—¿Que ella qué? Ozgood me dijo que el caso fue sobreseído.
—Sí, eso fue algo delicado. Elli retiró la denuncia. Dijo que era de mutuo acuerdo. La chica había cumplido dieciséis un mes antes, poniendo a Den a salvo. Él tenía treinta y ocho. A Mr. Ozgood no le gustaba, no creía a Den ni a ella. No podía haber sido que su pequeña estuviera liada con el jardinero, ¿entiende? Así que se ocupó personalmente del asunto.
—Eso entendí.
Croad sonrió, pero por primera vez lo hizo de una manera siniestra. En la penumbra que atravesaba los árboles, la cara del viejo parecía un esqueleto amenazador.
—Los tres mosqueteros —dijo.
—¿Qué?
—Solo nosotros tres sabemos lo que hizo Ozgood esa noche. Él, por supuesto, yo y ahora usted. Le debo una vida y ahora usted también. No se debe saber, ¿queda claro?
Slim decidió no mencionar que parecía que el propio Ozgood había roto su vínculo sagrado alardeando de lo que había hecho ante Kay Skelton. Por el contrario, dijo:
—¿Me está amenazando?
—Solo dejando las cosas claras. Llevo mucho tiempo a su servicio y me he ganado su confianza. Usted no. No considero que me deba nada, así que le dejo claro con quién está trabajando.
Slim suspiró. La tentación de largarse era fuerte, pero también la atracción por el pub más cercano y tal vez eso fuera más probable que lo matara.
—Entiendo —dijo.
—Bien. Pues hay más. Siempre hay más, ¿verdad?
Slim frunció el ceño, sin estar seguro de qué quería decir Croad, pero el viejo le pasó otra hoja de papel.
—Tercera y última —dijo.
Querido Oliver,
Esta es realmente tu última oportunidad de pagar. No
olvides lo que hiciste a Scuttleworth, o
cuánto destruiste.
Ahora por todo el daño
que me hiciste debes pagarlo. Tienes la oportunidad
de reparar lo que causaste.
9 de noviembre, a las 5:25 de la tarde.
Un maletín de cuero atado al noveno poste.
Nos vemos,
Dennis
Slim le devolvió la carta.
—Sabe lo que le voy a preguntar, ¿no?
Croad sonrió.
—Soy muy agudo. Llegó hace ocho días. Tenemos poco más de dos semanas hasta el día del pago. No sabemos a qué se refiere con todo eso de reparar las cosas. No son más que amenazas y mentiras. Pero el problema es la niña.
—¿Ellie? ¿Por qué?
— Mr. Ozgood quiere dejarla fuera, que nada la perjudique.
—¿Pero…?
—Es terca como una mula y no quiere irse. Dice que no le preocupa ninguna amenaza de nadie. Eso da que pensar, ¿no?
—¿Ozgood planea entregar el dinero?
—No, si puede evitarlo. Por eso está usted aquí.
—No soy especialmente rápido en mi trabajo —dijo Slim—. No estoy seguro de poder ahorrarle dinero.
Croad rio.
—¿Cree que a Mr. Ozgood le preocupan un par de millones? Todavía no lo entiende, ¿verdad? Nadie se enfrenta a Mr. Ozgood. Dennis Sharp lo hizo una vez y murió. A quienquiera que esté enviando estas cartas le pasará lo mismo. Está aquí para evitar que Mr. Ozgood se manche las manos con sangre o al menos dejar tan poca como para poder lavárselas fácilmente.
9
Capítulo Nueve
Croad dio una excusa sobre otras cosas que tenía que hacer y luego dejó a Slim en la casa, sabiendo poco más que antes. Superficialmente, parecía un caso claro de usurpación de identidad. Si la evidencia era la que había escuchado, debía haber algún error acerca de que Dennis Sharp seguía vivo. El chantajista era alguien sin duda cercano a la familia y que sabía más de lo que creía Croad. Lo único que tenía que hacer Slim era descubrirlo y denunciarlo. Luego Ozgood podría volver a dominar el mundo y Slim a su gradual descenso a una muerte triste y olvidable.
Croad le dio una lista garabateada de contactos, añadiendo un asterisco a aquellos con los que era más probable que hubiera que hablar. En unas notas al pie explicaba que una cruz significaba que probablemente le dirían a Slim que se largara.
El primer nombre en la lista era Clora Ball. Las notas de Croad la describían como «Parece vieja, huele mal, no sonríe. Exnovia de Den».
Su domicilio estaba a un paseo de veinte minutos por un camino estrecho que acababa en un desmañado edificio de dos plantas en el que el piso inferior se usaba como garaje de maquinaria agrícola. Clora vivía en el piso superior, al que se accedía por una puerta a un lado de la casa. Slim se encontró pulsando un botón de un portero automático moderno sin tener idea de qué iba a decir.
—¿Qué pasa? —oyó decir a una voz electrónica a través del receptor— ¿Sabe qué hora es?
Slim miró la pantalla de su viejo teléfono Nokia. Las diez menos cuarto de la mañana.
Le dijo la hora.
—¿Puedo hablar con usted, por favor? Me gustaría preguntarla sobre Dennis Sharp.
El receptor hizo clic y se apagó. Slim esperó unos largos segundos, pensando que ya había llegado a un callejón sin salida cuando sonó la puerta, abriéndose unos centímetros.
—¡Aquí arriba! —gritó una voz desde una puerta en lo alto de una empinada escalera.
Slim subió. Le llegó el olor a mitad de camino. La acritud familiar de una vida arruinada: comida precocinada, cigarrillos, alcohol barato. Se detuvo mientras esperaba a que su cabeza dejara de martillear, consciente de que su investigación podía resolverse este primer día y luego continuó subiendo.
Clora Ball se había retirado a una butaca con brazos en medio de un reino de basura. Los elementos de una vida normal se expresaban en elementos de cocina, aparadores, mesas y sillas, pero parecía como si hubiera pasado una ola dejando basura en todas las superficies disponibles. Ella tomó el mando remoto del televisor y apuntó a este, que no estaba inmediatamente visible al encontrarse en medio de una pila de cajas, luego se giró hacia él con gesto de desafío como si empezara un episodio de La guerra de la basura.
—No me ha dado tiempo a ordenar. ¿Quién es usted, de todos modos?
—Me llamo Slim Hardy. Soy investigador privado. Quería preguntarla sobre un viejo conocido. Dennis Sharp.
—Bueno, menuda historia, ¿verdad? Hacía mucho que no oía ese nombre, aunque no sea alguien a quien una quiera olvidar.
Clora, a pesar de su aparente carácter esquivo, parecía contenta de tener compañía. Cuando Slim no respondió de inmediato, agitó una mano gordezuela en dirección a la cocina.
—Acabo de hervir agua —dijo—. Si quiere hacerse un té, tráigame uno. Si hubiera querido matarme, supongo que ya lo habría hecho, así que supongo que no quiere hacerme daño.
Slim se abrió paso obedientemente hasta la cocina y volvió con dos tazas de té. La leche estaba agria, así que dejó el suyo negro y añadió solo un poco al de Clora.
Despejó un asiento y se sentó cerca.
—Olvidó el azúcar —dijo Clora, como si Slim hubiera debido saberlo—. Supongo que debo tomar menos, así que déjelo. Sabe que Den está muerto, ¿no?
Slim simuló sorpresa y empezó a crear la compleja mentira que había ideado para animar a la gente a hablar.
—Trabajo para un fondo de inversión con sede en Londres —dijo—-. Mr. Sharp tenía unos activos que han vencido. El gestor de fondos ha sido incapaz de contactar con él, así que me han enviado para encontrarlo y, en su ausencia, a su heredero.
—¿Cuánto dinero?
—Una cantidad de seis cifras —dijo Slim, viendo cómo ella miraba al techo, frunciendo el ceño mientras trataba de calcular cuánto seria eso—. Es una cantidad importante. Las condiciones del contrato son que deberían pasar a las manos de su pariente más cercano en caso de muerte legal. Un tipo con el que me topé en el pueblo me dio su dirección. —Se removió en su asiento, preparando el cebo para que picara—. El gestor del fondo ha autorizado pagos menores para cualquiera que pueda darnos información fiable.
—¿Cuánto?
—Depende. ¿Cómo de bien conocía a Mr. Sharp?
Clora se agitó. La silla chirrió bajo ella, así como el suelo. Sus brazos regordetes se levantaron como si contuvieran información y sonrió.