Морган Райс - Soldado, Hermano, Hechicero стр 8.

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Thanos lo cogió con la misma cautela. No tenía ninguna duda de que los guardias se lo quitarían, aunque solo fuera por la pequeña oportunidad de hacerle más daño. Aunque había algunos que no estaban completamente corruptos por la crueldad del Imperio, pensaban que él era el peor de los traidores, y que merecía todo lo que tenía.

Se encorvó hacia el trozo de pergamino, susurrando las palabras mientras intentaba dejarlo exactamente como debía estar. Escribía con letras diminutas, sabiendo que había mucho en su corazón que necesitaba plasmar allí:

A mi querida esposa, Estefanía. Para cuando leas esto, me habrán ejecutado. Quizás sientas que lo merezco, después del modo en que te dejé atrás. Quizás sentirás algo del dolor que yo siento al saber que has sido forzada a hacer tantas cosas que tú no querías.

Thanos intentaba pensar en las palabras para todo lo que sentía. Era difícil plasmarlo todo, o dar sentido al caos confuso de sentimientos que daban vueltas en su interior:

Yo… te quería, y vine a Delos para intentar salvarte. Siento no haber podido, incluso aunque no estoy seguro de que hubiéramos podido estar juntos de nuevo. Yo… sé lo feliz que estabas cuando supiste lo de nuestro hijo, a mí también me llenó de alegría. Aún así, mi mayor remordimiento es que nunca veremos al hijo o hija que podría haber sido.


Solo pensar en ello ya le provocaba más dolor que cualquiera de los golpes que los guardias le habían causado. Debería haber venido antes a liberar a Estefanía. Nunca debería haberla dejado atrás.

“Lo siento”, susurró, sabiendo que no habría suficiente espacio para escribir todo lo que quería decir. Evidentemente no podía exponer sus sentimientos en algo que iba a confiar a una extraña para que lo entregara. Solo esperaba que aquello fuera suficiente.

Podría haber escrito mucho más, pero aquello era lo principal. Su dolor porque las cosas habían ido mal. El hecho de que había habido amor. Esperaba que fuera suficiente.

Esperó a que la sirvienta se acercara de nuevo y estiró el brazo para detenerla.

“¿Puedes llevar esto a Lady Estefanía?” preguntó.

La sirvienta dijo que no con la cabeza. “Lo siento, no puedo”.

“Ya sé que es pedir mucho”, dijo Thanos. Comprendía el peligro que le estaba pidiendo a la sirvienta que corriera. “Pero si alguien puede hacérselo llegar mientras todavía está encerrada…”

“No es eso”, dijo la sirvienta. “Lady Estefanía no está aquí. Se fue”.

“¿Se fue?” repitió Thanos. “¿Cuándo?”

La sirvienta extendió los brazos. “No lo sé. Escuché a una de sus doncellas hablar de ello. Se marchó hacia la ciudad y no regresó”.

¿Había escapado? ¿Había salido de allí sin su ayuda? Su doncella había dicho que era imposible, ¿pero había encontrado la manera Estefanía? Podía esperar que fuera posible, ¿o no?

Thanos todavía estaba pensando cuando se dio cuenta de que se había detenido la actividad alrededor del patíbulo. Al mirar, fue fácil ver por qué. Estaba acabado. Los guardias estaban a la espera a su lado, obviamente admirando su construcción. Un lazo colgaba, oscuro contra el horizonte. Una rueda en espiral y un brasero estaban por allí cerca. Por encima de todo aquello sobresalía una gran rueda, con cadenas atadas a ella, un enorme martillo descansaba en el suelo junto a ella.

Vio que la gente se iba amontonando. Había guardias colocados en círculo por los bordes del patio, que parecía que estuvieran allí para evitar que otros se metieran y como si quisieran ver la muerte de Thanos por ellos mismos.

Arriba, mirando por las ventanas, Thanos veía sirvientes y nobles, algunos miraban hacia abajo parecía ser que con pena, otros con rostros inexpresivos o con un odio descarado. Thanos podía ver incluso a unos cuantos subidos al tejado, mirando hacia abajo desde allí ya que no podían encontrar otro lugar. Estaban llevando aquello como si se tratara del acontecimiento social de la temporada más que de una ejecución, y un rayo de rabia creció en Thanos ante aquello.

“¡Traidor!”

“¡Asesino!”

Los abucheos fueron a menos, los insultos les siguieron como resultado desde las ventanas, y aquella fue la parte más dura. Thanos pensaba que aquella gente lo respetaban y sabrían que nunca podría hacer aquello de lo que le acusaban, pero lo abucheaban como si fuera el peor de los criminales. No todos ellos lo insultaban, pero bastantes, y Thanos se preguntaba si realmente lo odiaban tanto, o solo querían demostrarle al nuevo rey y a su madre de qué lado estaban.

Se resistió cuando fueron a por él, arrastrándolo desde su horca. Él daba puñetazos y patadas, atacaba e intentaba retorcerse para liberarse, pero cualquier cosa que hiciera no era suficiente. Los guardias le cogieron los brazos, se los retorcieron hacia atrás y se los ataron para inmovilizarlos. Entonces Thanos dejó de pelear, pero solo por mantener algo de dignidad en aquel momento.

Lo llevaron, paso a paso, hacia el patíbulo que habían construido. Thanos subió sin rechistar sobre la banqueta que había debajo de la horca. Con suerte, quizás la caída le rompería el cuello, privándolos de su cruel entretenimiento.

Mientras le colocaban el lazo alrededor del cuello, pensaba en Ceres. En todo lo que podría haber sido diferente. Él había querido cambiar las cosas. Él había querido que las cosas mejoraran y estar con ella. Deseaba…

Pero no hubo tiempo para deseos, porque Thanos notó que los guardias apartaban la banqueta de una patada y el lazo le apretó el cuello.

CAPÍTULO SEIS

A Ceres no le importaba que el castillo fuera el último bastión impenetrable del Imperio. No le importaba que tuviera muros como peñascos escarpados o puertas que pudieran resistir armas de asedio. Esto acababa aquí.

“¡Adelante!” exclamó hacia sus seguidores, y estos se apresuraron a seguirla. Quizás otro general los hubiera guiado desde la retaguardia, planeándolo con cautela y dejando que los otros corrieran el peligro. Ceres no podía hacer aquello. Quería desarticular lo que quedaba del poder del Imperio por ella misma, y sospechaba que la mitad de las razones por las que mucha gente la seguía era a causa de ello.

Ahora eran más de los que habían sido en el Stade. La gente de la ciudad había salido a las calles, la rebelión se había extendido como cuando a las brasas ardientes se les da combustible nuevo. Había personas vestidas con su ropa de empleados del muelle y carniceros, mozos de cuadra y comerciantes. Incluso ahora había unos cuantos guardias, que se arrancaron a toda prisa los colores imperiales cuando vieron que se acercaba aquella marea de humanidad.

“Estarán preparados para cuando lleguemos”, dijo uno de los combatientes que estaba al lado de Ceres mientras marchaban hacia el castillo.

Ceres negó con un movimiento de cabeza. “Nos verán venir. Eso no es lo mismo que estar preparado”.

Nadie podía estar preparado para esto. Ahora a Ceres no le preocupaba cuántos hombres tenía el Imperio, o lo fuertes que eran sus muros. Tenía a una ciudad entera de su lado. Ella y los combatientes corrían por las calles, a lo largo del amplio paseo que lleva hacia las puertas del castillo. Eran la punta de la lanza, con el pueblo de Delos y lo que quedaba de los hombres de Lord West tras ellos en una marea de esperanza y rabia popular.

Ceres escuchó gritos más adelante cuando se aproximaban al castillo, y el ruido de los cuernos mientras los soldados intentaban organizar una especie de defensa significativa.

“Es demasiado tarde”, dijo Ceres. “Ahora no pueden detenernos”.

Pero sabía que había cosas que podían hacer incluso entonces. Empezaron a caer flechas desde los muros, no en las cantidades que formaron una lluvia mortífera para las tropas de Lord West, pero aún así más que peligrosa para los que no llevaban armadura. Ceres vio que una le atravesaba el pecho a un hombre que estaba a su lado. Una mujer cayó al suelo gritando más adelante.

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