Oyó que sus hombres aclamaban ante aquello, su deseo de batalla ardía de nuevo por la batalla. Se dirigió al sacerdote.
—¿Usted qué dice? ¿Es la voluntad de los dioses?
El sacerdote no lo dudó. Cogió su cuchillo y abrió al hombre muerto que había sobre el altar, sacándole las entrañas para interpretarlas.
—Lo es, Lord Irrien. La suya seguirá a la de usted en esto. ¡Irrien! ¡Ir-ri-en!
—¡Ir-ri-en! —coreaban los soldados.
Entonces el hombre supo cuál era su lugar. Irrien sonrió y se dirigió a la multitud. No le sorprendió que una silueta vestida con una túnica apareciera a su lado y le siguiera el paso. Irrien sacó el puñal, sin saber si lo necesitaría.
—Has estado callado desde que hablamos por última vez, N’cho —dijo Irrien—. No me gusta que me hagan esperar.
El asesino inclinó la cabeza.
—He estado investigando acerca de lo que me pidió, Primera Piedra, preguntando a mis amigos sacerdotes, leyendo pergaminos prohibidos, torturando a los que no hablaban.
Irrien estaba seguro de que el líder de las Doce Muertes había disfrutado enormemente. De todos ellos, N’cho era el único que había sobrevivido tras atacarlo a él. Irrien empezaba a preguntase si aquella había sido la elección correcta.
—Has oído lo que les he dicho a los hombres —dijo Irrien—. Vamos a ir a Haylon. Eso significa levantarse contra la hija de los Antiguos. ¿Tienes una solución para mí, o debería arrastrarte para que fueras el siguiente sacrificio?
Vio que el hombre negaba con la cabeza.
—Ay de mí, los dioses no están tan ansiosos por conocerme, Primera Piedra.
Irrien estrechó los ojos.
—¿Lo que significa?
N’cho dio un paso atrás.
—Creo que he encontrado lo que necesitaba.
Irrien hizo un gesto al hombre para que fuera con él, guiándolo hasta su tienda. Con una mirada suya, los guardias y los esclavos que había allí se fueron corriendo, dejándolos a los dos solos.
—¿Qué has encontrado? —preguntó Irrien.
—En la guerra contra los Antiguos se utilizaron unas… criaturas —dijo N’cho.
—Estas cosas hace tiempo que están muertas —puntualizó Irrien.
N’cho negó con la cabeza.
—Todavía podrían reunirse y creo que he encontrado un lugar donde convocar a una. Sin embargo, serás necesarias muchas muertes.
A Irrien eso le hizo reír. Este era un pequeño precio a pagar por la vida de Ceres.
—La muerte —dijo— siempre es lo más fácil de planear.
CAPÍTULO CINCO
Estefanía observaba cómo dormía el Capitán Kang con una mirada de asco que se calaba en lo profundo de su alma. La gruesa silueta del capitán se movía cuando roncaba y Estefanía se movía hacia atrás cuando él se acercaba a ella estando dormido. Ya lo había hecho lo suficiente mientras estaba despierto.
Estefanía nunca había tenido problemas para conseguir amantes que se rindieran a su voluntad. A fin de cuentas, es lo que pensaba hacer con la Segunda Piedra. Pero Kang estaba muy lejos de ser un hombre amable y parecía deleitarse en encontrar nuevas maneras de humillar a Estefanía de paso. La había tratado como la esclava que, por poco tiempo, fue con Irrien y Estefanía se había jurado a sí misma que jamás volvería a serlo.
Entonces escuchó rumores entre la multitud: que, después de todo, tal vez no llegaría a salvo. Que tal vez el capitán tomaría todo lo que ella había dado y la vendería igualmente a la esclavitud al final de esto. Que, como poco, compartiría el botín entregándosela.
Estefanía no lo permitiría. Prefería morir a eso, pero era mucho más fácil matar en su lugar.
Salió de la cama sin hacer ruido y miró por una de las pequeñas ventanas del camarote del capitán. Puerto Sotavento estaba a poca distancia, el polvo caía sobre ella desde las colinas de allá arriba incluso en la penumbra del amanecer. Era una ciudad horrible, decadente y con el espacio reducido, e incluso desde aquí Estefanía podía ver que sería un lugar de violencia. Kang había dicho que no se atrevía a ir allí por la noche.
Estefanía había pensado que tan solo era una excusa para utilizarla una vez más, pero quizás era algo más. A fin de cuentas, los mercados de esclavos no estarían abiertos de noche.
Tomó una decisión y se vistió rápidamente, se envolvió con su capa y buscó en sus pliegues. Sacó una botella y algo de hilo, moviéndose con la cautela que sabe exactamente lo que está agarrando. Si cometía un error ahora, estaba muerta, ya fuera por el veneno o cuando despertara Kang.
Estefanía se colocó encima de la cama y colocó el hilo en la boca de Kang lo mejor que pudo. Se movió y giró dormido y Estefanía fue con él, con cuidado para no tocarlo. Si despertaba ahora, ella estaba cerca.
Dejó caer las gotas de veneno por el hilo, manteniendo la concentración mientras Kang murmuraba algo dormido. Una gota se escurrió hacia sus labios y, a continuación, una segunda. Estefanía se preparaba para el momento en que se quedaría sin aliento y moriría, reclamado por el veneno.
En cambio, abrió de golpe los ojos y miró fijamente sin entender nada por un instante a Estefanía y después furioso.
—¡Puta! ¡Esclava! Morirás por esto.
En un instante, estaba sobre Estefanía, apretándola contra la cama. Le pegó una vez y, a continuación, ella notó la presión demoledora de sus manos agarrándole el cuello. Estefanía respiraba con dificultad mientras sentía que se cortaba su respiración y daba palos de ciego mientras intentaba sacárselo de encima.
Por su parte, Kang hacia presión hacia abajo con su gran volumen, inmovilizando a Estefanía debajo de él. Ella peleaba y él solo reía, mientras continuaba estrangulándola. Todavía estaba riendo cuando Estefanía sacó un cuchillo de dentro de su capa y lo apuñaló.
Se quedó sin aliento a la primera puñalada, pero Estefanía no notaba que la presión sobre su cuello fuera a menos. Empezó a aparecer oscuridad en los límites de su visión, pero ella continuaba apuñalando, dando golpes de ciego de forma mecánica por instinto, haciéndolo a ciegas porque ahora no veía nada más allá de una vaga neblina.
Estefanía notó que le soltaba el cuello y sintió que el peso de Kang se desplomaba sobre ella.
Le llevó un buen rato conseguir salir de debajo de él, respirando con dificultad e intentando recuperar la consciencia. Lo único que consiguió fue caer de la cama, para levantarse después, bajando la vista con asco hacia los restos del cuerpo de Kang.
Debía ser práctica. Había hecho lo que tenía planeado, por muy difícil que había resultado ser. Ahora debía ir a por el resto.
Rápidamente, volvió a colocar las sábanas para que a primera vista pareciera que estaba durmiendo. Buscó rápidamente por el camarote hasta encontrar el cofre donde Kang guardaba el oro. Estefanía se coló inadvertidamente en cubierta, con la capucha puesta mientras se dirigía hacia la pequeña barca de desembarque que había en popa.
Estefanía se metió dentro y empezó a manejar las poleas para bajarla. Chirriaban como un portón oxidado y, desde algún lugar por encima de ella, oyó los gritos de los marineros que querían saber qué era aquel ruido. Estefanía no dudó. Sacó un cuchillo y se puso a serrar la cuerda que sujetaba la barca. Esta cedió y se desplomó lo que quedaba de la corta distancia hasta las olas.
Agarró los remos y empezó a remar en dirección hacia el puerto, mientras tras ella los marineros sabían que no existía modo de seguirla. Estefanía remó hasta topar con los muelles y trepó, sin tan solo molestarse en amarrar la barca. No iba a regresar en aquella dirección.
La capital de Felldust era todo lo que prometía ser desde el agua. El polvo caía sobre ella en olas, mientras a su alrededor las siluetas se movían a través de él con intención ominosa. Una se acercó a ella y Estefanía mostró rápidamente un cuchillo hasta hacerlo retroceder.