Mariano Bas - El Encargado De Los Juegos стр 3.

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Slim se limitó a asentir. Levantó su taza y dio un sorbo.

—Debería haberse ocupado la policía —dijo Ozgood—. Al menos inicialmente. Soy un hombre que cumple la ley. Por desgracia, el paso del hecho a la investigación jugaba a favor de Dennis Sharp.

—¿Qué pasó? —preguntó Slim.

—El caso fue desechado y Sharp pensó que era un hombre libre. —Ozgood suspiró, se echó atrás en su silla y miró a lo lejos—. No lo era. No podía serlo nunca, ¿verdad? No después de lo que había hecho.

—¿Así que usted se ocupó personalmente del asunto?

Ozgood levantó un dedo hasta sus labios e hizo un gesto, como si lo besara. Se frotó la base de su barbilla con el pulgar.

—Si alguien me debe algo, me lo paga—dijo—. Dennis Sharp pagó con su vida.

—¿Cómo?

—Se hicieron ciertos ajustes en su coche en una revisión. Su embrague falló cuando venía a trabajar por la carretera empinada que baja a ese valle que ve allí. —Ozgood no apuntó, pero giró ligeramente la cabeza, indicando una quebrada arbolada detrás de los terrenos de cultivo hacia el noroeste—. El coche se salió de la carretera y se estrelló contra una roca, matándolo instantáneamente, según el informe del forense.

—¿Y usted supo que murió?

—Hubo una llamada anónima a policía, pero no era anónima para la persona que la hizo —dijo Ozgood, de forma bastante críptica, como si estuviera interpretando un papel activo en el juego que el chantajista hubiera decidido empezar—. Me llamó la policía y luego vi su cuerpo, le toqué el cuello para ver si tenía pulso, solo para estar seguro. Pero ahora, seis años después, he empezado a recibir mensajes de un hombre que afirma ser Dennis Sharp, reclamando dinero, amenazando con denunciarme, no solo por mi participación en su supuesta muerte, sino por otros supuestos delitos.

Ozgood se puso en pie, caminó por el borde de la terraza, luego se giró y volvió a caminar. Slim lo miraba, tratando en entender a ese hombre. Estaba claro que Ozgood no era un hombre al que se podía desafiar, era alguien cuya amable concha exterior escondía un interior duro como el acero.

—Que quede claro —dijo Ozgood, dándose la vuelta y volviendo a su asiento. Cruzó las piernas, luego cambió de opinión y puso su cuerpo derecho y se inclinó hacia delante—. No temo que ese hombre arrastre mi nombre por el barro. No hay nada que tenga contra mí que no pueda encubrirse o desaparecer. Lo que me molesta es el descaro de esa persona y por eso necesito que usted descubra su identidad—. Ozgood se echó hacia atrás. Sus ojos fríos hacían a Slim sentirse incómodo—. Considero esto una ofensa personal contra mi familia. En otras circunstancias, podría perdonar algo así contra mí… pero no contra mi hija.

Slim sorbió su café, usándolo como excusa para evitar la mirada de Ozgood.

—Lo más probable es un caso de robo de identidad. Alguien cercano a Sharp tratando de sacarle algo.

—No hay nadie que hubiera sido cercano a Sharp que no esté muerto o algo similar.

Slim no estaba demasiado seguro de cómo responder a esta afirmación, así que asintió mostrando estar de acuerdo, dejando que su mirada vagara por el panorama del campo mientras esperaba que Ozgood continuara.

—Este chantajista sabe cosas que solo podía saber Sharp.

—¿Y usted quiere que descubra el fraude o las circunstancias que este hombre podría usar para amenazarlo?

—Exactamente. Y cuando descubra la verdad, o lo veo pudrirse en prisión, o lo mato de nuevo.

3


Capítulo Tres

El propio Ozgood, conduciendo cuidadosamente un todoterreno impoluto demasiado bueno para la carretera por la que viajaban, mostró a Slim una pequeña casa que en su momento perteneció al guardés. Estaba al final de un viejo camino serpenteante de acceso que había sido remplazado por una vía más corta hasta la parte trasera de la propiedad, dejando el antiguo acceso desatendido. Al estar ahora sin usar, la casa estaba rodeaba por un bosque en el fondo de un valle, al que se podía acceder siguiendo un camino casi imperceptible a través de los árboles que marcaban una ladera, cruzando un pequeño puente sobre un arroyo, antes de zigzaguear hasta fuera de la granja. Luego se abría paso subiendo la colina hasta el otro lado, en dirección al pequeño pueblo donde Slim había advertido el chapitel de la iglesia. Mientras la carretera ascendía abruptamente, doblándose sobre sí misma, Slim se sintió cansado con solo mirarla.

Con una palmada en la espalda y una promesa de estar en contacto, Ozgood dejó solo a Slim, haciendo girar el coche con mala cara ante las zarzas del arcén y volviéndose cautelosamente por donde había venido.

La granja no parecía muy impresionante desde el exterior, con zarzas creciendo en un lado hasta abrirse paso sobre un espacio techado y una grieta en una ventana de la fachada, tal vez por el impacto de un pájaro. Sin embargo, tenía electricidad y agua caliente y una estufa de gas y Ozgood había previsto un envío semanal de comida para que Slim estuviera abastecido durante la investigación.

También había bichos escondidos detrás de un tablero, en un zócalo en el pequeño cuarto de estar y en una estatua de madera de un zorro en el dormitorio. Alta calidad, mucho más nueva y cara de la que nunca tuvo Slim en el ejército o en casos anteriores, un lugar tranquilo donde se podía oír caer un alfiler o dar un suspiro.

Fuera cual fuese la razón por la que Ozgood pensara tener que controlar a Slim, este prefería trabajar en privado, así que rellenó con vaselina todos los micrófonos para amortiguar el sonido hasta hacerlo casi inaudible. Ozgood tardaría en darse cuenta de lo que había ocurrido, tal vez el suficiente como para generar una confianza mutua.

Slim, tras volver a su ruina zozobrante el tiempo suficiente como para llenar dos maletas con todo lo que tenía, desempacó sus pertenencias en un mueble con varios cajones. Tras llenar solo los dos superiores de los tres que tenía, se estremeció por lo ligera y provisional que era ahora su vida. Podía desaparecer en un momento sin dejar ningún rastro.

Tal vez ese fuera el plan. Slim no era tan ingenuo como para confiar del todo en Ozgood y estaba claro que el terrateniente pensaba lo mismo. Era una desconfianza mutua que probablemente beneficiara a ambos.

Slim acabó de vaciar las maletas y salió de la casa. Mientras cerraba la puerta, le llegó un crujido de los árboles de al lado de la casa y un hombre entró en el camino.

Unos ojos legañosos lo miraban y una boca casi desdentada le sonreía.

—Me llamo Croad —dijo el recién llegado—. El jefe me dijo que le mostrara el lugar.

4


Capítulo Cuatro

Desvencijado como el techo de un viejo pajar, Croad era una edad indeterminada, pero, por su pasión por el fútbol de los ochenta, Slim adivinó que su nuevo guía tendría unos cincuenta años.

—Ya ve, estuve a punto de llegar al banquillo del QPR cuando Wilkins estaba en lo más alto —dijo Croad, desconcertando a Slim que ese hombre cojo como un tocón de árbol pudiera siquiera haber caminado erguido alguna vez, no digamos ya ser lo suficientemente bueno con el balón en los pies como para llegar a la entonces Primera División.

—Si no hubieran tenido un equipo tan bueno entonces, lo habría logrado. Marqué diez goles en tres partidos con las reservas, pero celebré mi convocatoria del sábado con una botella de whisky y una ramera que conocí en el Soho. Al saltar por una ventana cuando llegó su marido, me desgarré los isquiotibiales en una valla del tranvía y luego caí delante de un autobús de la línea 94 a Piccadilly. Podría haber sido peor si no hubiera estado frenando para parar, pero eso es lo que pasó. —Señaló algo—. Ah, aquí está el vado. La carretera sube hasta un cruce. A la izquierda está el pueblo, a la derecha se va a la granja Weaton, pero no la use si llueve mucho y hay mucha agua sobre la carretera, pues es probable que se quede atascado, si no tiene tracción a las cuatro ruedas.

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