Морган Райс - Llegada стр 4.

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…Tal y como estaban las cosas, todavía estaba casi solo, pero por lo menos Luna estaba allí para compartir aquella soledad. Kevin no podía escapar de los pensamientos sobre lo que le había pasado a su madre, a todo el mundo, pero por lo menos sabía que Luna estaba a salvo.

Esos pensamientos le siguieron hasta quedarse dormido y en sus sueños.

En sus sueños, Kevin estaba rodeado por todos los que conocía. Su madre estaba allí, sus amigos de la escuela, sus profesores, la gente de la NASA. Ted estaba allí, con herramientas militares colgadas por todas partes y el Profesor Brewster, con una mala cara que daba a entender que desaprobaba todo lo que Kevin había hecho.

Sus rostros se distorsionaron mientras Kevin miraba, convirtiéndose en cada uno de los alienígenas de películas de ciencia ficción de todos los tiempos. A algunos la piel se les volvía gris y los ojos grandes, mientras otros parecían más insectos con placas de coraza por encima. Al Profesor Brewster le salían tentáculos de las manos, mientras que a la Dra. Levin los ojos le sobresalían al final de unos tallos. Se movían con pesadez hacia Kevin y él empezó a correr.

Corría por los pasillos del instituto de la NASA, manteniéndose a duras penas por delante de ellos mientras ellos atravesaban una puerta tras otra y, a pesar de que Kevin había vivido allí, no podía encontrar la salida hacia un lugar seguro. No podía encontrar la manera de hacer que esto fuera mejor.

Se metió en un laboratorio, cerró la puerta tras él y construyó una barricada con sillas, mesas y todo lo que encontró. Aun así, la gente transformada que estaba fuera aporreaba la puerta, golpeándola con los puños mientras, por ninguna razón que Kevin comprendiera, empezó a sonar una alarma…

Kevin despertó respirando agitadamente. Todavía estaba oscuro, pero al mirar la hora en su teléfono entendió que solo era porque estaban bajo tierra. La alarma sonaba de fondo, su sordo zumbido era constante, mientras que por debajo de él había un seco ruido metálico.

Supo que Luna estaba despierta porque ella encendió las luces.

—¿Qué es eso? —preguntó Kevin.

Luna lo miró.

—Creo… creo que alguien quiere entrar.

CAPÍTULO DOS

Fueron a toda prisa hacia el centro de comandos, los golpes eran más fuertes ahora que se acercaban a la entrada. Aun así, con el compartimento estanco en medio, a Kevin le impresionó que el ruido continuara. ¿Con qué estaban golpeando la puerta?

Luna no parecía impresionada, parecía preocupada.

—¿Qué pasa? —preguntó Kevin.

—¿Y si son los extraterrestres, o los controlados? —preguntó—. ¿Y si van por ahí reuniendo supervivientes?

—¿Por qué iban a hacerlo? —preguntó Kevin, pero el miedo se coló dentro de él al pensarlo. ¿Y si era así? ¿Y si entraban?

—Eso es lo que yo haría si fuera un extraterrestre —dijo Luna—. Tomar el poder de todo, asegurarme de que no queda nadie para contraatacar. Matar a cualquiera que se meta en mi camino.

No por primera vez en su vida, Kevin juró que nunca se iría al lado malo de Luna. Aun así, podía oír el miedo bajo sus palabras. Incluso podía compartirlo. ¿Y si habían ido corriendo a un lugar que parecía seguro, para encontrarse con que este ya estuviera haciéndose pedazos?

—¿Podemos ver quién hay ahí fuera? —preguntó Kevin.

Luna señaló hacia las pantallas en blanco.

—Están muertas desde ayer por la noche.

—Pero esta solo es la señal para alrededor del mundo —insistió Kevin—. Debe haber… no sé, cámaras de seguridad o algo así.

Tenía que haber. Un edificio de investigación militar no estaría ciego a todo lo que pasase a su alrededor. Empezó a tocar teclas de los sistemas informáticos para intentar encontrar una manera de que hicieran lo que ellos querían. La mayoría de las pantallas estaban en blanco, las señales de alrededor del mundo cortadas, o bloqueadas, o sencillamente… habían desaparecido. Luna empezó a tocar teclas a su lado, aunque Kevin sospechaba que no tenía más idea que él sobre qué hacer.

—Sea quien sea, no sé si deberíamos dejarlos entrar —dijo Luna—. Cualquiera podría estar allí fuera.

—Podría ser —dijo Kevin—, pero ¿y si es alguien que necesita nuestra ayuda?

—Tal vez —dijo Luna, sin parecer muy convencida—. Sea quien sea, está golpeando la puerta bastante fuerte.

Eso era cierto. Los ecos metálicos de cada golpe resonaban en el búnker. Venían de tres en tres y, poco a poco, Kevin empezó a darse cuenta de que los espacios entre ellos seguían un patrón.

—Tres cortos, tres largos, tres cortos —dijo.

—¿Un SOS, quieres decir? —preguntó Luna.

Kevin le lanzó una mirada.

—Pensé que todo el mundo lo sabía —dijo—. Eso es lo único que recuerdo.

—¿Así que alguien está en problemas allá fuera? —preguntó Kevin, y ese pensamiento le trajo otro tipo de preocupación. ¿Deberían estar ayudando en lugar de dudar? Divisó la imagen de una cámara en la esquina de una de las pantallas. La tocó y entonces las cámaras se encendieron con imágenes de las cámaras de seguridad de la base desierta.

—Esa —dijo Luna, señalando una de las imágenes como si Kevin no supiera distinguir a una del resto—. Déjame.

Tocó una tecla y la imagen llenó la pantalla.

Kevin no sabía lo qué esperar. Tal vez una multitud de personas controladas por los alienígenas. Un soldado que conociera la base y se había abierto camino luchando por todo el país para llegar allí. No una chica de su edad, que sujetaba lo que parecían los restos de un letrero y que golpeaba la puerta con él a un ritmo regular.

Era atlética y tenía el pelo oscuro, lo llevaba corto y llevaba un pendiente en la nariz con el que parecía retar al mundo a que dijeran algo sobre él. Kevin vio que su cara era bonita, muy bonita, pensó, pero con una dura astucia que daba a entender que no agradecería que la llamaran así. Llevaba una sudadera oscura con capucha y una chaqueta de cuero por encima que parecía ser un par de tallas grande, tejanos rotos y botas de montaña. Tenía una pequeña mochila, como si estuviera haciendo senderismo por la montaña, pero por lo demás parecía más una fugitiva, su ropa estaba tan sucia que podría haber estado por ahí fuera durante semanas antes de que vinieran los extraterrestres.

—Esto no me gusta —dijo Luna—. ¿Por qué solo hay una chica allá fuera intentando entrar?

—No lo sé —dijo Kevin—, pero probablemente deberíamos dejarla entrar.

Eso tenía sentido, ¿verdad? Si estaba pidiendo ayuda, ellos deberían por lo menos intentarlo, ¿verdad? Ahora la chica estaba mirando a la cámara y, a pesar de que parecía que no había ningún ruido, no parecía contenta de que la dejaran allá fuera.

Luna tocó algo y entonces la oyeron, los micrófonos recogieron sus palabras.

—¡… que me dejéis entrar! ¡Esas cosas todavía están por aquí fuera! ¡Estoy segura!

Kevin se puso a mirar por detrás de ella en las cámaras y, como era de esperar, pensó que podía distinguir señales de la gente que había allí, que se movían sin ninguna finalidad y que daba a entender que los extraterrestres los tenían.

—Deberíamos dejarla entrar —dijo Kevin—. No podemos dejar a alguien allá fuera.

—No lleva máscara —puntualizó Luna.

—¿Y?

Luna negó con la cabeza.

—Y si no lleva máscara, ¿cómo es que el vapor alienígena no la está transformando? ¿Cómo sabemos que no es una de ellos?

Como respuesta a ello, la chica de la pantalla se acercó más a la cámara y miró directamente hacia ella.

—Sé que hay alguien ahí —dijo—. Vi que la cámara se movió. Mirad, no soy uno de ellos, soy normal. ¡Miradme!

Kevin la miró a los ojos. Eran grandes y marrones, pero lo más importante es que las pupilas eran normales. No habían cambiado al blanco puro de las de los científicos cuando el vapor de la roca se había apoderado de ellos, o de la manera en que lo habían hecho las de su madre cuando él había ido a casa…

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