Mariano Bas - Los Secretos Del Rubicón стр 6.

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—También yo soy un poco supersticioso, pero, si ese es el único problema, dejemos que algunos druidas de nuestras legiones galas adopten todas las contramedidas y protecciones oportunas. Algunos de ellos son muy eficaces —respondió un comandante galo presente.

—¿Qué podría hacer un druida para proteger a nuestras tropas? —intervino César de inmediato.

—Los druidas no cuentan mucho de lo que hacen, pero pueden librar de encantamientos y maldiciones, bosques y lugares de las forestas, dejando hadas y duendes de guardia en su lugar, pueden sanar con hierbas todos los males y hechizos de las brujas, hacer milagrosos y mágicos las fuentes y los ríos, lanzar hechizos y maldiciones sobre los enemigos tan poderosos que incluso los pueden paralizar.

»Pero se cuidan de no maldecir directamente a los dioses de los enemigos, solo para derrotarlos en la batalla. Los druidas maldicen lugares y personas, pero no dioses —respondió con convicción el comandante de los galos mientras explicaba todo esto.

—¿Cómo estás seguro de ello? —le preguntó Hortensio.

— En un bosque del norte he acompañado una noche bajo un roble a un druida que nos ha mostrado, a mí y a otros, muchas cosas y lo que acabo de decir.

—¿Y no podía ser un truco o una ilusión?

—No lo creo, pero, aunque lo fuera, los soldados galos creen en los druidas. Y esto supone una diferencia —respondió el comandante de los galos.

—Bueno, entonces se podría usar a los druidas para asegurar las orillas y los bosques de la frontera contra la bruja y para proteger a los galos contra las maldiciones a quien atraviese esa frontera —explicó el comandante Hortensio.

—Estoy de acuerdo contigo, Hortensio —intervino César—. Pompeyo, al no tener fuerzas suficientes, está tratando de impedirnos actuar por medio del miedo. Mañana trata de descubrir que pretenden hacer en ese río y dispón que los druidas estén listos para proteger esos lugares y a nuestros hombres —le ordenó César.

—Así se hará, César —respondió Hortensio.

—Ahora ya basta de dioses y brujas. Pasemos a las fuerzas militares sobre el terreno. Mostradme mejor nuestras líneas y las de Pompeyo —dijo César para tratar de quitarse de encima sin que se apreciara un poco el temor que también él tenía de atravesar el Rubicón.

La disposición de las tropas de César y Pompeyo

Marco Antonio echó mano de un mapa que resumía la situación militar de los dos bandos y, después de ponerlo delante de todos, se puso a explicarla.

—En pocas palabras, la primera línea de Pompeyo está aquí delante de nosotros, inmediatamente delante del río Prissatellum. E inmediatamente detrás hay una nueva línea donde los flamines, como hemos visto, tienen la intención de trazar una nueva línea roja

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DonegalliaCaes solum

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—Sí, continúa.

—La segunda línea actualmente está un poco desatendida y está algo mejor hacia Ariminium,

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ad confluentes

—¿Por qué se desdobla en dos el camino? —preguntó Labieno.

—Porque la empalizada del Rubicón tiene dos puertas de acceso: una de entrada y otra de salida, general Labieno —respondió César, que conocía bien cómo se había construido el Rubicón, en lugar de Marco Antonio. Luego añadió—: Continúa con la explicación, Marco Antonio.

—Y finalmente la tercera y última línea del propio Rubicón, todavía más al sur hacia Ariminium, construida sobre el río Pluso

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—Claro —respondió César. Luego explicó—: La primera y segunda líneas a mi juicio se pueden atacar sin muchos problemas, pero para la frontera sagrada del Rubicón tengo en mente un plan para lograrlo sin violar la voluntad de los dioses.

—¿Cómo? —preguntó Marco Antonio.

—No es ahora el momento de comentarlo, pero, cuando lo sea, os informaré a todos. En todo caso, por ahora, ¿qué hemos dispuesto y desplegado en términos de hombres y legiones contra las líneas de Pompeyo? —preguntó César.

—Tenemos las legiones romanas X y XIII acampadas en el interior y hemos desplegado las legiones II y III gálica a lo largo del Caes solum y la Donegallia

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—Está bien, les había prometido esas tierras como premio y recompensa si me seguían hasta aquí. ¿Ya las están poblando? —preguntó César.

—Sí, César, han tomado posesión encantados y se han desplegado delante de las tropas de Pompeyo. Defenderán bien esas tierras —respondió Marco Antonio.

—Tal vez no baste con que las defiendan; diles que pretendo pedirlos que estén dispuestos también a atacar y marchar sobre Roma. Y a cambio les prometeré tierras y honores sobre suelo italiano y no solo aquí en Romandia —respondió César.

—Ya lo saben y bastantes están dispuestos a seguirte, porque has dejado esas tierras a sus veteranos y las tierras donadas a los galos a los parientes que les siguen —respondió sonriendo Asinio Polión.

—¿Cómo iban a saberlo? ¿Mi plan no debía ser un secreto? —respondió César.

—Todos lo saben desde hace meses. Las legiones galas que han llegado aquí desde hace tiempo van diciendo a todos que antes o después se debe atacar y tomar otras tierras en Italia y es por esto por lo que los hombres de Pompeyo lo han sabido —dijo Asinio Polión.

—¿La zona está llena de espías de Pompeyo? —preguntó César, levantando la voz.

—Sí, y deberías ser más cauto a la hora de revelar las promesas y los planes a tus tropas, César —añadió burlándose un poco Asinio Polión, dado que era muy amigo de César y se lo podía permitir.

—Al diablo con los secretos. ¿Cuánto tiempo podríamos tener si decidiéramos tomar Rímini por sorpresa y pasar a las Marcas, general Hortensio? —preguntó César.

—Todo el invierno, César. Son soldados romanos como nosotros y están habituados a no combatir en invierno, pero podrían dedicarse a reforzar las defensas y el territorio. Por tanto, en mi opinión, si queremos atacar el Rubicón, yo actuaría de inmediato –respondió Hortensio.

—Calma. ¿Quién es ahora mismo el comandante de las legiones de Pompeyo al otro lado del Rubicón? —preguntó César.

—El comandante Titano.

—Lo conozco. Como dice su nombre, es gigantesco, un catoniano

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—También yo lo conozco, es un buen soldado que prefiere negociar y al que no le gusta mucho mandar a la masacre a sus hombres por nada. Me pregunto si no podemos hablar con él para acordar una tregua o llegar a un acuerdo —preguntó el general Labieno.

Veto.

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—Por el contrario, yo tengo un plan para acabar con las defensas y tomar Rímini por sorpresa. Pido permiso para discutirlo ahora —dijo Marco Antonio.

—Licit

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Los Secretos Del Rubicón

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Mariano Bas
Hubo un tiempo en el que el Rubicón no era solo un río y a la Romaña se la llamaba Flaminia debido a una vía que llevaba a Roma. Y cuando en el año 49 a.C. Julio César llegó delante se encontró con que lo esperaba una empalizada de madera pintada de «rúbico», es decir, rojo púrpura, el color oficial
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