hechiceros. Aquí, el mundo no parecía estar atrapado a medio camino entre dos puntos. Aquí, era tan tranquilo como inalterable, sin los constantes cambios que se experimentaban en el resto de aquel lugar.
La segunda cosa extraña era la bóveda de luz que se alzaba en el centro, de un dorado brillante en contraste con el verdor del resto. Era del tamaño de una casa grande, o de la tienda de algún señor nómada, pero aun así parecía estar compuesta de energía casi por entero. Al mirarla, al principio pensó que la bóveda podría ser un escudo o un muro, pero de algún modo Ceres sabía que era más que eso. Era un lugar con vida, un hogar.
También pensó que era el lugar donde podría encontrar lo que fuera que estaba buscando. Casi por primera vez desde que había pisado el hogar de los hechiceros, Ceres se atrevió a sentir un destello de esperanza. Tal vez este era el lugar donde recuperaría sus poderes.
Tal vez, después de todo, podría ayudar a salvar Haylon.
CAPÍTULO TRES
Mientras navegaba en dirección a la Costa del Hueso de Felldust, Jeva sufrió la sensación más extraña de su vida: le preocupaba que iba a morir.
Era una sensación nueva para ella. No era algo que su pueblo estuviera acostumbrado a experimentar. Y, desde luego, no era algo que ella hubiera deseado jamás. Probablemente equivalía a algún tipo de herejía el ir flotando, contemplando la posibilidad de reunirse con los muertos que estaban esperando y, en realidad, preocuparse por ello. Los de su especie acogían la muerte, incluso la recibían como una oportunidad para ser finalmente uno con el gran oleaje de sus antepasados. No les daba miedo el peligro.
Pero eso era exactamente lo que Jeva sentía ahora, al ver la débil línea de la orilla de Felldust aparecía en el horizonte. Le daba miedo pensar que podía ser aniquilada por lo que tenía que decir. Le daba miedo que la mandaran a reunirse con sus antepasados, antes de poder ayudar en Haylon. Se preguntaba qué había cambiado.
La respuesta a ello era muy fácil: Thanos.
Se puso a pensar en él mientras navegaba hacia tierra, observando a las aves marinas que se reunían en bandadas flotantes a la espera de la siguiente ocasión de conseguir comida. Antes de conocerlo a él, ella era… bien, quizás no era igual que todos los de su pueblo, ya que la mayoría de ellos no sentían la necesidad de deambular hasta Puerto Sotavento y más allá. Aun así, había sentido lo mismo que ellas y, por supuesto, había sido igual que ellos. Desde luego, no sentía miedo.
No era miedo por ella exactamente, aunque sabía perfectamente bien que su propia vida estaba en juego. Estaba más preocupada por lo que les sucedería a aquellos que quedaban en Haylon, y a Thanos, si ella no regresaba.
Eso era otra especie de herejía. Los vivos no importaban excepto por lo útiles que eran para satisfacer los deseos de los muertos. Si una isla entera de gente moría a manos de un invasor, aquello era un glorioso honor para ellos, no algo que debiera tratarse como un desastre inminente. Lo único que importaba en la vida era satisfacer los deseos de los muertos y lograr un fin para sí mismo que fuera adecuadamente glorioso. Los oradores de los muertos lo habían dejado claro. Jeva incluso había oído los susurros de los muertos por sí misma, cuando el humo se alzaba de las piras videntes.
Continuó navegando, ignorándolo, sintiendo cómo las olas empujaban el timón mientras ella mantenía su pequeña barca directa a su hogar. Ahora eran otras voces las que oía, discutiendo por la misericordia, por salvar Haylon, por ayudar a Thanos.
Lo había visto arriesgar su vida por ayudar a los demás sin que Jeva viera una buena razón para ello. Cuando ella había estado atada como un mascarón a un barco de Felldust, esperando a ser azotada, él había venido a rescatarla. Cuando habían luchado uno al lado del otro, el escudo de él había sido su escudo de un modo que nunca e había visto con su pueblo.
En Thanos había visto algo que admirar. Quizás más que admirar. Había visto a alguien que estaba en el mundo para hacer allí lo mejor que pudiera, no solo para encontrar el modo más perfecto de abandonarlo. Las nuevas voces que estaba oyendo le decían que este era el modo en el que debía vivir y que ir a ayudar a Haylon era parte de ello.
El problema es que Jeva sabía que estas solo procedían de su interior. No debería haberlas escuchado tan encarecidamente. Seguramente su pueblo no lo haría.
—Lo que queda de ellos —dijo Jeva, mientras el viento se llevaba sus palabras.
La aldea de su tribu había desaparecido. Ahora iba a dirigirse hacia otro lugar de reunión y les iba a pedir a otra parte de su pueblo sus vidas. Jeva alzó la vista para ver cómo el viento hinchaba la pequeña vela de su barca y la espuma jugaba por encima del mar; lo que fuera para evitar pensar en lo que debería llevar a cabo para hacer que aquello funcionara. Aun así, las palabras salieron, tan inevitables como el final de la vida.
Tendría que asegurar que hablaba por los muertos.
Las palabras de los muertos habían sido necesarias para llevarlos hasta Delos, aunque Jeva y Thanos no habían afirmado que hablaban por ellos acerca de eso. Pero Jeva no podía simplemente dejárselo a los oradores. Existía una gran posibilidad de que dijeran que no, y entonces ¿qué sucedería?
La muerte de su amigo. No podía permitirlo. Aunque esto significara hacer lo impensable.
Jeva guió su barca para acercarla más a la orilla, abriéndose paso entre rocas y los restos que habían caído sobre ellas. Esta no era la playa que estaba más cerca de su viejo hogar, sino un lugar un poco más alejado junto a la costa, en otro de los grandes lugares de reunión. Sin embargo, aun así habían conseguido limpiar los escombros. Jeva sonrió ante aquello, sintiendo algo de orgullo por ello.
Unas barcas que iban a su encuentro aparecieron en el agua. En su mayoría, eran ligeras, canoas con refuerzo, pensadas para interceptar lo que evidentemente no era una de las embarcaciones del Pueblo del Hueso. Evidentemente, si Jeva no hubiera sido una de ellos, entonces hubiera tenido que luchar por su vida. En cambio, se reunieron a su alrededor, riéndose y bromeando de un modo que nunca hacían cuando había desconocidos.
—Hermosa barca, hermana. ¿A cuántos hombres mataste por ella?
—¿Matar? —dijo otro—. Seguramente fueron hasta los muertos por el miedo que les dio verla!
—Irían hasta los muertos al ver lo horrible que eres —replicó Jeva y los hombres rieron con ella. Así era cómo se hacían las cosas aquí.
Era importante cómo se hacían las cosas. A los extraños su pueblo les podía parecer extraño, pero tenían sus propias normas, sus propios patrones de comportamiento. Ahora, Jeva iba a ir hasta ellos y, si afirmaba que hablaba por los muertos, entonces estaría rompiendo una de las más básicas de aquellas normas. Puede que le cortaran su comunión con los muertos por romperla, que la asesinaran sin que sus cenizas se mezclaran para consumirse con las piras.
Llevó su barca hasta la orilla, saltó de ella y tiró de ella hasta la playa. Allí había más de los suyos esperando. Una niña fue corriendo hasta ella con una urna funeraria y le ofreció una pizca de las cenizas de la aldea. Jeva la tomó y la probó. Simbólicamente, ahora era una más de la aldea, una parte de su comunión con sus antepasados.