Морган Райс - Caballero, Heredero, Príncipe стр 5.

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“Yo la tengo”, dijo Sartes.

Su voz salió más baja de lo que pretendía. Dio un paso adelante, mientras el corazón le latía con fuerza, sorprendido por haber hablado. Era muy consciente de que era mucho más joven que cualquiera de los que estaban allí. Había jugado su parte en la batalla, incluso había matado a un hombre, pero todavía había una parte de él que sentía que no debería estar hablando allí”.

“Así que está decidido”, empezó a decir Hannah. “Vamos a…”

“Dije que yo tenía una idea mejor”, dijo Sartes y, esta vez, su voz lo acompañó.

Los demás le echaron un vistazo.

“Dejad hablar a mi hijo”, dijo su padre. “Vosotros mismos habéis dicho que ayudó a daros una victoria. Quizás puede evitar que muráis ahora”.

“¿Cuál es tu idea, Sartes?” preguntó Anka.

Todos lo estaban mirando. Sartes se obligó a alzar la voz, pensando en cómo hubiera hablado Ceres, pero también en la seguridad que había mostrado Anka antes.

“No podemos ir a las aldeas”, dijo Sartes. “Es lo que quieren que hagamos. Y no podemos simplemente fiarnos de los planos que traje porque, incluso aunque no se hayan dado cuenta de que conocemos sus movimientos, pronto lo harán. Nos están intentando llevar a campo abierto”.

“Todo esto ya lo sabemos”, dijo Yeralt. “Pensé que habías dicho que tenías un plan”.

Sartes no se echó para atrás.

“¿Y si existiera el modo de atacar al Imperio donde no lo esperara y encima ganar combatientes fuertes?” ¿Y si pudiéramos hacer que la gente se sublevara con una victoria simbólica que sería más grande que proteger una aldea?”

“¿Qué tenías en mente?” preguntó Anka.

“Liberar a los combatientes del Stade”, dijo Sartes.

Le siguió un largo silencio de sorpresa mientras los demás lo miraban fijamente. Vio la duda en sus rostros y Sartes supo que debía continuar.

“Pensadlo”, dijo. “Casi todos los combatientes son esclavos. Los nobles los lanzan a morir como juguetes. La mayoría de ellos estarían agradecidos de tener la oportunidad de escapar y saben luchar mejor que cualquier soldado”.

“Es una locura”, dijo Hannah. “Atacar el corazón de la ciudad así. Habría guardias por todas partes”.

“Me gusta”, dijo Anka.

“Los otros la miraron y Sartes sintió una ráfaga de gratitud por su apoyo.

“No lo esperarían”, añadió.

Se hizo de nuevo el silencio en la sala.

“No necesitaríamos mercenarios”, irrumpió finalmente Yeralt, frotándose la barbilla.

“La gente se alzaría”, añadió Edrin.

“Tendríamos que hacerlo cuando las Matanzas estuvieran en marcha”, puntualizó Oreth. “De este modo, todos los combatientes estarían en un lugar y habría gente allí para ver lo que sucede”.

“No habrá más Matanzas antes del festival de la Luna de Sangre”, dijo su padre. “Faltan seis semanas. En seis semanas, podemos hacer un montón de armas”.

Esta vez, Hannah se quedó en silencio, quizás al ver que la marea giraba.

“Así pues, ¿estamos de acuerdo?” preguntó Anka. “¿Liberaremos a los combatientes durante el festival de la Luna de Sangre?”

Sartes vio que los demás asentían uno a uno. Incluso Hannah lo hizo, al final. Sintió la mano de su padre sobre su hombro. Vio la aprobación en sus ojos y esto lo significaba todo para él.

Solo rezaba para que su plan no los matara a todos.

CAPÍTULO TRES

Ceres soñaba y, en sus sueños, veía ejércitos enfrentándose. Se veía a ella misma luchando al frente, vestida con una armadura que brillaba al sol. Se veía dirigiendo a una gran nación, librando una guerra que decidiría el mismo destino de la humanidad.

Pero en medio de todo aquello, se veía a sí misma entrecerrando los ojos, buscando a su madre. Alargó el brazo en busca de una espada y, al bajar la vista, vio que no estaba allí.

Ceres se despertó sobresaltada. Era de noche y el mar que tenía ante ella, iluminado por la luz de la luna, era interminable. Mientras se mecía en su pequeña barca, no veía ni rastro de tierra. Solo las estrellas la convencían de que todavía llevaba su pequeña embarcación por el camino correcto.

Constelaciones conocidas brillaban por allá arriba. Estaba la Cola del Dragón, baja en el cielo por debajo de la luna. Estaba el Ojo Antiguo, formada alrededor de una de las estrellas más brillantes en el tramo de oscuridad. El barco que la gente del bosque habían medio construido, medio cultivado, parecía no desviarse nunca de la ruta que Ceres había elegido, incluso cuando tenía que descansar o comer.

Por el lado de estribor de la barca, Ceres vio luces en el agua. Medusas luminosas pasaban flotando como nubes submarinas. Ceres vio la figura más rápida de un pez parecido a un dardo colándose a través del banco, mordiendo a las medusas a cada paso y yendo a toda prisa antes de que los tentáculos de las demás pudieran tocarlo. Ceres los observó hasta que desaparecieron en las profundidades.

Comió una pieza de la dulce y suculenta fruta con la que los habitantes de la isla habían abastecido su barca. Cuando partió, parecía que habría suficiente para unas semanas. Ahora, no parecía tanto. Pensaba en el líder de la gente del bosque, tan hermoso a su extraño y asimétrico modo, con su maldición que le dejaba trozos donde su piel era de un verde musgo o endurecida como la corteza. ¿Estaría allí en la isla, tocando su extraña música y pensando en ella?”

La neblina empezaba a levantarse del agua alrededor de Ceres, se hacía más espesa y reflejaba fragmentos de la luz de la luna incluso mientras le tapaba la vista del cielo nocturno que había allí arriba. Se arremolinaba y cambiaba alrededor de la barca, tentáculos de niebla se alargaban como dedos. Los pensamientos sobre Eoin parecían llevarla inexorablemente a pensar en Thanos. Thanos, a quien habían matado en las orillas de Haylon antes de que Ceres pudiera decirle que no pensaba ninguna de las cosas duras que le había dicho cuando se fue. Allá sola en la barca, Ceres no podía escapar de lo mucho que lo echaba de menos. El amor que había sentido por él parecía un hilo que tiraba de ella hacia Delos, aunque Thanos ya no estuviera allí.

Pensar en Thanos le dolía. El recuerdo parecía una herida abierta que nunca iba a cerrarse. Ella necesitaba hacer muchas cosas, pero ninguna de ellas se lo devolvería. Le hubiera dicho muchas cosas si estuviera allí, pero no estaba. Solo había el vacío de la neblina.

La neblina continuaba yendo en espiral alrededor de la barca y ahora Ceres veía fragmentos de roca sobresaliendo del agua. Algunas eran afiladas, de basalto negro, pero otras eran de los colores del arcoíris, parecían piedras preciosas gigantes colocadas en el agitado azul del océano. Algunas tenían marcas en ellas en forma de remolino y espiral y Ceres no estaba segura de si eran naturales o si alguna mano lejana las había tallado.

¿Estaba su madre en algún lugar más allá de ellas?

El pensamiento provocó una emoción en Ceres, que subía en su interior como la neblina que se arremolinaba alrededor de la barca. Iba a ver a su madre. A su madre de verdad, no a la que siempre la había odiado y la había vendido a los esclavistas a la primera oportunidad. Ceres no sabía cómo sería aquella mujer, pero la sola oportunidad de descubrirlo, la llenaba de emoción mientras guiaba su pequeña barca a través de las rocas.

Las fuertes corrientes empujaban su barca, amenazando con arrebatarle el timón de la mano. Si no hubiera tenido la fuerza que procedía de su poder interior, Ceres dudaba que hubiera podido sujetarlo. Tiró del timón hacia un lado y su pequeña barca respondió con una gracia casi viva, esquivando una roca que estaba lo suficientemente cerca para tocarla.

Navegaba entre las rocas y, a cada una que pasaba, pensaba en lo mucho que se estaba acercando a su madre. ¿Qué tipo de mujer sería? En sus visiones era confusa, pero Ceres imaginaba y tenía esperanzas. Quizás sería amable y dulce, y cariñosa: todas las cosas que nunca tuvo de su supuesta madre en Delos.

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