Морган Райс - Vencedor, Derrotado, Hijo стр 7.

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Se adentró más en la ciudad. Estefanía sabía que Lucio había venido hasta aquí y se preguntaba cómo se habría sentido al hacerlo. Probablemente indefenso, pues Lucio no sabía relacionarse con la gente. Pensaba desde el punto de vista de atacar a la gente y exigir, de las amenazas y la intimidación. Había sido un estúpido.

Estefanía no era una estúpida. Miró a su alrededor hasta encontrar a la gente que tendría información de verdad: los mendigos y las prostitutas. Fue hasta ellos con el oro robado e hizo la misma pregunta una y otra vez.

—Habladme de Ulren.

Lo preguntó en callejones y en casas de juego donde las apuestas parecían ser de sangre tanto como de dinero. Lo preguntó en tiendas donde vendían capas de pañoleta contra el polvo y en lugares donde los ladrones se reunían por la noche.

Escogió una taberna y se instaló allí, haciendo correr la voz por la ciudad de que había oro para aquellos que hablaran con ella. Vinieron y le contaron fragmentos de historia y rumores, chismes y secretos en una mezcla que Estefanía estaba más que acostumbrada a clasificar.

No se sorprendió cuando dos hombres y una mujer fueron hasta ella, todos con las capas que se usaban en la ciudad para no dejar pasar el polvo, todos llevando el emblema de la antigua Segunda Piedra. Tenían la mirada dura de la gente que está acostumbrada a la violencia, pero eso se podía aplicar a casi cualquiera en Felldust.

—Has estado haciendo muchas preguntas —dijo la mujer, inclinándose sobre la mesa. Estaba tan cerca que Estefanía podría haberle clavado un cuchillo con facilidad. Tan cerca que podrían haber sido confidentes compartiendo chismes en un baile cortesano.

Estefanía sonrió.

—Así es.

—¿Pensabas que esas preguntas no llamarían la atención? ¿Qué la Primera Piedra no tiene fisgones en la sombra?

Entonces Estefanía se echó a reír. ¿Habían pensado ellos que no había tenido en cuenta la posibilidad de que hubiera espías? Había hecho más que eso; había confiado en ello. Había hurgado en la ciudad en busca de respuestas, pero lo cierto era que había estado buscando atención tanto como cualquier otra cosa. Cualquier estúpido podía acercarse a una puerta y que se le negara la entrada. Una mujer lista lo hacía de tal manera que los que estaban dentro la hacían pasar.

Al fin y al cabo, pensaba Estefanía con más diversión, una mujer nunca debería ser la que hace toda la caza en un romance.

—¿Qué es tan divertido? —preguntó la mujer—. ¿Estás loca o solo eres estúpida? ¿Quién eres, por cierto?

Estefanía se quitó la capucha para que la mujer viera sus rasgos.

—Soy Estefanía —dijo—. La antigua prometida del heredero del Imperio, la antigua gobernante del Imperio. He sobrevivido a la caída de Delos y a los mejores esfuerzos de Irrien por matarme. Piensas que tu señor querrá hablar conmigo, ¿no es cierto?

Se quedó quieta mientras los otros se miraban entre ellos, evidentemente intentando decidir qué hacer ante esto. Finalmente, la mujer tomó una decisión.

—Nos la llevamos.

Se colocaron a ambos lados de Estefanía, pero ella hizo un gesto como si caminara con ellos, para que pareciera una escolta noble que y no que la llevaban prisionera. Incluso alargó el brazo y lo posó ligeramente sobre el brazo de la mujer, del modo en que podría haberlo hecho paseando por un jardín en compañía.

Caminaron por la ciudad y, como este era uno de los escasos huecos dentro del polvo procedente de los acantilados, Estefanía no se molestó en ponerse la capucha de la capa. Dejó que la gente la viera, a sabiendas de que empezarían los rumores sobre quién era y hacia dónde iba.

Evidentemente, a pesar de la apariencia que ella le daba, este distaba mucho de ser un paseo placentero. A su lado continuaba habiendo asesinos, que no dudarían en matarla si Estefanía les daba algún motivo. Mientras se dirigía hacia un gran complejo en el centro de la ciudad, Estefanía notaba cómo se le hacía un nudo en el estómago por el miedo, reprimido solo por la determinación de hacer todas las cosas para las que había venido a Felldust. Se vengaría de Irrien. El hechicero le devolvería a su hijo.

La llevaron a través del complejo, pasando por delante de esclavos que trabajaban y guerreros que entrenaban, por delante de estatuas que representaban a Ulren de joven, alzadas por encima de los cuerpos de los enemigos asesinados. Estefanía no tenía ninguna duda de que era un hombre peligroso. Para ser el segundo solo por detrás de Irrien significaba que había peleado por llegar a lo más alto de uno de los lugares más peligrosos que existían.

Perder aquí era morir, o peor que morir, pero Estefanía no tenía pensado morir. Ella había aprendido las lecciones de la invasión e incluso de su fracaso para controlar a Irrien. Esta vez tenía algo que ofrecer. Ulren deseaba las mismas cosas que ella: el poder y la muerte de la antigua Primera Piedra.

Estefanía había oído hablar de gente que basaba los matrimonios en cosas peores.

CAPÍTULO SEIS

Ceres bajó de la pequeña barca a la orilla, bajo el asombro del hecho que un lugar así pudiera existir en algún lugar bajo tierra. Sabía que los poderes de los Antiguos tenían algo que ver, pero no entendía por qué lo harían. ¿Por qué construir un jardín en medio de una pesadilla?

Evidentemente, por lo poco que había visto de los Antiguos, el hecho de que fuera una pesadilla podría ser razón suficiente para el jardín.

También estaba la cúpula, que parecía estar compuesta de una pura luz dorada. Ceres se acercó más a ella. Si aquí se encontraba una respuesta, estaba segura de que se encontraría en algún lugar dentro de aquella cúpula.

Había una leve neblina hasta la luz y a Ceres le pareció ver un par de siluetas. Solo esperaba que no fueran más hechiceros medio muertos. Ceres no estaba segura de tener la fuerza para luchar contra ninguno más de ellos.

Ceres atravesó la luz haciendo fuerza y no podía evitar prepararse para algún tipo de sacudida pensada para tirarla al suelo. En cambio, solo hubo un momento de presión y, a continuación, ya la había atravesado, había entrado en la cúpula y miraba a su alrededor.

Parecía el interior de una estancia opulenta, con alfombras y divanes, estatuas y adornos que parecían colgar del interior de la cúpula. También había otras cosas: objetos de cristal y libros que mostraban el arte de un hechicero.

En el centro había dos siluetas. El hombre tenía la misma apariencia de elegancia y paz que había visto en su madre y vestía la pálida túnica que había visto en los recuerdos de los Antiguos. La mujer vestía la túnica más oscura de los hechiceros, pero a diferencia de aquellos que estaban más arriba, todavía parecía joven, no desecados por el tiempo.

Al mirarlos, Ceres se dio cuenta de que también tenían la apariencia translúcida que había visto en otras partes del lugar, en los recuerdos que allí había.

—No son reales —dijo.

El hombre rió al escuchar eso.

—¿Has oído, Lin? No somos reales.

La mujer alargó el brazo para tocar el de él.

—Es comprensible que cometan este error. Después de todo este tiempo, imagino que parecemos meras sombras de lo que fuimos.

Aquello cogió a Ceres un poco por sorpresa. Sin pensarlo, alargó el brazo hacia el hombre. Vio cómo le atravesó el pecho con la mano. Se dio cuenta de lo que acababa de hacer.

—Lo siento —dijo.

—No lo hagas —dijo el hombre—. Imagino que es un poco desconcertante.

—¿Qué sois? —preguntó ella—. Vi a los hechiceros de allá arriba y no sois como ellos, y tampoco sois como los recuerdos, porque aquellos son solo imágenes.

—Somos… algo más —dijo la mujer—. Yo soy Lin y este es Alteo.

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