Грейс Фиона - Asesinato en la mansión стр 10.

Шрифт
Фон

Lacey se llevó la mano al pecho. Le hizo falta un momento para comprender que no el hombre que le había tocado el hombro no era el fantasma de su padre, y que ella tampoco era una niña en mitad de su tienda de antigüedades, sino una mujer adulta de vacaciones en Inglaterra. Una mujer adulta que, en aquel momento, había irrumpido en una propiedad privada.

–¡Oh, Dios mío, lo siento muchísimo! ―exclamó a toda prisa―. No me había dado cuenta de que había alguien. La puerta estaba abierta.

El hombre la fulminó con la vista con gesto escéptico.

–¿Es que no ve que la tienda está vacía? Aquí no hay nada que comprar.

–Lo sé ―continuó, acelerada y desesperada por limpiar su buen nombre y borrar el ceño lleno de desconfianza que tenía aquel anciano en la cara―. Pero no he podido contenerme. Este lugar me recuerda tanto a la tienda de mi padre. ―Para su sorpresa, los ojos se le llenaron de repente de lágrimas―. Llevo sin verlo desde que era niña.

El ademán del hombre cambió en un instante y pasó de estar ceñudo y a la defensiva a ser suave y amable.

–Querida, querida, querida ―dijo con gentileza, sacudiendo la cabeza mientras Lacey corría a secarse las lágrimas―. No pasa nada, querida. ¿Tu padre tenía una tienda como ésta?

Lacey se sintió avergonzada al instante por haber descargado sus emociones sobre aquel hombre, además de culpable por haberlo hecho reaccionar así, como un terapeuta experimentado que mostraba compasión sin juicio alguno, interés y que la animaba a hablar en lugar de llamar a la policía para sacarla de su propiedad. Pero no pudo evitarlo; se abrió a él y dejó que fuese su corazón el que cogiese las riendas.

–Vendía antigüedades ―explicó, con una sonrisa de nuevo en los labios ante los recuerdos incluso mientras las lágrimas seguían aguándole los ojos―. El olor de este local me ha hecho sentir tanta nostalgia, y lo he recordado todo de golpe. La tienda tiene hasta la misma distribución. ―Señaló hacia la habitación trasera por la que debía de haber entrado aquel hombre―. Aquella sala se usaba como almacén, pero siempre quiso convertirla en una sala de subastas. Era muy larga, y daba a un jardín.

El hombre empezó a reírse por lo bajo.

–Venga a echar un vistazo. Esta habitación también es larga, y da a un jardín.

Emocionada por su compasión, Lacey lo siguió a través de la puerta y entró en la habitación trasera. Era larga y estrecha, lo que le daba cierto parecido con un vagón de tren, y casi idéntica a la que su padre había soñado con convertir en una sala de subastas. La cruzó y salió a un maravilloso jardín largo y estrecho que debía medir unos quince metros. Había plantas llenas de color por todas partes, y unos árboles y arbustos ubicados en lugares estratégicos ofrecían la cantidad perfecta de sombra. Una valla alta hasta la rodilla era lo único que lo separaba del jardín de la tienda aledaña, que al parecer lo usaba únicamente como almacén y había puesto varios cobertizos de plástico grandes, feos y grises y una hilera de cubos de basura. En comparación, el jardín en el que estaba Lacey parecía inmaculado.

Le dio la espalda al jardín vecino, centrándose en el del local.

–Es increíble ―dijo con efusividad.

–Sí, es un lugar muy bonito ―contestó el hombre, recogiendo una maceta que estaba tumbada y enderezándola―. La gente que lo tenía alquilado lo usaba como residencia y tienda de jardinería.

Lacey notó al instante el aire melancólico en su voz. En ese momento se percató de que el gran invernadero de cristal que tenía delante tenía las puertas abiertas de par en par y que había varias plantas con sus macetas tiradas por el suelo, con los brotes aplastados y la tierra diseminada por toda la zona. Empezaba a sentir curiosidad; el ver aquellas plantas tiradas así en un jardín que por otra parte había sido cuidadosamente atendido parecía de lo más raro. Su mente dejó a su padre de lado al instante y se centró en el presente.

–¿Qué ha pasado? ―preguntó.

La expresión del anciano era ahora de lo más triste.

–Por eso estoy aquí. Esta mañana he recibido una llamada de uno de los vecinos diciendo que parecía que habían vaciado el local durante la noche.

Lacey jadeó.

–¿Les han robado? ―Su mente no lograba asimilar el concepto de un crimen en el precioso y tranquilo pueblo costero de Wilfordshire. Le parecía que se trataba de la clase de lugar donde lo peor que podía ocurrir era que el clásico niño travieso robase una tarta recién hecha del alféizar de la ventana en el que la habían dejado para que se enfriase.

El hombre negó con la cabeza.

–No, no, no. Se han marchado. Han recogido todo lo que tenían a la venta y se han ido. No me han dado ningún preaviso, y también me han dejado con todas sus deudas. Facturas de suministros sin pagar y una montaña de recibos. ―Volvió a sacudir la cabeza con tristeza.

Lacey se quedó sorprendida al oír que la tienda llevaba vacía únicamente desde aquella mañana y que se había metido sin darse cuenta en un escenario en desarrollo, introduciéndose por accidente en una misteriosa narrativa que no había hecho más que comenzar.

–Lo siento muchísimo ―dijo, sintiendo una empatía genuina hacia aquel hombre. Ahora le tocaba a ella interpretar el papel de terapeuta y devolver el gesto amable que le había mostrado antes―. ¿Irá todo bien?

–En realidad no ―contestó taciturno―. Tendremos que vender el local para pagar las facturas y, sinceramente, yo y mi esposa somos demasiado mayores para esta clase de estrés. ―Se dio un golpecito en el pecho como para indicar la fragilidad de su corazón―. Pero tener que despedirse de este sitio será una maldita lástima. ―La voz le falló―. Lleva años en la familia. Lo adoro. Hemos tenido a algunos arrendatarios de lo más coloridos en todo este tiempo. ―Se rió por lo bajo y los ojos se le aguaron al recordarlo―. Pero no. No podemos volver a pasar por un bache así. Es demasiado estrés.

La tristeza de su voz fue suficiente como para romperle el corazón a Lacey. Qué situación más horrible en la que encontrarse. Qué terrible. La profunda empatía que sentía hacia el anciano resonaba con su propia situación, con el modo en el que le habían arrancado injustamente la vida que había creado con David en Nueva York. Sintió la repentina responsabilidad de que debía solucionar aquel problema.

–Alquilaré el local ―soltó, pronunciando aquellas palabras antes de que su cerebro tuviese tiempo de comprender lo que estaba diciendo.

Las cejas blancas del anciano se arquearon con una sorpresa más que evidente.

–Perdona, ¿qué acaba de decir?

–Lo alquilaré ―repitió Lacey a toda prisa, antes de que la parte lógica de su mente tuviese oportunidad de intervenir y quitarle aquella idea de la cabeza―. No puede venderlo; tiene demasiada historia, usted mismo lo ha dicho. Tiene demasiado valor sentimental. Y yo soy una persona de extrema confianza. Tengo experiencia llevando un negocio. Más o menos.

Pensó en la guardia de seguridad de cejas oscuras del aeropuerto y en cómo le había dicho que necesitaría una vida para trabajar, y la confianza con que ella le había asegurado que lo último que quería hacer mientras estuviese en Inglaterra era trabajar.

¿Y qué pasaba con Naomi? ¿Y con su trabajo con Saskia? ¿Qué iba a hacer?

De repente, nada de todo eso importaba. La sensación que había sacudido a Lacey al ver el local había sido algo parecido a amor a primera vista, e iba a tirarse de cabeza.

–¿Y bien? ¿Qué le parece? ―le preguntó al hombre.

En anciano parecía algo sobrecogido, y Lacey no pudo culparle. Aquella americana desconocida vestida con un conjunto salido de una tienda de segunda mano le estaba preguntando si podía alquilar su local, un local que ya había decidido que iba a vender.

Ваша оценка очень важна

0
Шрифт
Фон

Помогите Вашим друзьям узнать о библиотеке

Скачать книгу

Если нет возможности читать онлайн, скачайте книгу файлом для электронной книжки и читайте офлайн.

fb2.zip txt txt.zip rtf.zip a4.pdf a6.pdf mobi.prc epub ios.epub fb3

Популярные книги автора