Garay Elizabeth - Mi Marqués Eternamente стр 3.

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CAPÍTULO UNO

Kent 1816

El carruaje se sacudía mientras recorrían el camino. El sol entraba por las ventanas, destacando los asientos forrados de terciopelo. Mientras viajaban, Lady Annalise Palmer veía pasar por la ventana los diversos árboles. No era que el paisaje fuera particularmente impresionante, aunque tenía cierto atractivo, pero era porque no podía estar segura de su recepción una vez que llegara a su destino. Había escrito a su hermanastra, Estella, la nueva vizcondesa de Warwick y le explicaba por qué había actuado como lo había hecho; sin embargo, no significaba que la perdonaría. Había recibido una carta de Estella invitándola a visitar el castillo de Manchester. Annalise no podía evitar preguntarse por qué estaban en Kent, y no en la propiedad de Warwick.

“¿En realidad necesitabas viajar hasta aquí para ver a Estella?”. Le preguntó su hermano, Marrok, marqués de Sheffield. “Odio los largos viajes en carruaje”.

“No tanto como yo”, contestó agriamente. “Eres un horrible compañero de viaje”.

“Alégrate de que haya estado de acuerdo en acompañarte. De lo contrario, mi padre nunca te habría dejado salir de la abadía”. Marrok bostezó ruidosamente. “Aún sigue bastante enojado por haber ayudado a Estella a casarse con Warwick”.

Su padre, el duque de Wolfton, no tenía idea de todo lo que había hecho para ayudar a Estella. Él pensaba que le había enviado fondos para vivir, pero había hecho mucho más que eso. Su padre no era un hombre bueno y había hecho todo lo posible para asegurarse de que Estella fuera miserable el resto de su vida. Annalise había querido ayudarla antes, pero no sabía cómo podía ser posible. El duque observaba cada uno de sus movimientos y si ella lo hubiera intentado, habría encontrado la manera de evitarlo. Había tenido que ser más inteligente que él y eso requería una enorme cantidad de paciencia. Sus intrigas habían valido la pena al haber encontrado la manera de unir a Estella con el hombre que amaba.

“No me arrepiento”, dijo ella. “Estella necesitaba mi ayuda”.

“No estoy en desacuerdo. Padre es un imbécil. Estella nunca debió haber sido enviada lejos”. Marrok estiró los brazos sobre su cabeza. “De todas formas, ¿cuánto tiempo llevamos en este maldito carruaje?”.

Al menos su hermano no se había convertido en una copia de su padre. Pero, de ninguna manera era perfecto, aunque no tenía rachas de crueldad. Marrok no tenía paciencia para la idiotez y no soportaba a los tontos. Podía minimizar a cualquiera tan solo con una mirada o unas cuantas palabras, si decidía esforzarse para ello. En resumen, había reducido al taciturno hombre a la vergüenza, de hecho, lo había perfeccionado. Annalise amaba a su hermano, pero solo ella podía tolerarlo por tanto tiempo. Se compadecía de la mujer con la que un día había decidido casarse. Podía ser muy difícil vivir con él. Demonios, no había más que eso, él era un buen tipo, en un buen día. Ella apartó la mirada de la ventana y se volvió hacia él y respondió a su pregunta: “casi tanto como la última vez que preguntaste. Eres peor que un niño chiquito”.

“No más de lo que tú eres”. Se inclinó y miró por la ventana. “Lo digo en serio. ¿No deberíamos de haber llegado ya?”.

Mientras hablaba, el castillo de Manchester apareció a la vista. La estructura era majestuosa e impresionante. El hogar ancestral de Wolfton tenía su propia belleza, pero de manera diferente a Manchester. Este castillo parecía más fino, de cierta manera más feliz. Tal vez estaba siendo un poco caprichosa o quizás anhelaba la libertad de ser ella misma. Debido a las expectativas de su padre, siempre tenía que actuar y fingir que nada ni nadie le importaba.

“Ay, gracias al cielo”. Marrok se recostó en el asiento. “Pronto podré estirar adecuadamente mis piernas”.

Annalise puso los ojos en blanco, aunque en realidad no lo culpaba. Cada centímetro de sus músculos estaba rígido por haber pasado sentados durante horas. Sería bueno que finalmente salieran de la maldita cosa y caminaran un poco. El carruaje giró hacia el largo camino que conducía al castillo. Pasó por un bache y Annalise dio un salto. El dolor atravesó su trasero y recorrió por lo alto de su espalda al aterrizar en el asiento. “Ay”, gritó, incapaz de contenerse.

“Estoy dispuesto a apostar que te alegra también que ya hayamos llegado”. Marrok rió alegremente. “Admítelo”.

“Te odio”, murmuró ella.

“No, no es verdad”, contestó Marrok y luego rió de nuevo. “Me adoras y ambos lo sabemos”. Le guiñó un ojo. “No te preocupes, no haré que te arrastres y te disculpes por ser mala”.

“Como si lo fuera a hacer”, contestó ella. “Puedes esperar toda la vida, y eso no sucederá”. Annalise no podía evitar mover sus labios hacia arriba. El alboroto que armaba Marrok le había quitado el mal humor. Ella se preocupaba demasiado por nada. Estella no la hubiera invitado a Manchester si no hubiera perdonado sus acciones. Lord Warwick no había sido dañado, mucho, en su plan de ubicarlo a bordo del barco de Estella. Ambos habían sido miserables al no estar unidos. Ahora podían ser felices, como debieron serlo todo el tiempo.

El carruaje se detuvo y Marrok abrió la puerta antes de que el conductor pudiera hacerlo. Tenía tanta prisa por apearse del transporte y poner los pies en tierra. Annalise rió ligeramente por su reacción. Algunas cosas nunca cambiaban. Marrok siempre había odiado viajar, pero sí recordaba ser un caballero. Él se volvió y le tendió la mano para que ella bajara. “Gracias, querido hermano”.

“Como siempre, querida hermana”. Él guiñó un ojo. “Sabes que puedes contar conmigo”.

Caminaron hacia la puerta principal y esta se abrió antes de que tuvieran la oportunidad de tocar. Un hombre alto y delgado los saludó. “¿Cómo puedo ayudarlos?”.

“Hemos venido a visitar a lady Warwick”, contestó Annalise. “Recibí una invitación de su parte”.

“Lady Annalise Palmer, supongo”, dijo el hombre alto. “¿Y usted quién es señor? No sabía que alguien más estaría acompañando a la joven”.

“Soy su hermano, marqués de Sheffield”. Marrok levantó una ceja. “¿En verdad esperaba que mi hermana viajara sola?”.

“No”, respondió el hombre. “Pensé que tal vez un sirviente, pero no un acompañante. Por favor, adelante. Haré que un lacayo se encargue de sus maletas”. El mayordomo, que era lo que Annalise suponía que era el hombre, cerró la puerta después de su ingreso. “¿Desean descansar de su largo viaje o, les gustaría presentarse en el salón de té, ante lady Manchester y lady Warwick?”.

“Prefiero dar un paseo”, contestó Marrok. “Me inquieta la inactividad”.

“Muy bien, mi ‘lord’”, contestó el mayordomo. “Le dará tiempo al ama de llaves para preparar sus habitaciones”. Volteó hacia Annalise. “¿Y usted, mi ‘lady’?”.

Ella empezaba a pensar que debió haber escrito a Estella antes de partir, para hacerle saber que Marrok la acompañaría. “Me gustará acompañar a las damas a tomar el té”. Descansar podría esperar hasta después de tener una reunión con su hermanastra. De lo contrario, nunca podría relajarse completamente.

“Entonces, sígame por favor”, indicó el mayordomo.

La condujo por un largo corredor hacia un salón grande. No parecía ninguna sala en la que hubiera estado. Ni siquiera había sillas, pero sí una mesa larga. “Encontrará a las otras damas al fondo del salón. El mayordomo se volvió y salió, dejando a Annalise valerse por ella misma. El hombre era bastante grosero...

Ella se adentró y pudo escuchar los distintos sonidos de metal golpeando contra el metal, seguido rápidamente de risas femeninas. Annalise inclinó la cabeza ante los ruidos. Qué interesante…ella aceleró el paso hacia donde se escuchaban los ruidos. Después de dar vuelta en una esquina, encontró el motivo de la risa. Estella se encontraba en medio de un combate de esgrima con otra mujer. Annalise nunca antes había visto a la otra mujer, y no estaba segura de quién era, pero sospechaba que podía ser lady Manchester.

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