Pero Caitlin. Ella era diferente. No debió haberla tratado de esa forma; debió ser más amable. El problema era que había estado demasiado drogado en ese momento; de cualquier manera, estaba arrepentido. En el fondo deseaba que las cosas volvieran a ser como antes, sin importar lo que eso significara; y Caitlin representaba para él, lo más cercano a la normalidad que había conocido.
¿Por qué habría vuelto? ¿Se habría mudado a Oakville? Eso sería increíble; tal vez podrían encontrar un lugar para vivir juntos. Sí, entre más pensaba Sam en ello, más le agradaba la idea. Quería hablar con ella.
Sam sacó el celular de prisa y vio una luz roja parpadeando. Oprimió el botón y se dio cuenta que tenía un mensaje nuevo en Facebook. Era de Caitlin; estaba en el viejo establo.
Perfecto, iría de inmediato.
Sam se estacionó y caminó por el terreno hacia el viejo establo. El “viejo establo”; eso era lo único que tenían que decir porque ambos sabían a qué se referían. Era el lugar a donde siempre iban cuando vivían en Oakville. Estaba en la parte trasera de una propiedad en donde había una casa vacía que había estado a la venta durante muchos años. La casa siempre estuvo ahí, desocupada. Pedían demasiado dinero por ella; y por lo que él y Caitlin sabían, nunca había ido alguien a verla.
En la parte trasera de la propiedad, muy al fondo, estaba aquel increíble establo. Ahí solo, completamente disponible. Sam lo descubrió un día y se lo enseñó a Caitlin; a ninguno de los dos le pareció que pasar tiempo ahí causaría algún daño. Además, ambos odiaban la diminuta casa rodante en donde se sentían atrapados con su madre. Una noche se desvelaron hablando y asando malvaviscos en la increíble chimenea del establo; luego, se quedaron dormidos ahí. Después de eso, visitaban el lugar cada vez que podían, en especial cuando su situación se tornaba demasiado pesada en la casa rodante. Al menos le estaban dando algún uso a aquel espacio; después de varios meses, comenzaron a sentir que era el hogar que les pertenecía.
Sam iba dando saltitos por la emoción de volver a ver a Caitlin. Ya casi no le dolía la cabeza gracias al vaso grande de café de Dunkin’ Donuts que se había bebido en el camino. Sabía que no debería manejar porque apenas tenía quince, pero sólo le faltaban un par de años para obtener su licencia y prefería no esperar. Además sabía conducir bien y nunca lo habían detenido. Así que, ¿para qué esperar? Sus amigos le prestaban la camioneta, y para él, bastaba con eso.
Cuando estuvo más cerca del establo, se preguntó si aquel grandulón estaría con ella. Había algo en él que Sam no lograba identificar; y tampoco entendía qué hacía con Caitlin. ¿Serían novios? Ella siempre le contaba todo, ¿cómo era posible que no se lo hubiera mencionado antes?
¿Y por qué estaría ella de repente preguntando acerca de su padre? Sam estaba muy molesto consigo mismo porque, en realidad, sí tenía noticias sobre él. Fue algo que sucedió unos días antes. Por fin obtuvo respuesta de una de las solicitudes que envió en Facebook. Era su padre, en verdad era él. Decía que los extrañaba y que quería verlos. Finalmente, después de todos esos años. Sam le respondió de inmediato y ya habían comenzado a comunicarse otra vez. Su padre quería verlo; a ambos. ¿Por qué no le había dicho eso a Caitlin? Bueno, lo haría ahora.